Por Manolo Lafuente

Tantas veces el arte se ha adelantado a la realidad, que hasta se podría suponer

que la crea. Cortázar escribió su relato más breve, “Continuidad de los parques”

en 1964 cuando se podría decir que el mote de gorila no le sentaba tan mal, y el

de marxista aún no pintaba.

Una sinopsis no puede sino ser injusta, pero si es buena quizás pueda conservar

algo del espíritu del total. El lector-hembra (según Julio) es pasivo. Y apoltronado

en su sofá, lejos del mundanal ruido no quiere problemas sino soluciones; menos

“falsos” problemas ajenos que le permiten sufrir sin comprometerse en el drama

que también debería ser suyo. Al final del cuento, el drama de los personajes con

los que no quiere comprometerse es notoriamente el suyo propio. Y termina

siendo víctima fatal de lo que tanto se quería distanciar. Asesinado por la realidad.

Marcelo Figueras lo trae a estos días, con su interpretación en “El cohete a la

Luna”, “lo que hace Cortázar es recordar que es (un) acto de evasión en que

incurrimos todos los lectores y los espectadores –sumirnos en una trama acotada,

controlada por el /la autor/a- nunca borra del todo la trama real en la que estamos

inmersos y vemos, de la que no necesariamente somos el héroe o la heroína.

Pero estoy seguro que todo esto lo considera Córtazar mientras escribía.”

Y finalmente o casi, Figueras remata "lo que no pudo preveer es que, ya

arrancado el siglo XXI que no llegó a pisar, viviríamos en sociedades tan inmersas

en relatos que la tecnología vuelve persuasivos – políticos, sociales, culturales,

que terminaríamos confundiendo lo ficticio con lo real".

Verne no escribió el ARA San Juan: veinte mil mentiras de viajes submarinos.

La Gendarmería no puede educar, sino educarse: no matarás.

Algunos parques (verdes sólo de milicos) no debieran tener continuidad.