No hace falta más que un poco de sentido común y una mínima lectura de medios y portales nacionales e internacionales para advertir que el ciudadano argentino nacido el 24 de junio de 1987 en la ciudad de Rosario, registrado con el D.N.I. Nro. 33.016.244 y que fuera inscripto con el nombre de Lionel Andrés Messi Cuccittini, indiscutiblemente se ha transformado en un ícono global del deporte. Su imagen levantando la Copa del Mundo de Fútbol en el Mundial Qatar 2022 es la imagen más vista en toda la historia de Instagram. La marca que auspicia la ropa deportiva que visten los jugadores y cuerpo técnico de la Selección Argentina agotó, antes de la final del Mundo, la reserva global de camisetas del 10 argentino. En países tan distantes como exóticos para nuestra cultura, como Bangladesh, se celebró masivamente y con euforia el triunfo argentino y cada gol del astro. Por lo tanto, era absolutamente previsible que la presencia en nuestro país de Lionel Messi junto al equipo que logró el máximo galardón mundial del fútbol, a solo dos días de semejante gloria deportiva, iba a generar una impresionante multitud que intentaría aproximarse para ver a sus jugadores, saludarlos y expresarles su infinita gratitud y alegría.

Hace exactamente una semana, el martes 13 de diciembre, las autoridades del Ministerio de Seguridad de la Nación sabían o debían saber que la Selección Argentina era uno de los equipos finalistas; que disputaría el partido final el domingo 18 de diciembre a las 12 horas; y, sobre todo, que existían dos posibilidades: los atletas argentinos iban a ser Subcampeones del Mundo o como todos o casi todos esperábamos, Campeones del Mundial de Fútbol. En el segundo caso, no podía desconocerse que las calles se iban a desbordar de personas, primero, por los festejos inmediatos tras el triunfo. Luego, para tratar de ver a los jugadores del equipo campeón, que se sabía o debía saberse, arribarían alrededor de 20 a 30 horas después de su despegue en Qatar, según las escalas que realizara el avión que los trasladara.

Todo eso se sabía o debía saberse. Eran datos objetivos que estaban al alcance de quien los quisiera analizar y que hubieran permitido planificar a tiempo, un esquema de seguridad y sanitario, para que la fiesta no se empañe y para que todos tengan acceso a la alegría de poder saludar a sus jugadores.

También era un dato muy significativo, que se sabía, debía saberse o que en modo alguno podía ignorarse, que todo el equipo humano que conduce Lionel Sebastián Scaloni, tanto jugadores como cuerpo técnico y de apoyo, ha generado muchísima empatía en los argentinos, algo que podría despertar un apoyo popular nunca antes visto en caso de consagrarse el equipo campeón mundial. Todo esto era información que los responsables políticos de Seguridad, tanto de la Nación, como de Provincia de Buenos Aires, y también de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sabían, debían saber o no podía desconocer.

Algunos conocedores de actos populares recuerdan el cierre de campaña de Raúl Ricardo Alfonsín en el año 1983, como uno de los actos políticos masivos supuestamente más grandes de la historia de nuestro país. Pero sus 650.000 personas, en el mejor de los casos, quedan absolutamente opacados ante la gigantesca recepción de más de 1.000.000 de almas que esperaron en Ezeiza a Juan Domingo Perón en el año 1973. Como sea, los cálculos que hoy se está haciendo es que, en las calles bonaerenses y porteñas, están recibiendo a la Selección Argentina Campeona del Mundial Qatar 2022, entre cuatro y cinco millones de personas, pero muy posiblemente sean más: un verdadero océano de personas se ha lanzado a las calles, que increíblemente y a medida que pasaban las horas parecía seguir creciendo.

Días atrás, en oportunidad del partido Argentina- Croacia, el encargado de la Seguridad de CABA, un funcionario municipal que se autopercibe ministro, generó un operativo de seguridad tan excesivo como innecesario desde lo represivo. Increíblemente, esa misma Policía Metropolitana tan activa hoy parece haberse replegado en su totalidad, porque ha desaparecido por completo de las calles porteñas. Todo huele más a estrategia política de desgaste de un desconcertado gobierno nacional, que a preocupación por la seguridad ciudadana.

El predio de la AFA está ubicado en Ezeiza, es decir en Provincia de Buenos Aires. Su incapaz y por demás ambicioso Ministro de Seguridad, siempre preocupado por polemizar en programas que se emiten en horario central y en sobre todo, en los guiones en sus próximos spots televisivos, tan patéticamente autorreferenciales como carentes de contenido y sobre todo de vergüenza, ha demostrado, una vez más, su enorme poder de daño: cuándo no se hace lo que él quiere, su deporte favorito es la provocación, el boicot y el escándalo, ya que en este caso, se autopercibe capaz, informado, conocedor y sobre todo, único.

El ministro de la cartera nacional que debería haber coordinado la fiesta popular tal vez numéricamente más importante de la historia argentina, una vez más falló de un modo estrepitoso. Resta esperar sus desopilantes respuestas en medio de algunas de sus frecuentes bravuconadas. Pero lo que en modo alguno puede ocultar es que, en muy poco tiempo, más precisamente en los últimos tres meses, una vez más vuelve a quedar demostrado que la seguridad, claramente, no es lo suyo. El hecho anterior fue el lamentable desempeño de la custodia de la vicepresidenta de la Nación en ocasión del atentado que sufriera en el mes de setiembre, pero sobre todo la ausencia total de autocrítica por parte del ministro ante un accionar vergonzante, e incluso, sus increíbles y lamentables razonamientos intentando justificar lo absolutamente injustificable.

El festejo popular más grande de la historia argentina, y tal vez uno de los hechos políticos más significativos que ha vivido este país, ha expuesto el supino desconocimiento, la enorme improvisación y la infinita torpeza y falta de tacto de las autoridades políticas en materia de Seguridad tanto a nivel nacional, como de Provincia de Buenos Aires, y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ninguna fuerza política puede excusarse de semejante vergüenza: ahí están, todos ellos, viendo por TV, lo que sucede en las calles, y apelando solo a cruzar los dedos para que nada grave suceda: de un lado de la grieta, Aníbal Fernández y del otro Marcelo D´Alessandro. Y el medio, disputándole el espacio alternativamente a los dos anteriores, el impresentable Sergio Berni, quien seguramente apelará a sus inútiles y televisados sobrevuelos en helicóptero, sacando medio cuerpo fuera de la nave. Y se mostrará mucho más preocupado por ser puntual en el próximo programa de la señora Canosa que en cumplir su función.

Lamentablemente, el que pareciera ser uno de los hechos más significativos de la historia argentina ha dejado al descubierto que los responsables políticos de la Seguridad, en todos los niveles, están más preocupados por su inmediato futuro político, sus negocios, sus mezquindades y pequeñeces, que por cuidar profesionalmente la alegría de la gente.

Pero sobre todo lo que ha quedado demostrado es que la Seguridad no es cosa de técnicos de laboratorio pero tampoco de machos con cara de malos y rápidos para las respuestas de coyuntura, la mayoría de las veces tan vacías como inútiles; cualidades en las que pareciera insistir desde hace tiempo gran parte de nuestra dirigencia política, sin advertir el enorme costo político que pagan, como en este caso, por semejante desatino.