La realidad ha de ser la pared con la que los clichés eternos y cíclicos se choquen. Desde el “la juventud es el futuro”, o “la juventud es el presente”, o que “la juventud está perdida” y desconozco qué otras fórmulas cuasi marketineras rodean el discurso del sentido común, tanto optimistas como pesimistas. Lo que efectivamente existe es la siguiente experiencia, la del caso chileno, que nos demostró algo tremendamente importante: cómo un actor político como lo es la juventud, que en la historia sudamericana ha aparecido en varias ocasiones con un gran ímpetu, desde las jornadas reformistas de comienzos del siglo XX - especialmente en nuestra Córdoba -, pero que en otras ocasiones fue marginado o incluso absorbido por otros movimientos, puede provocar tanto revuelo que permite ahora que se negocie una reforma constitucional.

Dos cosas son las que quiero destacar: en primer lugar, cómo todo comenzó por la suba de la tarifa del pasaje del Metro en Chile por parte del gobierno actual de Piñera, allá a fines de 2019, contestada inicialmente por los estudiantes con una masiva evasión de pago del pasaje en señal enfurecida de protesta, pero que, increíblemente, no terminó con este simple acto de desobediencia: se sumó una enorme cantidad de ciudadanos y ciudadanas chilenos en todas partes de la Nación para adherir no solo a esta petición, sino que se pusieron sobre la mesa la enorme cantidad de demandas acumuladas a los gobiernos y al Estado chileno. Plausible fue también el reclamo de que el Estado deje de ver a la educación como un simple bien de consumo y se lo trate como un servicio público y gratuito, que en mi persona es increíblemente importante para el adelanto cultural y desarrollo íntegro de la persona.

De las protestas estudiantiles a la reforma constitucional

La gran estupefacción de muchísimos, en especial los más partidarios a este modelo, se la entiende con la pregunta: ¿cómo puede ser que si todo iba tan bien, termina ocurriendo esto? ¿cómo puede ser que países vecinos como la Argentina, teniendo una economía estancada, con inflación de altas cifras mes tras mes, altos índices de pobreza y desempleo, no explote así? Esto en referencia a los grandes éxitos económicos, especialmente en sus indicadores macro, de lo que siempre se denomina el “modelo chileno”, heredado desde los tiempos de Pinochet. Bueno, pues, evidentemente, no todo marchaba bien. Como muchos analistas observaron, y los mismos ciudadanos de Chile han vivido en carne propia, se hace sentir mucho la importante falta de instituciones y herramientas de protección social por parte del Estado, y que digamos, no son nada de otro mundo, existiendo en la gran mayoría de países de Occidente. Las brechas entre la educación privada y la pública también fueron un gran elemento disparador para las manifestaciones estudiantiles. Pero lo que hace de este proceso tan importante, y, que le da una especificidad propia que permite diferenciarlo de simples revueltas disruptivas, es que, pudo canalizar esta serie de demandas radicales dentro de los canales y vías institucionales del mismo sistema.

Es curioso, recordar también, que Chile fue también el único país en donde el socialismo llegó por la vía democrática, lo que nos hace pensar en la magnitud del peso de las formas institucionales a la hora de pensar y actuar políticamente en Chile. Decido pararme en este punto porque, las instituciones políticas, como la democracia y el sistema republicano, tienen la excelsa virtud de mitigar la violencia inherente a cualquier conflicto político: transforman en negociaciones pacíficas las polémicas discusiones sobre qué proyecto de país se va a establecer, donde la fuerza bruta se convierte en la fuerza solemne del voto mayoritario - que no deja de ser una imposición en última instancia.

Volviendo al primer elemento que destaqué al comienzo, yo me digo: ¡qué sorprendente cómo todo comenzó por unas protestas estudiantiles! Lo que me hace pensar ahora, como joven que soy, que es posible tener un gran efecto radical dentro de la organización política actual, el Estado nacional, arguyendo la ideología que más plazca al actor. Digo que la realidad efectiva del caso chileno es la pared con la que chocan todos los clichés, tanto optimistas de la juventud como pesimistas, es porque las más de las veces, las ideas románticas de la juventud terminan diluyendo la acción concreta en discursos poetizados donde se exacerba lo bello de ser joven sin poner énfasis en la elaboración concreta de proyectos claros y definidos. O, por el otro lado, clichés negativos donde se tilda a los jóvenes de vagos, ineptos, desinteresados y simples pasionales, también se desarman frente a estos hechos. La juventud es consciente de su rol y sabe lo que quiere, no ha de sorprender su entusiasta acción ni sus brillantes ideas.