Por Marcelo Taborda*

“Creo que un discurso que sostiene o ha cristalizado a la Argentina como un país amigable y abierto quizás ha tenido un fundamento más eurocentrista. En realidad, en relación con los países limítrofes, en los distintos momentos de la historia predomina tal vez una mirada menos benévola que tiene que ver con la jerarquización de los mismos países dentro de la región”, dice Estela Humérez, licenciada en Psicología, profesora y traductora de inglés por la Universidad Nacional de Córdoba y maestranda en Bioética en la Facultad de Ciencias Médicas.

“También creo que hay que pensar en distintos aspectos para analizar la relación de la Argentina con los inmigrantes de países limítrofes. Uno tendría que ver con la legislación, otro quizá con lo cultural y otro, con lo social”, agrega Estela que, como sus padres Nelly y Roberto Humérez, pioneros de la colectividad boliviana en Córdoba, es referencia insoslayable para abordar el sentir de los migrantes en Argentina. Lo que sigue es parte del diálogo con REDACCIÓN MAYO.

–¿Podría decirse que en Argentina hay diferentes “clases” o “categorías” de migrantes y que la mayor o menor inserción, la discriminación o los estigmas tienen relación directa con esas categorías?

–Las miradas de exotismo, con cierto nivel de desconocimiento de las prácticas culturales, han hecho que la relación no sea realmente solidaria y eso puede traer aparejado algunas reacciones o repliegues de los migrantes en cuanto a sus prácticas o creencias, ya que al ser vistas como desde otro nivel, pueden resentir fibras muy profundas. Cuando uno se mueve de su tierra natal trae todo un acervo que intenta reproducir en los lugares de destino de la mejor manera para conservar esa identidad, produciendo a veces ciertos conflictos con los sentidos de pertenencia. La mirada de los otros, de los países receptores, en este caso Argentina, puede favorecer u obstaculizar esa construcción de identidad que debería darse en un abrazo solidario y no desde una mirada hacia lo exótico o diferente, cuando no de banalización en algunos casos, sin encontrar los sentidos profundos y auténticos de quienes se mueven y dejan su lugar natal.

-¿Cómo se manifiesta ese conflicto?

-Esto se relaciona directamente con esa socialización que se puede dar entre quienes han nacido en este país y quienes lo eligen para vivir. El desconocimiento es siempre el peor enemigo. Buscar la forma de acercarse, de lograr el verdadero encuentro allana muchas veces el tipo de relación que se puede lograr. La ignorancia pone una barrera; el prejuicio es otro gran obstáculo. El racismo, la discriminación, esas miradas que quizá tienen otras raíces, son resultado de ciertos temores a lo diferente, a lo extraño y eso tiene distintas modalidades de acción y de reacción. Siempre hay posibilidades abiertas en esta Argentina, que en distintos momentos históricos tiene avances y retrocesos en cuanto a sus políticas migratorias; y también en cuanto a su sentido de pertenencia a la región y en el considerar a los hermanos y hermanas procedentes de los países limítrofes como conciudadanos, para poder desde allí mirar un enfoque de equidad.

–¿Cómo ve la integración de la comunidad boliviana en Argentina hoy y qué evolución ha tenido esa inserción a lo largo de los años?

–Creo que el concepto en sí de integración es resistido por la mayoría de quienes componen la colectividad boliviana, pero siempre hay que considerar que hablar de la comunidad boliviana como un todo sería un error, porque es bastante heterogénea. Los motivos, las razones de la migración, los lugares de procedencia, hay distintos aspectos para analizar el perfil de los que venimos a Argentina. Pero este concepto de integración es resistido desde la idea de preservar, de reproducir y de reinstalar toda una serie de prácticas que uno trae del lugar de origen. Eso a nivel familiar, a nivel social, durante años ha estado muy firme.

-¿Podría ampliar la idea de resistencia la integración?

-El concepto de integración como adopción de las formas en el país de destino es resistido y en la comunidad boliviana se da con un sello bastante particular, que tiene que ver con un orgullo muy firme de ser quien uno es, con todo el respeto por lo nuevo y un interés por conocer todo en los lugares de destino, pero de ninguna manera resignando las prácticas de lo que uno ha aprendido en la familia y de lo que siente como propio en una construcción de identidad. Unos 40 o 50 años atrás, era un problema lograr la asistencia a las escuelas si no se tenía el documento nacional de identidad. Lo mismo pasaba con los servicios de salud y otras garantías sociales. En eso se puede decir que ha habido distintos avances desde lo cultural, lo social. También esta presencia ha sido lograda por un lado por el número, somos una comunidad migrante mayoritaria y,  por otro lado, por el carácter mismo de este sentir boliviano, con valores muy concretos, unos valores comunitarios que han afianzado los nexos de solidaridad entre los connacionales y también tratado de hermanarse con quienes han respetado esas prácticas y costumbres.

–¿Cuáles serían las problemáticas más urgentes para atender entre los inmigrantes bolivianos? ¿Salud, educación, empleo…?

–Si entendemos que los motivos inmediatos de la movilidad humana se relacionan en general con la búsqueda de nuevas y/o mejores condiciones para el trabajo, para el estudio, especialmente acá en la región y hablando de los migrantes bolivianos en relación a la Argentina, tanto las necesidades como las formas de ir acomodándose en los destinos tienen que ver con estos hábitos de trabajo y estudio principalmente. Los desafíos van por ese lado; las necesidades inmediatas y también las puertas de acceso y los canales para una mejor acomodación en los nuevos destinos van por ahí. Los migrantes o hijos de migrantes se acomodan a estas estructuras y allí se ha podido lograr que esos derechos a la salud y a la educación sí estén garantizados, que no se necesite esa formalidad del DNI como era años atrás. Ha sido todo un avance y una lucha de mucha gente y hubo también un contexto internacional donde se dio el crecimiento de los flujos migratorios y las consecuencias que traían para las personas que cruzaban fronteras haciéndonos ver que esto también es un derecho.

–¿Qué ejemplo de integración de la comunidad boliviana en Córdoba se podría mencionar?

–En el ámbito que tiene que ver con la educación, muchos niños y jóvenes de familias conformadas por personas migrantes y de nuestra colectividad, adquieren un alto nivel en sus trayectorias escolares y académicas. El sentido de responsabilidad  respecto a las posibilidades de estudio siempre está presente y de esta manera se logran destacar respondiendo a un sistema absolutamente discutible. Creo que ahí sí podríamos hablar de este concepto de integración como el de aceptar unas formas ya predeterminadas e impuestas en las cuales estos niños y jóvenes se adecuan y pueden avanzar en sus trayectorias académicas. También en algunos ámbitos laborales formales, quienes han tenido acceso a ellos pueden integrarse, pero ahí también es interesante poder analizar el sentido que los lleva a la adecuación a estas formas y maneras predeterminadas; como que siempre habría algo más que la persona migrante o procedente de familia migrante tendría que demostrar. Como si el buen inmigrante, que sería el aceptado por las sociedades receptoras, por llamarlas así, tuviera que hacer siempre algo más para ser reconocido y para que se valoren los trabajos, esfuerzos o respuestas a las distintas exigencias de los ámbitos que nombré.

–¿Y cuál sería la forma más inaceptable de discriminación o avasallamiento de derechos?

–Hay que considerar el profundo sentimiento psíquico que producen algunas acciones discriminatorias, xenófobas. Lo que tiene que ver con el desprecio de la nacionalidad boliviana en este contexto, en ciertos sectores de la sociedad, realmente es grave. Acá en Córdoba, por ejemplo, sabemos perfectamente que la palabra que denomina nuestra nacionalidad, boliviano o boliviana, muchas veces es utilizada con un sentido peyorativo. Igualmente, los rasgos físicos que tienen que ver con los pueblos originarios también son como despreciados. En el primer caso es una parte radical de nuestra identidad, la de nuestros padres, nuestra familia; y en el caso de la parte física, con todo lo que tiene que ver con la aceptación de nuestros cuerpos, las consecuencias son o podrían ser bastante caóticas y poner en riesgo nuestra salud mental en primer lugar y nuestra salud en general, que es en realidad una salud integral. Por eso hablo que el poder responder saludablemente en ciertos ámbitos como en el trabajo y en la educación implica haber superado un montón de barreras que por ahí están cristalizadas, pero que no están tan visibilizadas.

–¿Cómo se organiza una comunidad como la boliviana para visibilizar sus necesidades e incorporarse a otra sociedad sin dejar de defender su identidad? 

–La heterogeneidad de la población migrante de la colectividad boliviana complica un poco las formas de organización. Los diferentes motivos de migración, distintos niveles de educación… Estas diferencias, que están tan presentes todo el tiempo, en algún momento erosionan también los valores comunitarios y las posibilidades de encontrarnos como un colectivo que pueda organizarse y luchar para superar los desafíos del presente y para lograr los objetivos necesarios de un desarrollo saludable. En algunos casos, uno tiene la mirada en el país de origen sabiendo su historia, todo el movimiento político en los últimos años, de tal manera que puede observar allí ejemplos de modalidades de organización. Sin embargo, hay un aspecto que ha sido más efectivo y tiene que ver con lo cultural. La colectividad durante muchos años ha ido conformando a través de las artes y de la cultura una presencia concreta que nos ha fortalecido como colectivo, que nos da una cara muy concreta, con ciertos riesgos, como ya hemos nombrado, de que algunos pueden mirar esto como exotismo. Pero también en muchos casos ha servido para reafirmarnos en una construcción de identidad que nos permite fortalecernos y así poder convivir mejor.