Cuando suena el timbre para entrar al aula, comienza un desfile de adolescentes “zombies”. Somnolientos y desganados se ubican en sus bancos, deseando más que nada seguir en la cama. 

Es que los adolescentes son búhos, según denomina la cronobiología a quienes son más vespertinos para realizar las actividades diarias. Mientras que en la otra vereda, ubica a las alondras, para quienes la mañana es el horario ideal y por lo general corresponde a los adultos. 

La división la define el reloj biológico, la parte del cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Si bien todos los tenemos, no mide la misma hora en cada persona. 

“En la adolescencia las agujas del reloj biológico marcan un horario más tardío, con lo cual tienden a hacer todo más tarde. Se piensa que se debe a un patrón cultural, que se acuestan tarde viendo televisión, chateando con los amigos o jugando en la computadora, entonces luego no se pueden despertar. Pero esto se monta sobre un mandato biológico”, explica Diego Golombek, director del Laboratorio de Cronobiología en la Universidad Nacional de Quilmes.

De no ser que al día siguiente deben madrugar para ir a la escuela, esto no sería un problema. Sin embargo, la mayoría de los colegios secundarios marca su horario de ingreso entre las 7 y las 7:30.

“El cerebro naturalmente requiere de media hora para ambientarse y comenzar a despertarse, alcanzando la plenitud de todas sus funcionalidades después de tres horas de levantarse”, describe la neuropsicoeducadora Elena Kuchimpós y continúa: “Entonces para que un chico rinda en la primera hora de clase, debería estar despertándose a las 4 para llegar al colegio a pleno”. 

Según Golombek ese horario de entrada es “extremadamente temprano, por lo cual los chicos están literalmente dormidos, aunque tengan los ojos abiertos. Tardan varias horas para estar bien despiertos y lo logran, sobre todo, si están expuestos a la luz natural”. 

Foto: Ezequiel Luque
Foto: Ezequiel Luque

Exigir al reloj biológico, es decir pedirle al cerebro que esté alerta cuando debe estar descansando, tiene sus consecuencias. Así que los adolescentes se acuesten de trasnoche, duerman poco y con pantallas, impacta en su salud física y emocional. De esta manera, en general, están somnolientos, de mal humor y su desempeño escolar no es satisfactorio. 

Para Kuchimpós, por las pocas horas de sueño y los estímulos constantes del entorno el cerebro está permanentemente alerta y de esa manera no descansa. “Un cerebro estresado no está en condiciones y afecta las habilidades sociales, empiezan a debilitarse, la persona deja de ser empática, amigable. Además, no se toman decisiones óptimas por el agotamiento”, señala.

“Los trastornos que genera la privación del sueño en los chicos son reversibles. Si se pudieran diseñar estrategias e incluso políticas educativas para que vayan a dormir más temprano y sobre todo empezar el colegio un poquito más tarde, esas horas de sueño que se ganan, recuperan todo el resto. Vale la pena por cuestiones de salud, sociales y educativas·, dice Golombek. 

MEDIA HORA 

La luz es la nafta del reloj biológico. En algunas provincias y, en particular, durante el otoño y el invierno, a la hora de ir a la escuela todavía es de noche. Entonces, si el ingreso se retrasara al menos para las 8, se notarían cambios importantes en el rendimiento escolar. “Esa media hora es un mundo de diferencias. En aquellos lugares donde se ha implementado como prueba piloto o en forma general, las transformaciones han sido absolutas, tanto en la salud y el estado de ánimo, como en el desempeño, tienen mejores notas de esta manera”, cuenta Golombek. 

La primera ciudad en poner en práctica esta recomendación fue California, donde desde el pasado julio las clases no comienzan antes de las 8:30 am. Según el científico sería el horario ideal de ingreso.

“Pero en Argentina tenemos un problema social porque el horario escolar es un ancla que marca el transporte, el trabajo de los padres y docentes y que delimita el turno tarde, con lo cual moverlo es muy complicado socialmente. Cuando uno dice que hay que retrasar el horario de ingreso a la secundaria, la gente se imagina a los chicos entrando a las 10 am, sin embargo no es así, sería solo media hora y no provocaría inconvenientes”, sostiene Golombek quien también es investigador del CONICET. 

Tanto el biólogo como la neuropsicoeducadora, coinciden en que conseguir el consenso para esta modificación en nuestro país es casi imposible. No obstante proponen otras opciones para mejorar la situación. 

“Lo ideal sería modificar las dinámicas de esas primeras horas: hacer estimulaciones al cerebro para despertarlo, actividades que impliquen poner en acción al cuerpo, recreos mentales donde puedan oxigenarse. Además, tener dispensers de agua en las aulas, porque la hidratación es indispensable para tener el cerebro activo”, señala Kuchimpós.

Mientras que el investigador del CONICET agrega que hay que exponer a los chicos a la luz natural, “que haya ventanas abiertas, que salgan al patio, que hagan actividades afuera, porque la luz sincroniza el reloj biológico. Y si pudieran no dejar para esas horas aquellas asignaturas que requieren mucho desempeño cognitivo, mucho pensar,como matemática o física”.

Los especialistas coinciden en que el retraso en el horario de ingreso tiene beneficios para todo el grupo familiar y no exclusivamente los adolescentes. 

El cerebro de los adultos se despierta al mismo ritmo, recién después de unas horas realmente sos vos, con todo lo que significa. Por eso no se recomienda en las oficinas realizar reuniones de personal a primera hroa de mañana, como tampoco elegir ese momento para pedir un aumento al jefe”, indica Kuchimpós. 

Los especialistas coinciden en que el retraso en el horario de ingreso tiene beneficios para todo el grupo familiar y no exclusivamente los adolescentes. 
Ezequiel Luque
Los especialistas coinciden en que el retraso en el horario de ingreso tiene beneficios para todo el grupo familiar y no exclusivamente los adolescentes. Ezequiel Luque

TURNO TARDE 

Que los adolescentes estén super activos durante en horarios vespertinos no es sinónimo de que los estudiantes del turno tarde tengan mejor rendimiento. 

Por un lado, Golombek señala que sobre ellos recae “el imaginario colectivo de que los mejores alumnos van a la mañana y así se les exige. Por supuesto que esta presión social también impacta en el desempeño”.

Por otro, luego de almorzar el cerebro se relaja. “Le agarra una modorra, entre las 14 y las 15 tiene un periodo de letargo en la que toda la mecánica del organismo se aboca a la digestión”, apunta la neuropsicoeducadora. 

Además, los jóvenes suelen tener agendas cargadas de actividades extraescolares, entonces por más que ingresen luego del mediodía, no necesariamente contaron con la mañana para descansar. 

“Lo ideal sería tener escuelas de jornada extendida, que empiecen un poquito más tarde. Esto es una transformación muy grande en el sistema”, resume el biólogo.  

LUZ MALA 

El cerebro se prepara para descansar al atardecer, pero le exigimos mantenerse despierto, pues en nuestro país la rutina continúa durante la noche, incluso la cena suele servirse a partir de las 21. “Ahí se genera una riña entre lo que el cerebro registra y lo que los chicos quieren hacer. La mayoría se acuesta muy tarde y con el celu en la mano”, afirma la neuropiscoeducadora. 

“Si a la tendencia natural de adolescentes de irse a dormir más tarde, le sumamos las pantallas durante la noche estamos exagerando este efecto de hacer todo tan tarde. No sólo para adolescentes, sino para toda la población”, complementa la idea Golombek. 

“Las pantallas LED del celu, la tele y la computadora son la verdadera luz mala, no es la del campo. Emiten luz de un color que estimula el reloj biológico, le dice ‘todavía es de día, seguí de largo y retrasa aún más el horario de ir a dormir como si fuera algo natural”, explica Golombek. 

Por eso, ambos sostienen que hay que desconectarse antes de ir a la cama. Como reconocen la dificultad de eliminar las pantallas por completo, insisten en la importancia de tratar de limitarlas en el dormitorio y en las horas previas a ir a dormir porque retrasan la hora de sueño y provocan que el descanso sea menor.