La Unión Europea se ha propuesto ser neutra en emisiones de gases de efecto invernadero para 2050 y una serie de objetivos intermedios para 2030 en lo que se conoce como el “Pacto Verde Europeo”.

Con la finalidad de proporcionar a las empresas, inversores y responsables políticos definiciones adecuadas sobre cuáles son las actividades económicas que pueden considerarse dentro de este pacto, en un proceso lento y complejo, la UE adoptó un protocolo que se conoce como “Taxonomía Verde”.
Básicamente, allí se define cuáles son las actividades sostenibles desde el punto de vista medioambiental o están alineadas con los objetivos globales de sostenibilidad a mediano y largo plazo.

El martes pasado el parlamente europeo decidió que el uso de gas y la energía nuclear serán parte de esta taxonomía rechazando la moción que proponía retirarlas del documento.
Fue una de esas decisiones que dividen todo: algunas naciones (como Alemania y Francia, principales beneficiarias de la decisión) a favor y otras en contra. Y dentro de cada país, también, por supuesto, dependiendo en muchos casos, de quién está a cargo de gestionar la transición.

La decisión de la Eurocámara podría ser revertida por el Consejo de la UE, que representa a los Estados miembros y es el otro órgano legislador en la UE: tiene tiempo para rechazar la medida hasta la medianoche de 11 de julio si se opusiesen el 72% de los países (20 de 27) representando al menos al 65% de la población de la Unión Europea (unas 290 millones de personas). Todos los analistas coinciden en que eso no ocurrirá y la medida quedará firme.

Lo que entra y lo que no

En el caso de la energía nuclear, se concederá etiqueta verde a los proyectos aprobados antes de 2045. Considerando los plazos de construcción y vida útil, los nuevos reactores nucleares podrían estar en funcionamiento incluso hasta principios del siglo próximo.
La taxonomía incluye también a las inversiones para ampliar la vida útil de las centrales existentes, siempre y cuando sean aprobadas antes de 2040.

En el caso del gas, la UE considerará inversiones compatibles con la nueva clasificación sostenible las destinadas a actividades de generación eléctrica, siempre que las emisiones sean menores a los 100 gramos de CO₂ por kilovatio hora (Kw/h) sin limitaciones hacia el futuro. En cambio solo autoriza proyectos aprobados antes de 2030 si generarán emisiones de hasta 270 gramos de CO₂ por Kw/h.

Lo que es verde y lo que no

La Taxonomía incluye el concepto, que se ha manifestado decididamente en este caso, de que una actividad puede ser contaminante pero no por eso debe ser eliminada del menú de opciones inmediatas, en tanto contribuya con el necesario proceso de transición hacia actividades y tecnologías que sean definitivamente sostenibles.

Así lo manifestó durante el debate parlamentario Mairead McGuinness, comisaria europea de servicios financieros: “El gas es un combustible fósil, no es verde. Y nunca lo he descrito así. Pero algunos estados miembros que abandonan los combustibles fósiles sucios pueden necesitar el gas en la transición, y ahí es donde hemos colocado el gas en esta taxonomía”.

Alemania sería uno de estos estados que prometió abandonar el carbón. Aunque tras la invasión a Ucrania, anunció que prolongará el uso del carbón mas allá de lo originalmente previsto.

En el caso de la energía nuclear, los defensores de su inclusión insisten con que debe formar parte del menú de transición en virtud de sus bajas emisiones de carbono, recalcando que sólo cumplen la taxonomía, aquellos proyectos que se ajustan a procedimientos muy estrictos para el manejo de sus residuos.

La cuestión de fondo

Que una actividad esté incluida en la taxonomía, independientemente de los criterios técnicos y políticos con que se decide su inclusión, la hace elegible para aplicar a financiamiento y participar del mercado de bonos “verdes”.

En la crónica de El País de España, esto se refleja en la ponencia del eurodiputado verde Bas Eickhout: “¿Para qué sirve la taxonomía? Sirve para armonizar las reivindicaciones de lo que son las inversiones verdes. En el momento en que se cumple con las reglas de la taxonomía hay una etiqueta verde y se puede obtener un bono verde”.
Agregó: “Estamos enviando una señal desastrosa a los inversores y al resto del mundo de que la UE reconoce ahora el gas fósil y la energía nuclear como inversiones sostenibles”.

Valga la referencia: desde ahora el gas y la energía nuclear podrán acceder a los beneficios orientados a las energías renovables como la solar y la eólica. Y no es poco dinero: el Pacto Verde Europeo obliga a los países a invertir en reformas ecológicas “por lo menos el 37%” de la financiación que reciben del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia de 672.500 millones de euros. 

Queda planteado el debate: ¿Para llegar a un futuro de actividades sostenibles la transición puede o debe desarrollarse con actividades no sostenibles?

El debate adquiere particular trascendencia cuando se hace un corte entre ricos y pobres, países o personas. La Unión Europea dispone del financiamiento necesario para sostener una transición inmediata pero, ¿quién pagará el costo?, ¿los consumidores, el estado, las empresas?

Y los países con menos recursos, perjudicados directos del cambio climático pese a su baja contribución al fenómeno, ¿deben postergar mejoras en la calidad de vida de sus habitantes aún cuando disponen de recursos para hacerlo?

Desde que Fidel Castro plantease esta disyuntiva es sus 5 minutos de intervención en la cumbre de Río en 1992, poco es lo que parece haberse avanzado en el debate. Las grandes potencias mundiales, Estados Unidos, China, Europa, Rusia, por ahora solo atienden su juego.

Discurso en la Cumbre de Río de Janeiro