“Aquí estamos, en una cuarentena muy estricta, pero ya pasó lo peor”. 

Con esas palabras comenzó Graciela, una psicopedagoga de Alta Gracia que fue, junto a su marido Javier, uno de los primeros casos que se conocieron en Córdoba. A los pocos días de haber tenido contacto directo con una persona que volvió de Europa, su marido comenzó a tener fiebre, dolor de cabeza y de garganta, malestar general; unos síntomas que en cualquier otro momento podrían haber pasado por unas simples anginas, pero es el 2020 y la salud mundial está siendo atacada por una enfermedad nueva, tan incontrolable como contagiosa.

Todo pasó tan rápido que a Graciela se le olvidan algunas fechas, pero finalmente hace memoria. A fines de febrero su marido participó de una reunión de trabajo en la que estuvo presente una persona que había vuelto de España. El 8 de marzo esa persona fue diagnosticada como sospechosa de la COVID-19 y el marido de Graciela comenzó a presentar síntomas cada vez más fuertes. 

“En ese momento no se había decretado la alerta nacional, pero mi marido se encontraba mal y no volvió a trabajar. Se autoaísla, digamos, y pasa los peores días en casa”. Pero Graciela todavía no tenía ningún síntoma y continuó llevando una vida relativamente normal. 

El 12 de marzo se confirma el diagnóstico, la chica que volvió del exterior da positivo. El jueves por la noche y luego de una comunicación con autoridades del ministerio de Salud de la Provincia, el matrimonio se presenta en el Hospital Regional Arturo Illia para realizarse las pruebas al día siguiente.

Vivir con coronavirus

Mientras en Alta Gracia Javier y Graciela quedan internados, en la sede de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra, se declara que el brote de COVID 19 constituye una pandemia, debido al rápido aumento de los casos fuera de China durante las dos últimas semanas y a la creciente cantidad de países afectados.

Por la mañana Javier ya está mejor, pero a Graciela le duelen cada vez más la cabeza y la espalda. Se mira en un espejo y en el rostro del personal sanitario: ya tiene cara de enferma y antes de que le realicen el hisopado ya se imagina el resultado. Comienza el miedo, piensa en sus pacientes, niños y adultos con los que había estado en contacto dos días atrás, y en particular en un niño pequeño, de primer grado, con el que trabaja en acompañamiento. Los resultados son positivos y se hunde en la angustia.

“Cómo sigo, cómo me enfrento a esto”, se preguntaba una y otra vez mientras atravesaba esa primera etapa que describe como de “absoluto desconcierto”.

Aislados en una habitación, confundidos, desorientados, preocupados, comienzan con una internación que durará nueve días. Graciela respira hondo y revive esas primeras jornadas. “En el Hospital me puse peor, me dolía muchísimo la cabeza, el cuerpo y empecé con tos, pero todavía era algo así como una gripe. Después ya no, cada vez más tos, una tos seca que te viene como de la garganta y no para, te agota, no podés respirar. Ahí sí que sentís mucho miedo”. 

Convivir con coronavirus

Cuando parece que está a punto de dar por terminada la entrevista vuelve a respirar profundo y continúa. “Estaba tranquila por Javier, porque él la fiebre alta y los peores síntomas los pasó en casa, pero yo seguía muy desorientada, sin terminar de creer lo que me estaba pasando”. 

Es que en ese momento Gra, como la llaman sus amigas y colegas, no deja de preguntarse: “Y si hubiera hecho ésto, o si no lo hubiera hecho…”. Sabe que no es responsable de haberse enfermado pero la presión es fuerte. “Sentí mucha culpa, culpa o preocupación, por la gente con la que estuve esos dos días. Y además se me acusó de irresponsable, de ir repartiendo la enfermedad por ahí, ¡pero yo no sabía! Igual no los culpo, el miedo hace que la gente haga o diga cualquier cosa”. 

Síntoma de los tiempos, el dedo acusador, las redes sociales que se anticipan y condenan. Pero recién el viernes 20 de marzo comenzó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (DNU 297/2020) dos días antes de que Graciela saliera del Hospital entre aplausos y palabras de ánimo.

“No lo voy a olvidar nunca. Esa gente que me cuidó, que me dio de comer, que me atendió mucho más allá de lo estrictamente médico, me despidió con aplausos, haciendo corazones con sus manos. Siempre voy a estar agradecida”, cuenta Graciela. 

Casi avergonzada, se adivina sonrojada, reconoce que dejó el Hospital “con cierta tristeza, sabiendo que abandonaba un lugar en el que estaba segura, donde gente que no me conocía me cuidaba y me contenía tanto”.

En los primeros momentos de la enfermedad no sólo estaba desconcertada Graciela . La doctora López, la médica que la recibió en el Hospital, fue muy clara, “paciencia, esto es nuevo para ustedes y para mí también”. Ese desconcierto que describe Graciela podría aplicarse a toda la sociedad. Apenas empezaba la conciencia real de lo que estaba pasando, en un proceso que continúa con pocas certezas y gran incertidumbre.

Dos días después de iniciada oficialmente la cuarentena, Graciela y su marido son dados de alta y vuelven a su casa con recomendaciones médicas muy precisas y estricta prohibición de todo contacto con el exterior. Y allí siguen, con la ayuda del hermano y la cuñada, que les llevan cosas a la puerta; el panadero, el verdulero y otros vecinos que les acercan la compra; internet, para hacer pedidos on line y, sobre todo, “para sentir la compañía y los abrazos virtuales de las amistades y la familia, que nos hacen sentir muy contenidos”.

Consultada acerca de si puede hacer un balance o si tiene algo para decir a quienes temen enfermar o ya están enfermos, no duda en responder:

 “El personal sanitario está poniendo todo, tenemos que tener esperanza y paciencia. Y sobre todo, hay que informarse; pero informarse bien, no hacer caso a las noticias falsas o sensacionalistas... La mayoría de la gente se cura, hay investigación seria, hay esperanzas”. 

Después de lo vivido y de lo que sigue viviendo, porque igual que la inmensa mayoría seguirá en cuarentena, Graciela afirma sin dudar que se siente bien y que ésto pasará. Ya lo había dicho el autor de La Peste, Albert Camus: “Donde no hay esperanza, debemos inventarla”. Tanto Graciela como Javier encarnan ese espíritu y repiten una y otra vez las palabras agradecimiento, solidaridad y sobre todo esperanza.

La COVID-19 es una enfermedad nueva, con altísima capacidad de contagio y que permanecerá amenazante hasta que se descubra una vacuna. Por eso su historia no ha terminado y por ello los protocolos son muy estrictos: luego del alta, los pacientes deberán pasar por dos tests de coronavirus consecutivos con resultado negativo y recién allí se procederá a declarar el alta definitiva.  Algo que Graciela, si todo sale bien, está a punto de lograr

“El virus es invisible, pero las personas no”, afirma Graciela a modo de despedida. La única cura posible es, de momento, el aislamiento. Y el desafío será, a juzgar por el testimonio de quienes se están curando, lograr que la cuarentena saque a la luz lo mejor de cada uno, porque en las personas hay -otra vez Camus- más cosas dignas de admiración que de desprecio.