Los biocombustibles están incluidos en muchas estrategias propuestas para reducir las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI) y limitar la magnitud del calentamiento global a 1,5 o 2 °C para mediados o finales de siglo. 
Los biocombustibles líquidos pueden contribuir a la parte de la bioenergía en la mitigación del cambio climático al desplazar los combustibles a base de petróleo.

Los beneficios de tal sustitución, sin embargo, dependen de varios factores, incluyendo si la producción de biocombustibles genera extensión adicional de los cultivos, si los vegetales utilizados son desechos o productos alimenticios en si mismo, y el grado en que la producción de biocombustibles altera directa o indirectamente los patrones de uso y gestión de la tierra.

Por ese motivo, estimar y contabilizar con precisión estos resultados es fundamental para la formación de indicadores climáticos y ambientales efectivos que orienten la política medioambiental. Sin embargo, los programas en curso, no evalúan sistemática y regularmente el problema.

Un estudio que acaba de publicarse, patrocinado por un conjunto de universidades del cordón maicero de Estados Unidos, pone en cuestión la principal afirmación del bioetanol: no es cierto que sea menos contamiante que las naftas.

La administración de biocombustibles más grande del mundo

Estados Unidos es el líder mundial en producción de biocombustibles: generó el 47 % de la producción mundial durante la última década bajo el programa “Estándar de Combustibles Renovables (RFS)”. O sea, este programa regula el uso de prácticamente la mitad de los biocombustibles del mundo. 
Promulgado por primera vez en 2005 y ampliado en 2007, el RFS requiere que los biocombustibles se mezclen con el suministro de combustible para el transporte en incrementos anuales crecientes.

En ese sentido, la legislación argentina, que fue modificada el año pasado, sigue el mismo modelo: en nuestro país (tercer productor mundial de biocombustibles detrás de Brasil) es obligatorio que las naftas tengan un 6% de bioetanol de maíz y otro 6% de bioetanol de caña de azúcar. 

El RFS establece objetivos de volumen para varios tipos de biocombustibles avanzados, incluido el diésel a base de biomasa y los fabricados a partir de materias primas celulósicas. Sin embargo, aproximadamente 87 % de lo utilizado en USA (y una cifra aún mayor en Argentina) son combustibles renovables convencionales, específicamente etanol de grano de maíz, de caña de azúcar o biodiésel de aceite de soja, de modo que los beneficios potenciales de los llamados “biocombustible avanzados” (que se obtienen de deshechos y no de potenciales alimentos) aún no se han materializado.

No es tan ecológico

El nuevo aporte fue publicado en la prestigiosa publicación PNAS (Actas de la Academia Nacional de Ciencias de USA)  en febrero pasado y combina análisis econométricos, observaciones del uso de la tierra y modelos biofísicos para estimar los efectos resultantes del RFS en conjunto y hasta la escala de campos agrícolas individuales en los Estados Unidos. El estudio encontró que el programa RFS aumentó los precios del maíz en un 30 % y los precios de otros cultivos en un 20 %, lo que, a su vez derivó en la expansión del cultivo de maíz en los EE. UU. después de la promulgación de la política específica, en el período 2008 a 2016. 

La publicación también evalúa cómo estos cambios afectaron algunos indicadores ambientales clave, incluida la lixiviación de nitratos, la escorrentía de fósforo, la erosión del suelo y las emisiones de GEI. 
El cambio en el uso de las tierras agrícolas de los EE. UU. para la producción de cultivos debido al RFS, en suma, condujo a aumentos considerables en los impactos ambientales asociados, incluida la lixiviación de nitratos, la escorrentía de fósforo y la erosión del suelo.

Se aumentó el uso anual de fertilizantes en todo el país entre un 3 y un 8 %, aumentaron los degradantes de la calidad del agua entre un 3 y un 5 %, y causaron suficientes emisiones de cambio de uso de la tierra a nivel nacional, de modo que la intensidad de carbono del etanol de maíz producido bajo el programa RFS en lugar de ser menor que la de las naftas resultó al menos un 24% más alta. 

Cómo sin duda los biocombustibles implican beneficios directos para las economías regionales, por la agregación de valor a materias primas locales, es evidente que los otros impactos deben sopesarse junto con los beneficios de los biocombustibles cuando los tomadores de decisiones consideren el futuro de las políticas de energía renovable y el potencial de combustibles como el etanol de maíz para cumplir con los objetivos de mitigación climática.
Parece claro que mientras los biocombustibles se produzcan principalmente en base a productos alimenticios, en lugar de reducir los impactos ambientales, los continuarán aumentando.