Me fijo en el mapa y lleno de antemano los primeros cuadritos del formulario “Viviendas Particulares”. El código de provincia es 14, Córdoba. El de departamento 021, Colón y el de localidad es 230 Río Ceballos. Después escribo radio y fracción.

Las preguntas son 37 sobre vivienda y 37 sobre población, pero depende las respuestas a veces el formulario adelanta el “Fin de la entrevista” o se saltea varias de las preguntas que siguen porque debido a la última respuesta, son innecesarias.

Así llego a una casa a mitad de mi recorrido y al golpear la ventana me encuentro con la Laurita. Éramos vecinos de la cuadra cuando ella vivía con sus padres en el centro, ahora vive en el segmento que me tocó. No sabía que ella estaba ahí así que, cuando me asomo por la ventana nos sorprendemos los dos:

—¡Laurita!

—¡Danteeee! ¡Noo! ¿Qué hacés? ¡Sergio, mirá quién es el censista! —Sergio se asoma e inmediatamente me abren la puerta pidiendo disculpas por el desorden— no pensábamos dejar pasar a nadie, pero cómo nos íbamos a imaginar que eras vos —dice Laurita mientras Sergio me abrazaba fuerte y el hijito de ambos corretea en el living.

Nos conocemos “de la calle” como dice Sergio. Del pueblo, del Campo de Deportes, de la vida. Es la décima casa que censo y acabo de salir de lo de Alicia que, aunque había hecho la encuesta digital, cuando me reconoció me convidó un café y galletitas de salvado.

Me despedí de Laura y Sergio contento. Los tres chicos que viven con ellos cursan la escuela y los dos grandes de la casa, terminaron y probaron con estudios más allá de la secundaria. Fue la única familia de toda mi vuelta con ese nivel de escolaridad. “Fin de la entrevista”.

Para esta nota tomé un universo de 39 personas que censé a lo largo de unas cuadras. De ese total sólo seis (apenas el 15 por ciento) me dijeron que tenían obra social. PAMI. Todos los demás no tienen ninguna cobertura médica. Me pasó dos veces quedarme esperando que dijeran el nombre de una obra social privada y nada. Varias veces me preguntaron a qué me refería con “cobertura médica”.

—¿Qué es eso?

La casa de Laurita y Sergio —también la de Alicia— es linda. Mosaicos, techo de Losa y la suerte de contar con un baño dentro de la casa. Sin embargo, ellos son privilegiados en ese sector de mi ciudad.

Cuando me anoté en el censo lo hice con la idea de tener un pantallazo real de quienes son las personas a las que les hablo o de las que hablo en mi programa de radio. Me pareció interesante y hasta divertido. Me gusta hacer esas cosas porque cada vez estoy más preocupado por lo aislados que estamos los medios de comunicación de la vida real.

Acabo de ver un posteo de un músico muy querido que se queja de que no hay un cuadradito en la planilla del censo para decir que él vive de la música. Leo y me sorprende hasta qué punto nos cuesta ver el complejo —y monstruoso— mundo que es una sociedad. Acabo de llegar a casa y me senté a escribir con la sensación de que la mayoría de los que censé apenas llega a imaginarse cómo va a comer algo caliente mañana. De hecho, algunos y aunque el censo no lo pregunta, me dijeron que no comen más de una vez por día.

—¿Este hogar tiene baños o letrina?

—No, vamos acá al lado. A casa de la Tía.

Me atendió una chica que respondió amablemente el cuestionario y se puso como jefa de hogar. Fue la primera de las veces que tuve que saltear de la pregunta 15 a la 19 de la página 2 del cuestionario. Esa chica no podía contestarme cuántos baños había en la casa porque sencillamente no había ninguno. Por supuesto tampoco tenía sentido preguntar si el baño inexistente tenía “botón, Mochila o cadena”.

En esa y varias casas más la respuesta a la pregunta 20 del cuestionario vivienda: ¿Este hogar cuántos ambientes tiene en total sin contar baños o cocina?

—Es el mismo. Pieza y cocina.

—¿Y cuántos se usan para dormir?

—Ese

—¿Y cuántos viven?

—Cuatro.

No. No había cuadraditos para llenar el casillero de “trabajo” con la palabra “músico”, pero tampoco podías identificarte como “periodista” o “locutor” o “filosofo”. Las preocupaciones de la progresía nacional a veces son tan ridículas que abruman.

Hice mi planilla y me vine. Estaba muerto de hambre. Me calenté el guiso de lentejas que hice ayer y les conté a mis hijos lo que vi. No quiero ser el padre patético que da ejemplos ridículos. Pero les pedí que me acompañaran al baño y me vieran apretar el botón de la mochila del inodoro. Después les dije:

—Esto es mágico chicos. No todos lo tienen.

Mis hijos, que son hermosos, entendieron. Creo que se pusieron mal y creo que un poco quería que eso les pasara. Ser conscientes del mundo no es gratis y es necesario para querer cambiarlo.

Vi que todos los entrevistados excepto uno que era gringo, tenían piel marrón a negra como la mía o más oscura aún. Sin embargo, sólo dos se autoperciben descendientes de pueblos originarios. Ninguno como afrodescendiente. No nos conocemos ni nos reconocemos nosotros mismos.

—¿Y para qué sirve el censo?

Me preguntó con un poco de desprecio y poniendo en duda el operativo un hombre que vive solo con su hijo en otra de las pocas viviendas de material y con baño interior por las que pasé. Me había dicho que a él le sobraba el trabajo y que era cuentapropista. Además era de las única dos personas que entrevisté que aporta para la jubilación. Repito. Sólo dos de los entrevistados aportan para la jubilación. El mismo hombre había deslizado algún comentario contra los planes sociales unos minutos antes.

Me agarró caliente, así que aunque se enoje Marcos Lavagna le contesté:

—¿¡Vos sabés culiado que el señor que vive acá a 50 metros caga en una letrina!? Para eso sirve.  

Se ve que fui contundente, porque me dijo que no. Que no se lo imaginaba. Y se quedó pensando. Después reflexionó: “Yo sé que hay gente que necesita planes sociales, pero también nos han acostumbrado a…”.

Fin de la Entrevista. No quise seguir escuchando. Lo saludé y puse la calcomanía en la puerta. Vivienda censada. Censo 2022. Indec.

Estuve el fin de semana pasado en Buenos Aires. Los porteños me parecieron tan pobrecitos como siempre. Histéricos, sobrepasados, sin sol en el rostro, sin sol en las calles. Sólo algunos, que todavía están sanos, se dan cuenta. Sin embargo, mientras hacía encuestas en medio de aguas servidas me resultó difícil el contraste entre San Telmo y el barrio de mi pueblo que me tocó censar. Parece increíble que seamos parte del mismo país. Acá hay sol, pero en algunos lugares casi que no hay nada más.

Algunas de las casas censadas son casas iguales que la mía, pero en los lugares más humildes me animé a preguntar oytra cosa que no está en el censo: ¿Cómo hacen para calefaccionar? Uno hombre que me contestaba mirando eso sol, me dijo:

—Así.

Allá también vi zonas de San Telmo donde la pobreza crece e impresiona. La ciudad pasa al lado de ellos sin que su indigencia les llame la atención.

Leo la pregunta 19, de la página 4 del cuestionario del censista.

—¿Tiene cobertura de salud?

—¿Qué es? ¿Cómo?— me contestaron varias personas.

Un señor que no tiene PAMI ni planes estatales de salud ni obra social, quedó registrado en el cuadrito de “ignorado”. Casi como si fuera un registro simbólico de su realidad.

"Cuando me anoté en el censo lo hice con la idea de tener un pantallazo real de quienes son las personas a las que les hablo", dice el autor.
"Cuando me anoté en el censo lo hice con la idea de tener un pantallazo real de quienes son las personas a las que les hablo", dice el autor.

Estudiar

Me parece que en censos anteriores se preguntaba si la gente sabía leer y escribir, pero en este censo no se pregunta. Lo que sí se pregunta es si actualmente se cursa algún estudio y, si esa respuesta es negativa, la pregunta siguiente es si alguna vez asistió a algún establecimiento educativo.

Sólo una persona de las que encuesté cursó la facultad. Uno más hizo el cursillo de ingreso, pero no entró. Otra hizo y terminó estudios terciarios. Hasta ahí y pará de contar. Quizás entre los que hicieron el censo digital haya más, pero de los que entrevisté personalmente la gran mayoría apenas si llegó hasta el primario y muy poquitos lo completaron.

¿De qué país estamos hablando mientras estas cosas pasan? No quiero caer en un facilismo tonto, pero qué mierda puede preocuparle la continuidad del ministro Guzmán al señor que hoy me pasó escrito en un papelito sus datos porque le había pedido a su hermano que se fijara en el DNI su día de nacimiento. Más de la mitad de las personas que entrevisté no tenía dientes y sólo la mitad de esa mitad superaba los 30 años. “Pase a pregunta 19”.

¿Para cocinar utiliza…? En la zona no hay gas natural. Lo llevó el gobierno provincial, pero el municipio no supo cómo hacer para llevarlo a la casa de sus vecinos. La gente compra gas en garrafa, porque la plata para el tubo de 45 es imposible de juntar. 

Este texto debe estar plagado de horrores de ortografía. Lo lamento, pero me doy cuenta de que estoy triste, angustiado. Por un lado me maravilló la impresionante dinámica desplegada por el Estado para el censo. Sin embargo sentí todo el tiempo que hago periodismo para una elite que tiene tiempo de escuchar, pero no le preocupa demasiado el mundo en el que vive. Por mi parte, me sentí bastante hipócrita cuando hablo de todo como si fuera alguien realmente comprometido.

¿Qué clase de sensibilidad poseo sino tengo la más puta idea de lo que pasa más allá de mi propia tribu?

Pregunta 24. ¿Este hogar tiene Internet en la vivienda? Apenas el 30 por ciento me dijo que sí. ¿Celular con Internet? Ahí subió un poco. Casi el 70, pero se me hace que muchos pagan planes para Whatsapp y no para navegar. ¿Computadora, Tablet, etc…? Sólo en tres casas.

La imagen de Milei se me cruzó varias veces por la mente. Las personas que visité parecen olvidadas, pero si no fuera por el Estado (Pami, ANSES, el Centro de Sauld, los hospitales públicos, las pensiones) directamente estarían muertas. El crecimiento de Milei en las encuestas se me ocurre directamente proporcional al olvido de la existencia de las personas que conocí hoy. Desde hoy no creo más en las encuestas. No creo que más de dos de las personas que entrevisté hayan hecho un zoom en el último año.

El intendente de Río Ceballos —es el hermano seudo peronista de la Coneja Baldassi (esa hermandad es casi su único mérito político)— el “hermano de” publica todos los días fotos divinas y llenas de luz en Instagram, pero en ese sector donde censé y que vota al peronismo, sólo el 30 por ciento de los encuestados tenía Internet  en sus casas.

No era parte de la encuesta y no correspondía, pero apuesto la cabeza que si les preguntaba por Baldassi, Schiaretti o Alberto Fernández a muchos de los entrevistados no hubiesen podido decirme ni quienes son, ni si alguna vez sintieron que hacían algo por ellos. Pregunta 09. ¿En este hogar hay alguna persona que tenga dificultad o limitación para caminar o subir escaleras, recordar o concentrarse… comer, bañarse o vestirse sola?

—¿Para comer? Si. No hay plata —me interrumpió un señor casi como si hubiera estado esperando que le pregunten.

—No, acá se refiere a problemas de movilidad, a comer solo —le expliqué.

—Ah. No. Yo comer puedo. No tengo —se rió.  

Censistas con ganas.  

Quiero decir muchas cosas. Sólo en nuestra zona había dos docentes hermosas (una fue maestra de mis hijos) coordinando con ganas y buena onda a tipos que como yo les preguntábamos las mismas estupideces diez veces por minuto. Las planillas estaban bien hechas, los lápices funcionaban, los planos estaban bastante correctos y, aunque faltó comida para el almuerzo, hubo té y café caliente al salir y al llegar.

Es cierto que la App de los censistas fue un desastre y complicó todo, pero hasta el más inútil (que puedo ser yo) de los que participó del censo mostró un compromiso hermoso y me parece que, aunque algunos lo pueden haber hecho por la plata (unos 6 mil pesos) la mayoría lo hizo también por algún tipo de compromiso ciudadano.

Es impresionante el censo. Ojalá sea la foto que necesitamos.

Me impresionó la cantidad de gente sola que entrevisté. Sobre todo tres pensionados que me dijeron que lo que cobran no les alcanza más que para ver la televisión abierta y pagar la luz, el agua y un teléfono: “Por las dudas”. Conversando pensé en cuán necesario es que haya políticas para los adultos mayores.

Las personas más pobres no me hicieron pasar a su casa. Había algo de vergüenza por vivir como viven. Hice lo que pude por no incomodarlos. En cada calle por la que pasé, había chicos jugando al fútbol. También adolescentes a caballo.

Un golpe al corazón

La última casa que visité me esperaba con la sorpresa más difícil. Estaba al final de la calle. Mientras me acercaba vi las paredes teñidas con una pintura a la cal que tapaba la palabra kiosco. No alcance a ver si la puerta de entrada tenía abertura, pero me di cuenta de que no era una casa, sino más bien un rancho casi abandonado. También se notaba que no eran inquilinos, sino más bien ocupas. Una mujer morocha estaba sentada en una silla de plástico bastante rota. Miraba para abajo como ensimismada en sus propios pies. No la reconocí, pero cuando me escuchó, se levantó enérgica y vino riendo a abrazarme.

—¡No te puedo creer que me toques vos, Dante! ¡¿Cómo está la Vicky?!

Gritó mientras se levantaba. En mi pueblo mi mamá es famosa y yo siempre seré “el hijo de la Vicky”. Cuando pude ubicarme me di cuenta de quién era y comenzamos la entrevista. Quiero ser cuidadoso. El censo como dije antes no habla de músicos ni de periodistas, pero al sentarme en la sillita que me prestaron los dueños de casa, me preocupó que no hablara de consumos problemáticos y de soledad.

NS tiene unos poquitos años menos que yo. De todos los encuestados es quizás la persona que vi más deteriorada, seguramente porque la conozco de una época en que era muy diferente a hoy.

Pregunta 9, página 5, columna población: ¿Alguna vez cursó o asistió a algún establecimiento educativo?

—Si.

—¿Qué nivel?

—Universitario. Podés creer Dante. Yo fui hasta tercer año de la facultad. En Río Cuarto. Vos no sabés lo que era esa universidad. No sabés lo linda que eran las aula. A mí me encantaba. A veces pienso y no puedo creer que yo…

Los ojos de mi censada se llenaron de lágrimas hablando de un futuro que desapareció de su horizonte. Censar fue sobretodo ver realidades, enfrentarse a ellas. Yo la miraba y me fue difícil contenerme. Primero me había dicho que “recién se mudaban”, después con la encuesta me dijo que “alquilaban”. Finalmente me aseguró que estaban allí “de prestado”.

—Pero tengo miedo Dante. ¿Vos no me podés ayudar? ¿Alguien que me consiga un lugar?

—¿Y has probado con la municipalidad? Yo puedo tratar de decirles a ver si te pueden ayudar.

—Capaz…  si ustedes les dicen.

En la encuesta ella quedará en el mar de censados como alguien que busca trabajo, que no tiene obra social, ni Internet, pero tampoco dificultades o limitaciones para subir escaleras y demás. También dirá que no tiene mochila de arrastre de agua en el baño y que vive en una casa prestada, pero a mí no me dejó dormir la idea de que es la persona que más avanzó en sus estudios entre todos los que encuesté y que, por una u otra razón, lo sociedad argentina la ha llevado allí, a ese rincón perdido de mi pueblo donde vive de prestado y pidió ayuda al primer conocido que se cruzó por su camino. El hijo de la Vicky.

Comprobante Censo HCLMSS. Fin de la entrevista.