Su padre es músico. De niña a ella le gustaba acompañarlo. Y así tras bambalinas comenzó su propio canto: soñaba ser como Patricia Sosa, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu.

Enseguida ganó un casting de Festilindo; integró el Coro Infanto Juvenil de Río Cuarto, estudió saxo en el Conservatorio de esa, su ciudad natal, e integró algunas bandas de rock (era muy chica. Mi mamá y mi papá tenían que acompañarme).

Sin dudas vocacionales, a los 18 llegó a Córdoba: hizo unos años en la Universidad Nacional; la carrera completa en La Colmena, y de ahí a los escenarios. Estuvo en numerosas bandas (pop, soul, gospel); grabó disco de temas propios. Ganó un Carlos junto al Flaco Pailos; fue vocalista de la Sole Pastorutti; telonera de Las Pelotas, Los Pimpinella, Luis Fonzi…

Hasta que hace unos años se cruzó con la comedia musical. Fue Eva Perón, Cocó Chanel… Y en estos días del 450 aniversario de la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras orillas del Suquía, es Luisa Martel de los Ríos, la esposa de Jerónimo Luis de Cabrera.

No la conocía. De historia de Córdoba, nada, admite pletórica de sonrisa Nayla Malano, 39 años, entre los rayos cinematográficos del sol en el Parque Sarmiento. Al leer sobre Luisa Martel me enamoré (ejecutado su marido mediante garrote vil por judío y desobediencia al rey, Luisa luchó hasta reivindicar su memoria y recuperar los bienes que le habían confiscado). La amo. Dice, en Santa Calma. Cuando llego para la entrevista se ha comido una enorme porción de torta de chocolate con su colega chaqueño Tito Artaza, de visita desde Oklahoma. Para mí, una taza de té también enorme. Y una tostada ídem que dejaron elles.

El musical es un género muy exigente, explica Nayla Malano al hablar de su actuación en ‘Jerónimo y Luisa’, con dirección de Hernán Espinosa y música de Fernando Rahe. A todo pulmón, ajena a las miradas de otras mesas, me concede unos versos de ‘Aroma a jazmín’ que Luisa Martel canta en momentos claves de la obra. Es mi favorita, agrega. La canción más difícil que hice en mi vida, asegura sin dudar, una voz de infinita profundidad que no me sorprendería si estallara cristales.

¿Lo más trabajoso? Las exigencias del canto en simultáneo al despliegue corporal de la actuación. Y las escenas de amor, confiesa. El director leyó mucho sobre Luisa Martel y Cabrera. En todos los textos se habla de la pasión que los unía. Hernán quería que se viera en el escenario. Hay besos. Y hay… hay…

Una escena en la cama…

Sí, eso. Bueno, no era muy cómodo hacerlo. Pero en los ensayos se trabaja mucho. Te vas relajando, hasta que resulta natural.

En 2019 Nayla Malano descubrió cuánto le gustaba la actuación haciendo ‘Compañera Evita’, un musical del mismo Hernán Espinosa (director también de ‘El Gringo Tosco’, ‘La Reforma’ y muchos otros) donde en el centenario de su nacimiento, fue la abanderada de los humildes. Una obra encargada por la Agencia Córdoba Cultura que del Teatro Real viajó a Río Cuarto y otras ciudades de la provincia. Con mucho público.

Siempre admiré a Eva Perón, su trabajo; su amor por Perón, a quien acompañó pero también enfrentaba si no estaba de acuerdo con él. Cuando hice Evita comprendí que debería haber estudiado teatro… Afirma. El cabello negro hasta la cintura, protagónico en la piel de Luisa Martel. Una carcajada de cara al sol. Como pidiendo perdón a su yo cantante. La actriz se está comiendo a la cantante, admite.

Aunque el folklore no es la música que más le gusta, durante un verano fue vocalista de Soledad Pastorutti. Cosquín, la Vendimia, Jesús María… Una calidad de ser humano que te enamora. Tiene a los músicos en bandeja de cristal, recuerda Nayla Malano a la chica de Arequito.

Ecléctica sin peros, en teatros de Carlos Paz acompañó al Flaco Pailos (un Carlos a mejor cantante de la temporada) y a Mario Devalis. En algún momento se le dio por escribir sus propias canciones, de lo que nació ‘Hacia el mar’ (elegido por La Mañana de Córdoba disco destacado). Ahora le falta tranquilidad para seguir escribiendo. Ser músico independiente es muy difícil, lamenta: Si no sos una megaestrella hay que remarla mucho y se obtiene poco.

Actriz y cantante estelar, Nayla Malano vive fundamentalmente de la docencia. Clases de canto a les pibes de tres coros del Zípoli, el Instituto de Niños Cantores donde estudia su hija Gina (de seis años), y en Collegium. Muchas horas semanales. Por aumento salarial participó de la reciente movida gremial (defiendo a rajatabla la educación y la salud públicas). Y mientras enseña, sigue tomando clases de canto con Alejandra Tortosa y Ariel Paltrinieri, ángeles guardianes de su voz.

Los fines de semana trabaja para ganar un extra. Desde hace cinco años integra el ensamble Philarmonie, empresa que produce la participación de unos treinta músicos y músicas en eventos varios: bodas, cumples, reuniones empresarias. Somos una familia, dice, creíble. Monotributista, puede llegar a los 20.000 pesos por finde.

Lo del musical de Luisa Martel de los Ríos y Jerónimo Luis de Cabrera en el teatro independiente La Brújula de Alta Córdoba (Rivadavia, casi Bedoya), es cooperativo. Según las entradas vendidas. Con suerte, a Nayla Malano le quedarán unos 5.000 pesos por función. Hicieron cuatro.

Disfruto del escenario. Es mi lugar en el mundo. Pero no dejo que el personaje me coma (sí, hago terapia, me responde con otra carcajada). Sé que como de la docencia. La estabilidad económica y emocional te la da la rutina. Ahora la prioridad es mi hija. Por eso en este momento no hago giras. No podría dejarla, ni sumarla a mis locuras.