Hace unos años, Elena Anníbali y Leticia Ressia finalizaron su Licenciatura en Letras Modernas con una tesis sobre la obra de Alejandro Schmidt. Tiempo después, esa tesis se volvió materia de un libro que por azar, o buena suerte, me tocó editar. Hoy, ese libro es publicado por la Editorial de la UNC en coedición con Eduvim. 

Es raro tratar de escribir sobre un libro al que una le calculó los caracteres y le midió los párrafos. Lo aclaro para que sepan que no deberían confiar en nada de lo que yo diga a continuación. En Leticia y Elena sí pueden confiar, ya lo sabemos, son dos poetas eximias a la hora de revelar el mundo por vía de la palabra. Así se tituló, de hecho, su tesis: “La revelación del mundo a través de la palabra”. Con ese título querían hablar de lo que hace Schmidt y, por malabar metonímico, terminaron hablando de lo que hace el poema. El poema le aúlla al cielo, como un perro. Le aúlla a Dios. Eso dice Schmidt, pero lo dice mejor. Así: “La poesía es ese fervor y ese sol perdido. Porque un poeta no es un artista, un poeta es un perro de Dios”. 
En su tesis, Leticia y Elena se construyeron un método en el que iban generando los instrumentos de lectura a la vez que avanzaban en ella, de tal modo que ambos términos (lectura y concepto) se transfiguraron en el proceso. “No deseamos expresar con esta elección nada más que un recorrido que sea –dentro de nuestras probabilidades– lo más intelectualmente honesto, y decididamente apegado al hueso del material literario con el que quisimos trabajar”, aclaran. Entonces mientras escarbaban en los poemas, mientras leían y repasaban a Novalis, a Hölderlin, a Heidegger, iban tallando un prisma: el del poeta médium. Aunque un médium un poco defectuoso, a quien Dios le devuelve únicamente silencio, y por tal motivo a este médium no le queda otra que hacer de la carencia, virtud. Sólo porque es ciego y sordo ante semejante actitud de Dios, puede continuar escribiendo. Pero ojo: en el traspaso mediúmnico hay tanta alucinación como oficio. La iluminación, en definitiva, ocurre por fuerza de trabajo y para colmo de males, de uno que nunca cesa. Mientras Dios continúa mudo, el Schmidt de Ressia y Anníbali insiste (para nuestra suerte) en la búsqueda de la verdad, de eso que ha quedado en el oscuro, para traerlo de vuelta. Una verdad tan desgraciada que está parada justo arriba del alambrado que divide lo iluminado y lo oculto, y que desde ahí nos mira tiritando. “Tenemos que cumplir algunos saltos ciegos/ así como baila un perro en el alambre tenso de los circos”, dice Schmidt. Buscar esa verdad. De acuerdo.

Leticia y Elena siguen su pista en los poemarios del autor, pero también en fragmentos de correspondencia, en entrevistas dadas a lo largo de los años y en otras que le hicieron ellas. “La clave de lectura de nuestro ensayo, será, entonces –debería ser, al menos– algo así como la historia de nuestras lecturas, de nuestra caída en las dificultades teóricas, de nuestra reflexión conjunta, y de cómo, a veces, en el exceso o la carencia de respuestas, nacen las preguntas iluminadoras”, confiesan. Se concentran en lo que podríamos llamar “los 90s de Schmidt”, van de El muerto (1991) a Esquina del universo (2001). En el medio aparecen la filiación con el romanticismo alemán, el género del Märchen (esa puertita hacia mundos fantásticos y fábulas mágicas), la vida cotidiana. Es en esta última que reside, según Schmidt, la clave para la revelación de todo lo que sea sagrado, porque Dios está en las pequeñas cosas (y el Diablo en los detalles).

A riesgo de quedarme corta, diré que lo que hacen las autoras en este libro es escribir sobre una excepción: la de vivir como se escribe y escribir como se vive (según Schmidt “A un poeta le corresponde vivir parecido a sus palabras”). Es esto lo que fascina a Leticia y a Elena, lo que las identifica, la precisión ética que para Schmidt exige el oficio. Precisión que implica despegarse del camino del “bien”, con toda su fatuidad, y convocar las miserias propias, lo que no-puede un cuerpo, la dificultad tediosa de vivir. En otra de las entrevistas (imaginemos el tono, el grano de la voz) Schmidt dice: “Ahora, si vos tenés prejuicios, vergüenzas de tu miseria, de tu imposibilidad, ¿qué carajo vas a hacer? no vas a hacer nada, o peor, vas a terminar con textos prolijos, mediocres, olvidables”. No cualquiera sale bien parado de ahí. Lo que una ética así demanda, después de todo, es hacer del desinterés por el bien, algo bueno. Una excepción. 

Emilia Casiva
Licenciada en Comunicación – Escritora – Integra el staff de editores del sello de nuestra Universidad.