La ciencia viene exhibiendo un espectáculo extraordinario desde hace tiempo. Variedad de funciones estelares que pasaron del selecto y canónico reducto de revistas científicas a los heréticos medios masivos de comunicación. Este 20 de julio se cumplen cincuenta años de uno de esos espectáculos más asombrosos.

Pero la historia comenzó un tiempo antes. La impresionante revolución de la Física de principios del siglo XX agitó las aguas de la comunidad científica internacional. Generó controversias, instaló radicales hipótesis y conjeturas, propuso teorías novedosas con insuficiente base empírica, modificó paradigmas, inauguró un siglo de descubrimientos sin precedentes. Einstein, Planck, Heisenberg, Bohr y tantos otros fueron descubriendo leyes del cosmos y del micro-cosmos y prepararon el terreno para aplicaciones antes impensadas. Poco tiempo después la sociedad comenzó a advertir algunos efectos de aquella fiesta del conocimiento.

Sin embargo, el primer espectáculo a escala global fue el horror: las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en 1945. Años antes, el nazismo había generado persecución y posterior dispersión de integrantes de la comunidad científica europea. Estos se llevaron consigo no sólo los últimos avances en sus disciplinas sino las especulaciones sobre la potencialidad de ciertas aplicaciones bélicas. Estados Unidos, Alemania y Rusia avanzaban en una frenética carrera para llegar antes al control de la fisión nuclear que permitiera explosivos devastadores.

Después del espanto de centenares de miles de muertos debido a la operación militar norteamericana con bombas atómicas, el revuelo y el rechazo fue mayúsculo. El aura de neutralidad de la ciencia fue interpelado y la tecnología o tecno-ciencia, puesta en el banquillo de los acusados. La guerra, la política y el poder irrumpieron de manera dramática en la escena científica.

Años después, el espectáculo global protagonizado por otras derivaciones tecnológicas de la ciencia fue también premeditado pero más digno: la llegada de un ser humano a la Luna. Una preanunciada proeza estadounidense que estuvo enmarcada en la carrera espacial que comenzó en 1957 con el lanzamiento del satélite Sputnik, el envío al espacio de la perra Laika y el primer viaje espacial de un ser humano, Yuri Gagarín, todos mojones que mostraban un claro predominio soviético.

La llegada de un ser humano a la luna fue un hito de esa carrera espacial en busca de la hegemonía política, económica, tecnológica y simbólica entre las dos superpotencias de la guerra fría.

La tercer oleada del espectáculo científico se dio en los años ochenta cuando el furor mediático produjo una masiva difusión de descubrimientos, logros y aplicaciones. La serie Cosmos de Carl Sagan, vista por varios cientos de millones de personas, fue espectacular en el mejor sentido del término. Luego se desarrollaron una variedad de contenidos, formatos y plataformas. Series de ficción como The Big Bang Theory, documentales, películas, libros y conferencias de celebridades científicas globales como Stephen Hawking. Hoy es difícil encontrar un medio de comunicación que no contenga una sección, columnistas, informes o programas dedicados a la difusión científica.

Es cierto también que la mala divulgación hizo estragos. Simplificación, reduccionismo, desviaciones y falsedades fueron los efectos de buscar más espectacularidad que rigurosidad comunicativa.

Hace poco, una serie de acontecimientos observacionales en Astrofísica montaron el más reciente espectáculo de la ciencia. En 2012 fue la observación del bosón de Higgs en la llamada “Máquina de Dios”, en 2017 las mediciones de ondas gravitacionales y en 2019 la primera fotografía de un agujero negro.

Por último asistimos a una renovada carrera espacial con varios protagonistas, Estados Unidos, Rusia, Europa, Japón, India y aceleradamente China que aumenta de modo sostenido su presupuesto espacial y alcanzó la cantidad de 37 misiones orbitales en 2018. Por su parte, Estados Unidos se propone enviar seres humanos a Marte dentro de una década y Donald Trump acaba de declarar que "no basta con tener presencia en el espacio, debemos tener el dominio del espacio" y ordenó la creación de una Fuerza Espacial como sexta rama de las Fuerzas Armadas estadounidenses.

Desde la revolución de la Física hasta el presente ha transcurrido un largo siglo de avances espectaculares. Y en épocas donde se hace difícil saber hacia dónde se dirige la humanidad estos avances sugieren incluso de dónde podríamos venir. Buena parte de la sociedad le otorga a la ciencia esa apariencia de omnipotencia que algunos consideran necesario atenuar.

Vale entonces convocar a Friedrich Nietzsche, que aunque escribió mucho antes de estos tiempos, sigue vigente para recuperar cierta humildad perdida: “En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la Historia Universal: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto.”