España se lanzó este domingo a la nueva normalidad después de 98 días en estado de alarma por la crisis del coronavirus. Entre controles de temperatura, mascarillas para todos y litros de gel, un centenar de vuelos aterrizó desde países del espacio Schengen (área que comprende a 26 países europeos que han abolido los controles fronterizos) y los trayectos aéreos dentro del país llegaron a 225, una cifra todavía baja respecto al promedio histórico de junio: aproximadamente se operó ayer al 5%. Quienes llegaron eran, en su mayoría, extranjeros que trabajaban en España y se fueron durante el confinamiento. Turistas, todavía muy pocos.

La frontera terrestre con Francia abrió este domingo—todavía se mantiene cerrado el límite con Portugal— y desde bien temprano se vieron colas en el puesto de Behobia, en Irún, con franceses en busca de tabaco a mitad de precio, cosméticos y jamones. 

La ansiedad por la playa se vio en la costa gaditana, donde varios arenales tuvieron que dejar fuera a bañistas para evitar aglomeraciones. La recién estrenada movilidad entre comunidades autónomas se sintió en las zonas turísticas como Xàbia, en Alicante, donde miles de personas tienen segundas residencias. Allí, la llegada de turistas se recibió con una mezcla de alivio —por el respiro económico— y aprensión, por temor a que surjan brotes.

Y más que por carretera, los desplazamientos en tren aumentaron. En los últimos días, se ha ido desvaneciendo la imagen de hamacas inmóviles y toboganes vacíos. Los precintos desaparecieron en varias ciudades, como Barcelona, Valencia y La Coruña e incluso en Madrid.

El temor al rebrote continúa, pero la ansiedad por el espacio abierto es mayor.