La gran coalición con la que Juan Manuel Llamosas logró la reelección responde a la idea pan peronista con la que el amplio espacio encabezado por Alberto Fernández logró derrotar a Macri el año pasado: es con todes. El problema de mal interpretar el concepto puede llevar a la desvalorización de los partidos y a la legitimación de expresiones antidemocráticas. 

El triunfo de Llamosas responde, en parte, a una práctica que se extiende como una prédica por toda la América Latina: quien va por la segunda, la logra. Con cancha inclinada, los jefes de ejecutivos que aspiran a segundos mandatos, en general, cumplen el objetivo. Claro que hay que hacer méritos: cuando cometen desastres, terminan en la FIFA.

Llamosas mantuvo la noción de "paz y administración" que del roquismo pasó sin escalas al schiaretismo y en donde radica parte del éxito electoral de Hacemos por Córdoba. Bajo la idea del sosiego colectivo y planillas prolijas, el peronismo de Córdoba, a diferencia de lo que sucede en el ámbito nacional, se corre del ruido ideológico y del debate de ideas para concentrarse en la noción de gestión, lejos de confrontaciones que crispan ánimos. No hacer olas, si total el mar es y será salado.

Bajo esa idea, que no encuentra pruritos en términos ideológicos, Llamosas conformó una gran coalición que va de izquierda a derecha sin dilaciones. Socialistas rosa rococó e intransigentes más negros que rojos conviven con los cavallistas del Partido Liberal Republicano, que hasta hace unas horas vivaban de amor al negacionista López Murphy. En ese mismo asado de quincho convive el albertismo de PARTE y los muchachos de FE, del extinto Momo Venegas: macrismo más menemismo con olor a glifosato. La Cámpora y La Jauretche, dos expresiones del kirchnerismo paladar negro, conviven con el peronismo cordobés clásico -no dije ortodoxo, pero lo podría haber dicho- y todes juntos, le dan techo y comida a una de las expresiones de la neo ultraderecha argentina: Unite: carapintadas, antiderechos, anticuarentena, antivacunas y, me juego, terraplanistas.

Hay un rezo laico que en política no se discute: lo que importa es quien manda, no quienes acompañan. Lo cual es muy cierto. Pero eso no evita los riesgos que conlleva ser tan pero tan amplios. El primero: acentuar el ya notable desprestigio de la política. ¿Qué hacen juntos los que hablan del Che y Evita con los que hicieron diputada a Amalia Granata? Algunos límites para ayudar a la claridad política fortalecen la democracia. La segunda curva, más peligrosa aun: darle entidad a las expresiones del individualismo autoritario que crece en el mundo -Brasil, España, Estados Unidos- y que en Argentina, lentamente, van conformando una minoría intensa, agresiva y violenta.

Sabemos que la democracia es tan generosa que anida en su lecho, incluso, a quienes no la respetan. Para regular ese perímetro valen los límites propios de la civilidad y comprender que aquel "es con todes" supone riesgos que la democracia no debe correr.