Se ve que cuando uno es chico, ya como tirando pa grande, se sueña más. 

O se recuerda más lo que uno sueña. Que es más que soñar más.

Que no es lo mismo, pero es igual.

Por entonces y hace mucho, el paso de los varones a la hombría, digamos, se simbolizaba en el primer pantalón largo.

El día que lo estrené era domingo, y mis padres, vasca ella, casi vasco él, decidieron ir a visitar a unos compatriotas que habían puesto un almacén en Villa Devoto, adonde nunca había ido.

Recurrente adolescente, tenía esos sueños.

Soñaba que en una esquina mezcla de añil y tierra, yo le esquivaba a la ochava y entraba por el costado.

Salíamos del conventillo que resistía a siete cuadras del Congreso, llegábamos a la casa de la esquina, entrábamos, y yo miré hacia arriba porque en el sueño había pájaros enjaulados rumbo a la terraza.

Se ve que empalidecí, porque me dieron un cognac para reanirme.

En el sueño y en la realidad, habíamos entrado por el costado porque los almacenes, por entonces, estaban cerrados los domingos.

Tengan cuidado con los sueños.

Vos crees que son verdad?

Si, dije que si.

Cuando ya estaba despierto.