Esta semana. El hígado de la industria musical del continente, en la capital del mainstream, digirió la intrepidez de un fenómeno cordobés. Ahí Rayos Laser y Zoe dieron testimonio de un cambio de época para la música de la provincia que hoy es epicentro de nuevos artistas.

Hace casi una década, mientras el planisferio de la industria todavía continuaba en pleno proceso de perversión sobre su geografía y los interrogantes eran espesos. En Córdoba, unos pibes crearon una célula, una especie de guerrilla, con ánimo romántico y naturaleza de sello discográfico, llegaban para subvertir el status quo. Se llamo Discos del bosque y fue en villa maría. No sabían lo que hacían.

Estamos diez años atrás. Se muere la industria discográfica, la producción musical se encuentra en una disyuntiva compleja e intrincada sobre como reinventar el negocio. Los discos rápidamente se convirtieron en un material obsoleto. El consumo se reparte entre plataformas de servicio on demand prepago y gratuito (spotify y youtube). La monetización de la música en argentina es muy baja para las distribuidoras del esquema tradicional. Los sellos avanzan sobre los artistas con contratos aun mas leoninos, ya no solo involucran participación en la distribución del material artístico producido, sino, además se calzan en los contratos sobre el comodore de tickets picados y el merch (esto es “la marca banda” remeras gorros etc). A cambio ofrecen el lobby mediático tradicional, la influencia y la participación en los gastos de producción y el managment. Pero hay un problema. Uno que no ven. La comunicación horizontal cambiaría el mainstream para siempre. Ya no lo impondrían los jeques de las discográficas ni la verticalidad de las estructuras tradicionales, sino, por el contrario, el mainstream se impone en las redes y los medios tradicionales, como también los sellos, ahora, deben obedecer.

Ya no será un cuerpo de estándares relativamente símiles, algo que pueda ser abarcado por un top ten, como fue herramienta de colocación para nuevos productos en los noventas, sino, muy por el contrario, se configuraría un multiverso de subgéneros, identificaciones y actores. El mapa se diversificaría y el negocio seria más angosto ensanchando las diversas expresiones de la cultura, sumando oportunidades y en claro beneficio de una democratización musical.

Ahora Córdoba tiene la responsabilidad de empuñar la espada de una renovación en la música del continente. Sera además, una obligación de los actores que configuran el esquema acompañar este proceso, brindando las herramientas para el desarrollo de nuevos artistas, facilitar los recursos para acompañar el crecimiento de los procesos ya consagrados e incentivar nuevos talentos. Es momento de que el estado acompañe esta nueva Córdoba musical. Tenemos motivos para estar orgullosos de nuestros músicos cordobeses.