Todos tenemos una vaga representación de aquel bello joven griego sobre quien pesaba la advertencia sobre contemplar su propia imagen. De su paseo por el bosque persiguiendo a la ninfa Eco (según la versión de Ovidio), de la fuente en la que se detiene a beber, del reflejo que lo cautiva (“Y admira cuanto es en él admirable, y se desea y se busca y se quema, y trata inútilmente de besar y abrazar lo que mira, ignorando que es sólo un reflejo lo que excita sus ojos; sólo una imagen fugaz, que existe únicamente porque él se detiene a mirarla”), y finalmente de su consumo de sí, olvidado de alimentarse durante días. La hibris de Narciso es transgredir esa advertencia y caer presa del amor a sí mismo. Freud vio en este mito un aspecto central del ser humano, ya no como una patología o el exceso de un goce sin límites, sino un aspecto inaugural que al tiempo que funda la imagen de sí, puede volcar su interés en un afuera. Lacan fue quien, en el momento inaugural de su enseñanza, pone el acento en ese “nuevo acto psíquico”, al que llamó “estadio del espejo”. Del mito al espejo y, podríamos decir, del espejo a las pantallas, narciso debe ser revisitado de tanto en tanto para preguntarse por los modos de subjetivación de cada época, por los modos de representación de sí. Ese será el objetivo del próximo Seminario Internacional del CIEC (Centro de Investigaciones y Estudios Clínicos, asociado al Campo Freudiano) los próximos 21 y 22 de abril. Para adentrarnos en este tópico, entrevistamos a Pilar Ordoñez, una de las encargadas de su organización. 

 —El psicoanálisis se caracteriza por un uso especializado de palabras que vienen del lenguaje común o popular. Con el narcisismo pasa algo a ese estilo. El esfuerzo de Freud pareciera ser el de darle al narcisismo un estatuto central, más allá de todo tipo de patologización psiquiátrica o banalización del sentido común. En esta época es necesario revisitar el concepto de narcisismo para sacarlo de la sospecha y la delación... ¿qué del narcisismo hoy?

—La categoría de narcisismo se introduce en la clínica bajo sospecha. Es cierto, el gran esfuerzo de Freud está puesto en sacarlo de ese lugar denostado y usarlo para explicar una serie de fenómenos que tocan nuestra vida cotidiana. Por ejemplo se pregunta, porqué nos fascinan los bebés, ellos que se ven tan satisfechos consigo mismos, sin remordimientos ni autocrítica. Hoy, podemos poner a las mascotas a la par de los niños, ya que en nuestra sociedad se dedica mucho tiempo, dinero, energía, a su cuidado. Como en el caso de los gatos, se ven tan inaccesibles y completos que pasamos a adorarlos. Los admiramos porque mantienen una concentración sobre sí mismos, parecieran no preocuparse por nadie más y cada tanto nos dedican un gesto amable. Los admiramos porque envidiamos que no hayan tenido que renunciar a estar centrados sobre sí, ese estado se nos suele volver deseable. 

La cuestión que quiere demostrar Freud es esa: necesitamos que el narcisismo llegue a producirse en un momento dado, para amar nuestra imagen, para poder constituir nuestro Yo. Pero, ese narcisismo necesario, no debe estancarse en sí mismo, debemos ceder un poco de ese amor ego centrado, para ponerlo a circular en las cosas del mundo: lazos sociales, familia, trabajo, arte, política, dinero, etc… Freud destaca la importancia de este movimiento y su retorno. Cuanto más sube el nivel del amor a sí mismo, más se repliega el mundo que nos interesa, y cuánto más libido ponemos en los objetos, nos quedamos con menos reservas de amor propio. La trampa está en los dos polos, no debe estancarse ni en el Yo, ni en los objetos, hay una dinámica que es fundamental.    

—¿Por qué narcisismos?

 —Es cierto, elegimos pensar el narcisismo en plural para este Seminario Internacional, porque captamos que es un concepto que nació siendo, al menos, dos. Freud lo dividió en primario, el fundante, y luego a los retornos del amor sobre sí mismo, los llamó secundario. Por ejemplo, hay un narcisismo secundario cuando alguien se enferma, o sufre un duelo y toda la atención se vuelve sobre su padecimiento. Mientras dura la tristeza, le importan menos cosas del mundo. Pero usamos el plural, sobre todo, porque pensamos que hay un narcisismo clásico, ligado al amor a la imagen y otro narcisismo, que nos interesa interrogar y estudiar, que aparece en las consultas, que implica un lazo amoroso con el cuerpo propio y con los otros cuerpos. El narcisismo vital y el narcisismo mortífero, bueno, esas facetas se presentan de manera diferente cuando la superficie que refleja no está en la naturaleza, sino en las pantallas tecnológicas. ¿Para qué usan los jóvenes los avatares?, ¿qué clase de satisfacción se juega en el sexting?, ¿las pantallas conectan o interfieren, qué clase de problemas nuevos traen y qué nuevas soluciones? 

—Oscar Masotta da dos indicaciones que sorprenden porque contrarían el sentido común: la asociación del narcisismo con la agresividad por un lado, y, en una misma dirección, la indisociable vinculación entre el narcisismo y el otro. ¿Cómo pensás que se dan hoy estos vínculos?

—Tu pregunta apunta a asuntos muy complejos. Masotta sabía leer esa complejidad en los textos de Lacan. Porque plantea que el otro, como semejante y compañero, es necesario para constituir la imagen corporal. Los padres lo intuyen tempranamente y empiezan a pensar que es mejor para los niños encontrarse con otros niños para jugar. Esa relación  especular que se establece con el otro, es necesaria para armar la imagen del cuerpo y el Yo. Es necesaria, pero no suficiente. Porque esta simetría imaginaria con el compañero, el par, el doble, puede volverse agresividad impiadosa, si no aparece un elemento tercero. El fenómeno de “la patota”, el ataque grupal a otro que simplemente es diferente, aunque más no sea porque viene caminando en sentido contrario por la vereda, ese fenómeno, tiene que ver con la agresividad que puede engendrar el narcisismo cuando queda mortalmente encapsulado en este eje del semejante. Se golpea al otro para matar en él lo que rechazo de mí, lo que se agita en mí y no responde a la forma en la que yo me idealizo. También en el campo político se pueden ubicar consignas que responden a esta lógica, por ejemplo, “Nosotros o ellos”, ilustra la encerrona a la que nos puede llevar el narcisismo estancado.  

Pilar Ordoñez es autora del libro Otras medidas.
Pilar Ordoñez es autora del libro Otras medidas.

—Freud hace coincidir el narcisismo con el cuerpo. Usa una metáfora que dice algo más o menos así: si la líbido se retrotrae al cuerpo puede ser bueno y placentero en un principio, pero luego se torna angustioso, por eso es necesario que la libido salga del yo y del cuerpo... ¿cómo pensás que se da esto en una época que hace un culto exacerbado al cuerpo bello y saludable?

Podemos distinguir dos formas del narcisismo, que Lacan señala al leer a Freud. Una responde a los modos en que alguien se cree encantador, se siente bien mirado, es la sensibilidad de la “celebridad”. No me refiero a nada excepcional, las fotos que ponemos en los perfiles de las redes, por ejemplo, responden a este modo del narcisismo. La otra forma del narcisismo es menos evidente, en algún momento se proyecta sobre el otro esa perfección y se lo idealiza. Entonces, ya no soy yo el perfecto, es el otro. El otro idealizado es el lecho de Procusto contra el cual refrendo todos mis atributos o logros. El sujeto se transforma en un “seguidor aplicado” de ese ideal. Por supuesto que ese ideal nunca está definido tan claramente y apenas alcanza la talla, se le corre la vara, y así hasta el infinito. Este ideal, por ejemplo, el “cuerpo saludable” o la “bella forma”, es una construcción que tapa justamente el agujero que no queremos enfrentar. Es un velo que cubre y por eso mismo es un índice de que estamos cerca de algo que nos puede producir horror. Es una evidencia que, por principio, el cuerpo que tenemos nunca nos deja conformes. En él anida algo que nos inquieta. Es propio, pero a la vez nos resulta ajeno. Requiere un trabajo subjetivo tener una relación amorosa con el cuerpo. El narcisismo nos sirve, en principio para armar una unidad, una buena forma, es lo que reúne el “cuerpo fragmentado”, pero también puede tener su cara mortífera que empieza a reclamar cada vez más, en un intento de adecuarnos a los ideales. Lo mejor puede convertirse en una exigencia y entonces pasa a ser lo peor. Lo orgánico, lo vegano, lo sano, no son una propiedad benéfica en sí misma, dependen de la manera en que se las viva.

— Freud piensa el narcisismo como un intermedio entre el autoerotismo y la elección de objeto, es decir entre el mundo cerrado del cuerpo propio como fuente de placer y la búsqueda de un afuera, una alteridad. Lo que introduce una diferencia entre el autoerotismo y el narcisismo es una palabra que también es clave: amor. El amor a sí mismo, el amor a otro. ¿Cómo entra el amor en esta serie?, ¿cómo pensás que se vive el amor hoy?

—Estamos en un momento inédito de la civilización. Hay cuerpos que valen menos que un guijarro y pueden ser usados como reservorio de órganos de repuesto. Otros que, con los adelantos de ese mixto que arman la ciencia y la técnica, son intervenidos, transformados, y luego se pueden ostentar. Esas transformaciones a veces son soluciones que se imponen y a veces son distorsiones que alivian. Resalto algo que mencionaste, la diferencia. La diferencia, pensada como diferencia social, como diferencia sexual, no es nueva. Lo nuevo es la prevalencia de los cuerpos a la hora de pensar la diferencia en cuanto tal. En cierta medida Lacan participa de la movida actual que radicaliza la diferencia basada en una experiencia singular de satisfacción que se siente en el cuerpo.  Con una salvedad, en la práctica del psicoanálisis lacaniano, cada cuerpo hablante es tomado por su singularidad, más acá de las identificaciones del yo y más allá de cualquier clasificación construida socialmente.

Hay una experiencia de satisfacción que se juega para cada uno, en la mayor soledad y que paradojalmente nos permite hacer lazo con los otros. Despejar ese rasgo incomparable, y llegar a amarlo, es la clave de la aventura psicoanalítica.

Un atolladero anacrónico es el mandato de amar al prójimo como a sí mismo. Otro más actual es el del individualismo, que cree en una autonomía narcisista que puede prescindir del otro. Podés amar tu imagen, podés amar un rasgo en el otro, pero lo más difícil es amar la diferencia, esa diferencia que nos habita. 

—Vivimos en una época técnica que por un lado nos incita a diferenciarnos, a afirmar nuestro yo como una identidad diversa, al tiempo que iguala y acota la experiencia a cierto modo de la virtualidad. "Tiranía del yo" que no asume riesgos, sino que se recubre en las redes tecnológicas para protegerse de algo que Freud remarca en varios lugares: el narcisismo es el lugar de las heridas. ¿Cuáles pensás que son las heridas narcisistas que implica esta época para los sujetos?

Primero, ¿Qué es una herida narcisista?, todos la hemos vivido. Algo que le parecía obvio al Yo, y que de golpe se revela que no era así. El Yo tiene forma de burbuja, y se hincha en una palpitación a la vez voraz y precaria, siempre a punto de explotar. Freud descubre tres heridas clásicas. Nos toca a los psicoanalistas captar cuáles son las actuales. Hoy se impone un nuevo modo, el de la supuesta auto determinación, el modo self made man, el emprendedor de sí mismo. Un individualismo de masas que intenta hundir la diferencia en un mar homogéneo, una corriente muy fuerte que superpone la identidad, el yo que habla y un modo de gozar. No hay manera de percibirnos, de constituirnos, de amarnos, si no pasamos por el otro. Así entiendo la tiranía del Yo. Varios psicoanalistas ubican imperativos contemporáneos, pero creo que Jacques-Alain Miller da en el clavo cuando dice que se impone la afirmación “soy lo que digo”. Te diría que el narcisismo contemporáneo afirma “Yo sé qué quiero hacer con mi cuerpo, todo el tiempo. Mi cuerpo es mío”. La herida es tremenda, tener un cuerpo exige un camino de amar lo diferente, el cuerpo siempre tendrá algo de impropio que aprendemos a albergar.

¿Otra herida?, surge de otro imperativo. El psicoanálisis reconoce que no hay camino posible sin los derechos del hombre, del niño, la niña, los del individuo, los colectivos, las conquistas feministas, las sociales y un importante etcétera que deseamos se amplíe. Pero el problema es el derecho a gozar. Algo que se parece más a un derecho del consumidor, es un blef. No existe la justicia distributiva respecto del goce. El tono de capricho y la fuerza imperativa del consumo, hace que se transforme en un mandato, ¡goza y no pares de gozar! Hay que pensar las nuevas preguntas que introduce el objeto tecnológico, ese que evita que pasemos por la presencia, por el cuerpo del otro. Hacer lugar al goce de cada uno no es lo mismo que empujar a una satisfacción compulsiva, mortífera y alienante.

Quizás me arriesgaría a ubicar esas dos heridas contemporáneas. ¡El mundo no es justo! y ¡No soy lo que digo! Pero son temas que estamos investigando. De hecho, varios psicoanalistas, el 21 y 22 de abril nos encontraremos en la ciudad de Córdoba para poner al día y cuestionar nuestros saberes sobre el narcisismo. Las soluciones y las distorsiones que este amor a sí mismo introduce en el cuerpo. Tendremos un invitado de prestigio internacional, el Dr. Marcus André Vieira, que viene desde Río de Janeiro. Trabajaremos problemas clínicos, que nos permitan poner este concepto clásico, a la altura de nuestra época. El narcisismo que sirvió para acusar de patológico un modo de ser, puede aportar soluciones muy singulares a la hora de amar el cuerpo.