Durante años la advertencia, descreída o ignorada, hasta que se materializa. 
Que el calentamiento del planeta derivaba en hielo derretido (de glaciares, de polos, de cualquier nieve “eterna” existente) era una consecuencia que cualquier persona que hubiera presenciado el derretimiento de cubitos fuera del congelador, era capaz de anunciar.

Y del derretimiento de los hielos a la subida del nivel de los mares, hay un paso mínimo. Y aunque se debatió durante décadas si el calentamiento global existía (y se insiste en discutir aún si es producto de la actividad humana o no) lo que no podía discutirse es que el nivel del mar crecía año tras año.

Un dato suelto, por si quedan escépticos: desde 1880, el nivel del mar global ha aumentado 20 centímetros; para el 2100, se proyecta que aumente entre 30 y 122 centímetros más, si se mira con los ojos (satélites) de la NASA.

El fenómeno no es uniforme y algunas regiones del planeta son más afectadas que otras, pero lo cierto es que mientras más precarias son las construcciones y las comunidades, más probables es que no cuenten con medios para afrontar el problema y la perspectiva de relocalizarse, con todo lo que ello implica, se hace realidad.

Una experiencia en Argentina

El fenómeno de relocalizar una comunidad, un pueblo entero en este caso, no es completamente extraño en nuestro país. En 1979, la vieja ciudad de Federación, fue inundada por el crecimiento del dique de la represa Salto Grande y el 82% de su población fue trasladada a “Nueva Federación”.

Antes del llenado del embalse se demolió el viejo pueblo, quedando solamente algunos barrios periféricos que se encontraban en una zona más alta (que hoy son conocidos como Vieja Federación). El 1 de abril de 1979 se inició el llenado del embalse que sumergió el viejo emplazamiento.

Lo curioso aquí es que la Vieja Federación, ya era una población nacida de otra mudanza: en 1847, por disposición del entonces Gobernador Urquiza y pedido de los pobladores, se había fundado trasladando a los pobladores de un pueblo llamado Mandisoví, que eligieron desplazarse ante los avatares de las guerras federales.

"El tercer asentamiento recibió a sus moradores que debieron padecer una primera etapa de desolación ya que los edificios públicos no se habían construido, las calles y veredas no estaban terminadas, no existía la vegetación, tampoco la iluminación y el paisaje era un puñado de casas convertido literalmente en un obrador”. Así lo narra la propia comuna en su web oficial.

Es que si bien el proyecto de la represa de Salto Grande estaba en marcha desde 1946, no se decidió la construcción de la ciudad hasta muy tarde. Recién en 1977 se inicia la construcción de la nueva ciudad. Un buen ejemplo de lo complejo que puede resultar relocalizar localidades.

Un Pionero en Oceanía

Esta semana, en un largo y detallado artículo, The Guardian pone en relieve el caso de Fiji.

Localizado en el Pacífico sur, a más de 2500 kilómetros al este de Australia, Fiji tiene más de 300 islas y una población de poco menos de 1 millón de habitantes. Como la mayor parte del Pacífico, es muy susceptible a los impactos de la crisis climática. 
Las temperaturas de la superficie y el calor del océano en partes del suroeste del Pacífico están aumentando tres veces más rápido que la tasa promedio global.

Igual que en buena parte de las comunidades isleñas del Pacífico, en Fiji la migración de familias y pequeñas comunidades comenzó hace tiempo e imperceptiblemente.

La pregunta de si las comunidades se verían obligadas a mudarse fue reemplazada en la práctica por cuáles deberían ser los mecanismos para minimizar los impactos de lo que, a fin de cuentas, es un cambio radical en la vida de cada una de las personas obligadas a moverse.

Y allí es dónde Fiji se convierte en un pionero a escala mundial, intentando abordar como nación una preocupación con la que deberán lidiar gobiernos de todo el mundo en las próximas décadas.

En la actualidad, 42 aldeas de Fiji han sido asignadas para una posible reubicación en la próxima década, debido a los impactos de la crisis climática. Seis de ellas ya han sido trasladadas. La lista no es definitiva; nada indica que no se sumarán más pueblos a la lista, especialmente, lo que están en la línea de riesgo de tifones.

En cualquier lugar del planeta, mover una comunidad completa es complejo, pero en Fiji, el terreno montañoso y exuberante añade complicaciones. Las personas deben aceptar moverse, tienen derecho a opinar sobre la nueva localización y por fuera de esto debe garantizarse que se “muevan” escuelas, centros de salud, caminos, electricidad, agua, infraestructura y la lista puede continuar casi indefinidamente.

Y todavía no hablamos de dónde sale el dinero para financiar todo el proceso, cuestión álgida en días en que la COP27 discute si será cierto que los países que contaminaron ayudarán a los que sufren las consecuencias.

En los últimos cuatro años, un grupo de trabajo especial del gobierno en Fiji tuvo la tarea de preparar un plan para trasladar comunidades. La tarea se concluyó con un borrador que por estos días está para su aprobación definitiva: “Procedimientos Operativos Estándar Para Reubicaciones Planificadas”, el primer plan del mundo diseñado para reubicar comunidades cuyos hogares corren riesgo de quedar bajo el agua.

“Hasta donde yo sé, ningún otro país ha progresado tanto en su pensamiento sobre cómo tomar decisiones de reubicación planificada a nivel nacional”, dijo a The Guardian Erica Bower, experta en reubicaciones planificadas, que ha trabajado con la ONU y el gobierno de Fiji. “Estas son preguntas que gobiernos de todo el mundo se harán en los próximos 10 años, 20 años, 50 años”.