El precio del cacao está en máximos históricos. Ronda los 7.000 euros por tonelada, el triple que el año pasado. No se recuerda nada parecido desde mediados de los setenta del pasado siglo, cuando las malas cosechas en los países productores de África Occidental provocaron un desabastecimiento que coincidió con la crisis del petróleo. Los economistas, en aquella época, estaban demasiado pendientes del crudo como para prestarle atención a un producto que no es de primera de necesidad. 

Pero ahora los expertos piensan que no va a ser así. Algo está cambiando, y no se puede controlar con un simple ajuste de los precios. La amenaza de precios estratosféricos se cierne también sobre otros productos tan populares como el café o la cerveza (las bebidas más consumidas del mundo, junto con el té), y cuya disrupción, acompañada además por un descenso de calidad, puede convertirse en un drama emocional para cientos de millones de consumidores.

La pandemia disparó el consumo

No es tranquilizador que Michele Buck –CEO de Hershey, uno de los cuatro gigantes de la industria chocolatera que cotizan en Bolsa, junto con Lindt, Mondelez y Nestlé (hay que sumar las privadas Mars y Ferrero, que son negocios familiares)– haya anunciado que no se van a cortar a la hora de trasladar al consumidor el alza de los costes, incluido el del azúcar, otro de los ingredientes: “Usaremos todas las herramientas a nuestro alcance, incluida la fijación de precios, como forma de gestionar el negocio”, ha dicho.

Un negocio, por cierto, que iba viento en popa, con unas ventas que se esperaba que iban a superar los 127.000 millones de dólares en 2024. El encarecimiento del chocolate ya se nota en la canasta de la compra, aunque lo enmascara que todos los alimentos estén por las nubes.

El consumo de cacao, además, se ha disparado, sobre todo desde la pandemia. “La demanda mundial ha superado a la oferta global”, explica Bill Weatherburn, de la consultora Capital Economics. Se produjeron siete millones y medio de toneladas en 2022. Es decir, si hubiera que racionarlo, a cada habitante de este planeta le correspondería un kilo de cacao (en realidad, los británicos consumen diez; los alemanes, ocho; los españoles, cuatro...). Pero el déficit rondará este año las 375.000 toneladas. Y seguirá creciendo.

Las razones que explican la actual escasez se conocen. Los mayores productores mundiales son dos países africanos, Costa de Marfil y Ghana, con el 60 por ciento de los cultivos. En años anteriores sufrieron un exceso de lluvias, que facilitó la propagación de plagas (el árbol del cacao es muy propenso a enfermedades). Y el fenómeno meteorológico del Niño, acompañado de una sequía extrema, ha arruinado las últimas cosechas. Sin embargo, lo más interesante es lo que puede suceder a partir de ahora. Porque son las expectativas las que mueven el mercado de este producto. Y los analistas pronostican que solo estamos al principio de una escalada de precios.

Por lo menos, esa es la apuesta de los fondos de capital, “que han entrado 'de lleno' en el mercado del cacao”, informa Financial Times. Lo que se está viendo, en tiempo real, es la gestación de una enorme burbuja. “Los especuladores han acumulado una apuesta de 8.700 millones de dólares en contratos de futuros de cacao, la mayor de la historia”, señala el analista Martijn Bron.

No son los únicos culpables del aumento de precios, pero amplifican los movimientos del mercado a niveles extremos. La mayoría de los fondos, además, utiliza algoritmos parecidos, lo que intensifica el efecto propagador. El resultado es que el cacao está siendo el negocio más lucrativo de la cartera de inversiones del capital riesgo, según un estudio de la empresa de servicios financieros Société Générale.

Los fondos de inversión no son los únicos a la caza de esta oportunidad; también las compañías que dominan la alimentación, como la cerealera norteamericana Cargill, que se ha anticipado a todos y, gracias a sus inversiones en el mercado londinense, ya controla grandes cantidades del cacao en bruto que se transportará desde África para procesarlo en Europa y convertirlo en el polvo, la pasta y la manteca con los que las multinacionales del sector elaborarán sus productos de confitería en los meses y años venideros. “El mercado ha entrado en 'modo pánico' y aún no ha tocado techo”, resume Paul Joules, analista de banca.

En el mercado de futuros de Londres también se negocian los precios del café, otro producto que podría estar en peligro. Se consumen diez millones de toneladas anuales. Cultivar café exige unas condiciones muy concretas –temperaturas frescas, sombra y precipitaciones abundantes, suelos ácidos— que solo se dan en unas pocas regiones de África, América y Asia. Y podría perderse hasta el 90 por ciento de la superficie cultivada de aquí a 2050.

Algunos estudios, como el de la Fundación Syngenta, señalan que la variedad arábica, la de mayor calidad, va camino de ser un artículo de lujo. Y que habrá que conformarse con variedades más resilientes, rescatar especies olvidadas y recurrir a la ingeniería genética. La producción de aguacates y anacardos, con grandes necesidades hídricas, también podría verse limitada. En resumen, seguiremos bebiendo café, pero a precios prohibitivos y no estará tan rico.

El lúpulo, amenazado por el calor

Algo parecido comienza a suceder con la cerveza. Las olas de calor en Centroeuropa han provocado que falte lúpulo para darle el sabor característico, más o menos amargo, a cada marca. Y el que hay tampoco contiene la cantidad suficiente de unas resinas llamadas 'ácidos-alfa' para contrarrestar el dulzor de la malta. El humo de los incendios forestales también daña su delicado aroma. Estos problemas se agravarán en 2050, según un estudio publicado en Nature. Pero el problema ya está afectando a las cervezas tipo IPA, más aromáticas; la mayoría, de fabricación artesanal. Mientras que las grandes marcas, que contratan las cosechas con antelación para garantizar el sabor con el que sus consumidores se identifican, están capeando como pueden los problemas de suministro y buscan proveedores alternativos.

La organización por el comercio justo Fairtrade Foundation advierte en su último informe de que “cacao, café y bananas son especies vegetales en peligro porque las cadenas de suministro de estos tres alimentos se originan en países muy vulnerables al calentamiento global, la deforestación y la pérdida de biodiversidad”. Muchos científicos coinciden en que el plátano tal y como lo conocemos está condenado a desaparecer. La ciencia ya trabaja en alternativas para evitarlo; entre ellas, un plátano azul y otro que contiene semillas y que, por el momento, ni siquiera es comestible... Lo que nadie quiere es que se repita una devastación similar a la que la filoxera causó en las vides en el siglo XIX. 

Fuente: ABC.