Nació con el golpe del ’30, en el partido de Matanzas, con la sombra de la Guerra Civil Española, y de la II Mundial: “A pesar de eso soy pacifista”, ironizaba.

Con Leda Valladares conformó un dúo folklórico histórico con el que recorrieron Europa siendo escuchadas/admiradas por Charles Chaplin y Pablo Picasso.

Luego, ella decidió abrir nuevas sendas.

Allí llegaron, como un tropel alimentado musical y poéticamente por la ola de cantautores de los ´60, George Brassens, Jacques Brel, Charles Trenet, sus canciones “infantiles”, comillas que encerraban a los adultos que conseguían niños prestados para ir al teatro a escucharlas sin quedar como desubicados.

Su enorme repercusión se podría sintetizar en aquella pequeña que la abrazó en plena Nueva York cuando su madre le dijo que era la mamá de “Manuelita”, según contó Sara Facio, la gran fotógrafa que fue su compañera.

Si María Elena fue grande haciendo cosas para chicos, como no lo sería haciendo cosas para grandes. Para grandes cosas. Esas pequeñas grandes cosas que retrata en  su “Oda doméstica”.

“He pensado a menudo en todo esto, mujermente agobiada de plumeros. Nos amenazan hortalizas, nos corren copas, números, pelusa, nos arrebatan tiempo reservado para comprar una porción de sueño. (…) En la suma de los pañales y el tintineo de los desayunos, en repetidas dosis de mercado y en la elaboración del miedo se nos va, se nos va el latido que dedicábamos a la locura.

Y, quizás porque sabía, tal como se debiera saber ahora, que no hay feminismo posible sin política, ella, formada en un hogar socialista/anarquista no peronista, escribió en pleno 1976 entre sus “Canciones contra el mal de ojo” su poema “Eva”.

“Calle Florida, túnel de flores podridas. Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre faroles sin crespones (…) La cola interminable para verla y los que maldecían por si acaso no vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una cualquiera (…)

Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en el cordón de la vereda (…) 

No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.

Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas (…)

Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana. Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos.

Agallas para hacer de nuevo el mundo.

Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones.”

María Elena Walsh, una intelectual feminista