Station Eleven (Estación Once) es una adaptación de la novela homónima publicada en 2014 por Emily St. John Mandel, se trata de una miniserie (post)apocalíptica cuya estreno en pleno 2020 pudo parecer demasiado oportunista o desafortunado –depende desde donde se lo mire-, ya que narra las consecuencias devastadoras de una pandemia de gripe que mata a buena parte de la población; pero al mismo tiempo hay que decir que su creador Patrick Somerville no utiliza los lugares comunes que suelen aparecer en este tipo de historias sobre el “fin del mundo” y apuesta a una historia inteligente y sensible, donde lxs protagonistas son artistas (actrices, actores, musicxs, escritorxs), justamente personajes que las historias de “fin del mundo” nunca abordan.

Patrick Somerville fue guionista de 24, Maniac y Made for Love, pero también de varios episodios de la excelente The Leftovers, serie que podría considerarse familiar directa de Station Eleven, ya que se vincula en el tono narrativo y en su temática. 

Todo comienza con una obra de teatro. Arthur Leander (Gael García Bernal), una estrella de cine, está representando Rey Lear (una tragedia) en una sala teatral de Chicago y colapsa sobre el escenario (otra tragedia). Jeevan Chaudhary (Himesh Patel), un periodista desempleado que está en la platea como espectador, intenta salvarlo pero el intérprete muere. Muere arriba del escenario. En medio del caos que se desata, Jeevan terminará ocupándose de Kirsten Raymonde (Matilda Lawler), una chica de ocho años que actúa en la obra como una de las hijas de Lear. Es que Arthur será una de las primeras víctimas de las millones de la pandemia y lo que Station Eleven contará es la vida de lxs sobrevivientes.

Con una estructura que va a pendular de forma permanente desde un presente ambientado veinte años después del apocalipsis y lo que ocurrió antes del desastre, Station Eleven también optará por un esquema en donde en cada episodio se pone el énfasis en la historia de un personaje en particular. De hecho, si bien Kirsten (que en su versión veinteañera es encarnada por Mackenzie Davis –Blade Runner2049 / Black Mirror-) es algo así como la protagonista, la apuesta del creador es a un relato coral, con personajes que aparecen y desaparecen según la época en la que estemos. El Clark Thompson –amigo de Arthur y actor frustrado-, compuesto por David Wilmot, será uno de los enlaces clave de la trama.

La miniserie de HBO Max tiene el atractivo de lo ideal, de las grandes batallas humanistas y de un sentido del absurdo brillante. A través de sus diez capítulos lucha como puede contra el pesimismo inherente a la pérdida de los paisajes conocidos. Y es entonces cuando la epifanía del arte que concede un motivo para vivir se convierte en un concepto poderoso. El “fin del mundo” ha llegado, pero el poder para vencer el mero impulso de supervivencia es más poderoso. 

La miniserie tiene momentos de terror, otros muy violentos, coquetea con el thriller, la tragedia, pero finalmente nos quedará un sabor dulce en la mirada. Todo estará atravesado por un libro, una novela gráfica, que lleva el mismo nombre de la serie, y que será un conector importante entre el pasado y el presente.

Aunque en varios de sus tramos abusa de intentar elevar las emociones mediante su banda sonora, la miniserie nos recuerda la importancia y el poder del arte en nuestra sociedad. Ya sea a través del teatro o de la música, la ficción deja bien claro lo imposible que parece imaginar un mundo sin el arte como uno de los motores fundamentales de nuestra existencia. Todos los personajes se encuentran en la búsqueda de la belleza. También se cuestionan con frecuencia qué nos hace humanos, incluso en las peores circunstancias. En el argumento, todas las respuestas convergen en un único punto. La humanidad proviene del arte. O en todo caso, sobrevivirá a una tragedia que amenaza con diezmar su existencia a través de la convicción de que lo artístico es valioso. Se trata de una premisa por completo distinta a la de cualquier distopía. Mucho más, cuando analiza la percepción de lo estético y lo artístico como el único rasante moral en una época devastada. Nos ayuda a crecer, a sobrellevar los peores momentos y a celebrar los mejores. También a conservar la memoria e incluso a reconectar con nosotros mismos y con los demás. Esto es todo lo que intentan hacer aquí los personajes: sobrevivir, reencontrarse, reconstruir y revisar prioridades. Y es que, ¿cuál es el significado que adquiere la vida cuando nos enfrentamos a una catástrofe de este calibre? Como dice el personaje de García Bernal: «No quiero vivir la vida equivocada y morir».

El final de la serie es -probablemente- la mejor y más bonita traducción audiovisual de aquel mítico poema de Robert Frost, “The road not taken” (El camino no elegido). En el mismo, el protagonista se ve obligado a escoger entre dos senderos que se separan en un bosque amarillo, sabiendo que, una vez tomado un camino, nunca podrá saber dónde llevaba el otro. La maestría de Station Eleven yace en su incorregible osadía: atreverse a recorrer los dos.