Como una gota fui de la marea
la playa me hizo grano de la arena.
Fui punto en multitud por donde fui
nadie me detectó y así aprendí.
(Casiopea, S.Rodríguez)

Dice Marta Sagadín, militante histórica del Movimiento de Mujeres de Córdoba, que las feministas “viejas” fuimos de la militancia social al feminismo; y que las jóvenes hoy van del feminismo a la militancia social. Este es uno de los méritos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito: una experiencia social y un fenómeno político que excede sus objetivos específicos para convertirse en un ejemplo de construcción democrática.
En tiempos de redes y de inmediatez, el negacionismo -tan frecuente en sectores resistentes a los derechos humanos- puede pretender instalar explicaciones de generación espontánea, o de “modas pasajeras”, ocultando la genealogía subversiva que explica la masividad y consolidación de la “ola verde”.

Ese origen está señalado en el 2005, cuando se formaliza su lanzamiento público. Pero la historia había empezado algunos años antes en los talleres de los Encuentros Nacionales de Mujeres. Por aquellos tiempos hablar de “militancia” era algo marginal, y muy estigmatizado. Veníamos del escepticismo heredado de las frustraciones posteriores a la primavera democrática, los cinco presidentes en una semana y la dispersión de las asambleas del 2001.

Es en ese contexto que el Movimiento de Mujeres instaura sus prácticas de participación política horizontal, plural y de construcción efectiva de poder, inédita en cualquier otro espacio.
El sentimiento que recuerdo con más fuerza de las primeras “PlenariAs” a las que asistí es la sorpresa.

Hasta el día de hoy me suena increíble la existencia de aquellas extensas reuniones junto a otras 100 o 200 personas, en las que se establecía un temario rigurosamente ordenado y respetado, donde la información se compartía solidariamente, sin jerarquías ni abusos en el uso de la palabra, en el que las disidencias se explicitaban y debatían con argumentos, donde las propias posiciones personales muchas veces se modificaban durante el debate, donde cada decisión se tomaba por consenso y los aplausos cerraban las jornadas con lágrimas de emoción por la tarea cumplida.

A lo largo de esos primeros años, dedicamos horas y horas de palabras. Horas y horas de encuentros.

Horas y horas de estudio. Horas y horas de lecturas. Las Plenarias nacionales se multiplicaron en las provincias, en las organizaciones. Aprendimos cómo se redacta una ley, cómo funcionan las cámaras y las comisiones, cómo se rigen los tiempos legislativos. Una y otra vez, revisar el proyecto, discutirlo, actualizarlo. Y más horas: intercambiando propuestas en la lista de correo electrónico, acordando agendas comunes de acciones de visibilidad, consignas, estrategias.
Tiempo y más tiempo dedicado a una causa común, de construcción colectiva, que no sólo carecía de prestigio, sino que en muchas situaciones nos ponía en riesgo. El pañuelo verde no era santo y seña como hoy, en cada mochila. Por aquellos días esperábamos los Encuentros o las marchas para poder usarlo, protegidas por el puñado que éramos. La marea era todavía unas cuantas gotas verdes, desparramadas, pero tenaces.

Recuerdo compartir con las compañeras de diferentes provincias nuestras contradicciones y los malabares para compatibilizar la “militancia” con las profesiones, los trabajos y los tiempos de cuidado familiares.

Pensar en aquellos orígenes me trae imágenes de reuniones atravesadas por cochecitos, mamaderas, libros de cuentos, lápices de colores, tareas escolares, hijos/as dormidos/as en brazos. Y preguntarnos: ¿cuánto tiempo más llevará?

Hoy nuestrxs hijxs marchan junto a nosotras, y nos roban los pañuelos para regalarle a algún/a amigo/a.

Heredan la satisfacción de ser gotas en la marea, punto en la multitud, aprender de otras, construir con otras.

Nos confirman la confianza en la siembra organizada, plural, horizontal. Nos afirman la certeza en un futuro donde la democracia crece desde el pie. Será ley.