Hace 50 años, el 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló contra la cordillera de los Andes en el departamento mendocino de Malargüe.

El vuelo transportaba a 45 pasajeros y tripulantes. Veinte de ellos eran jugadores del equipo de rugby Old Christians Club que debían asitir a un encuentro contra el Old Boys Club, un club inglés, en Santiago de Chile. El resto eran amigos, familiares y acompañantes.

El avión 571 quedó sobre un glaciar rodeado de montañas a 3.600 metros sobre el nivel del mar y cerca de la frontera con Chile. En total, murieron 29 personas y sobrevivieron 16. Los que sobrevivieron estuvieron 72 días en el frío hielo del glaciar hasta que fueron rescatados.

Se cumplen 50 años de la tragedia de los Andes

“Yo la viví pero no soy protagonista porque ya no es nuestra, es una historia del ser humano”, dijo a Télam Gustavo Zerbino, quien a sus 19 años tomó el fatídico vuelo de la Fuerza Aérea Uruguaya.

Investigaciones posteriores determinaron que la aeronave se estrelló contra las montañas por un error de cálculo del piloto. Él había pedido autorización a la torre de control para comenzar el descenso como si se encontrara sobrevolando Curicó –228 metros de altitud- cuando faltaban unos 70 kilómetros para llegar a este punto y el avión se encontraba sobre picos de casi 5.000 metros de altura.

Old Christians, el Club de los Rugbiers que ¡Viven!

Al impacto, sobrevivieron 33 personas que se refugiaron en el fuselaje maltrecho del avión. Más de la mitad de ellos, moriría antes del rescate.

"Se dice muchas veces que sobrevivimos porque éramos deportistas, pero éramos sólo jugadores de colegio de dos veces por semana. En realidad, no hay explicaciones de cómo pudimos sobrevivir y por eso está considerada la historia de supervivencia más grande de todos los tiempos”, contó Carlos Páez, otro sobreviviente.

La primera noche los sobrevivientes soportaron los gritos de dolor de los heridos que no llegarían vivos al amanecer.

Luego, la avalancha tapó completamente el fuselaje 17 días después del accidente matando a ocho personas más; cuando se enteraron por radio que habían dejado de buscarlos 10 días después de la desaparición del avión; y cuando tuvieron que empezar a alimentarse de los cuerpos de los fallecidos, a falta de más opciones.

Con el pasar de los días, Fernando Parrado y Roberto Canessa salieron a buscar ayuda. Tras diez días de caminata, se encontraron, río de por medio, con un arriero chileno.

“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. Estamos débiles ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar”, escribió Parrado en el papel adosado a la piedra que le arrojó al vaqueano Sergio Catalán, ante la imposibilidad de comunicarse a los gritos por el ruido del curso de agua que los separaba.

Al 23 de diciembre, todos los sobrevivientes fueron rescatados por helicóptero.

Zerbino fue el último en abandonar el lugar. Aprovechó a recolectar la mayor cantidad de objetos personales.

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“Durante 30 días fui casa por casa a llevarle a cada madre, a cada novia un reloj, una cadena, una cruz, una cédula, una bufanda, un gorro de ese amigo maravilloso que no pudo volver, porque pensé que para poder hacer el duelo ellos tenían que estar con algo que los represente”, describió Zerbino.

Familiares decidieron que los fallecidos descansen cerca del lugar de impacto. El 18 de enero de 1973, un grupo de trabajadores y un sacerdote cavaron una fosa común. En un montón de rocas dejaron inscripto: “EL MUNDO A SUS HERMANOS URUGUAYOS CERCA, OH DIOS, DE TI”.

El fuselaje del avión fue también incendiado.