La selección de Bélgica es conocida como “Los diablos rojos”, por motivos obvios. 

Pero créanme si les cuento que Bélgica existe sólo en esta camiseta. Y quizá también en la pretensión de tener el mejor chocolate o la mayor cantidad de cervezas del mundo. 

Es que, en realidad, Bélgica es una amalgama de pueblos, principalmente dos: flamencos y valones. Los flamencos hablan holandés, y los valones, francés. Y si en algún momento los unió cierto interés estratégico, hoy ya queda poco y nada: la selección de fútbol básicamente. 

El 25 de agosto de 1830, en la Ópera de Bruselas se presentaba la obra La muette de Portici, que cuenta una historia de rebelión contra el opresor. Dicen que la gente terminó cantando enardecida y allí empezó la revolución que los independizó de los holandeses. 

Por esos años, vivía en Bruselas un exiliado argentino de 52 años, que se dedicaba a la jardinería y la carpintería, y a cuidar a su hija que se llamaba Merceditas. Si, adivinaste, era José de San Martín, a quien Rivadavia y los suyos habían enviado al exilio acusándolo de corrupción. 

Un día llegó el alcalde de Bruselas con un ofrecimiento: quería que se pusiera al frente de las tropas revolucionarias. San Martín agradeció el honor, pero no quiso ser desleal a las autoridades que le habían dado refugio. 

Por eso, casi casi Bélgica fue tan sanmartiniana como Argentina, Chile o el Perú. 

Aunque esta camiseta nunca fue campeona de nada, ni del mundo ni de Europa, en la actualidad es una potencia.