Hoy es un día de alegría para los simpatizantes de Talleres. Un 5 de junio de 1916 volvía a primera división luego de pasar momentos aciagos, llenos de incertidumbre, en los que parecía difícil enderezar el rumbo de un club que estuvo a punto de dejar de serlo, cuando agonizaba en un proceso de quiebra.

Pero la fidelidad de sus hinchas, en primer lugar, y el aporte de muchas personas, entre jugadores, entrenadores, allegados y dirigentes lo hicieron posible. Aquella imagen difusa, en el que el contraste intenso entre su azul y blanco parecía diluirse de a poco, volvió a tomar forma y color para convertirse de nuevo en un camiseta fuerte e intensa.

Ya se había cantado victoria un año antes en el estadio Mario Kempes cuando una victoria ante Sol de América de Formosa lo había instalado en la segunda división. Mucho antes de cumplirse un año de aquella gesta, Talleres volvía a dar una vuelta olímpica, esta vez en Floresta, cancha de All Boys, en la que venció al equipo local por 2 a 1 con un recordadísimo golazo de Pablo Guiñazú cuando no faltaba prácticamente nada para terminar el partido.

Talleres allí definitivamente resucitaba. Volvía a mostrar su músculo y su corazón, mientras explotaba una vez más su sentimiento de amor permanente. Esa tarde lluviosa Talleres volvió a la senda por la que durante varias décadas había mostrado un fútbol de excepción, aplaudido por multitudes.