“Por más que quieras tapar toda nuestra voz, nunca podrás callar esta canción” LFC

Es sabido que una de las maneras más eficaces de la opresión es hacernos sentir vergüenza de lo que somos, sobre todo cuando lo que sos y lo que te pasa va en contra de lo “establecido” como normal. Hijo de subversivos sea como acusación que condensan burla y amenaza, sea como explicación lastimosa que degrada, era otra categoría de la “vergüenza indecible” (Pienso cuántas siguen oprimiéndonos: “negro de mierda”, “mina”, “puto”, “sudaca”, “peroncho”…)

Como muchos los de mi generación crecí en el medio del miedo del no te metás. Y no meterse implicaba, en un doble movimiento de negación, no poder. No poder contar(me) qué (me) había pasado y, mucho menos, no poder participar en lugares donde hacer algo con la injusticia social creciente, festejada y promovida bajo el lema “la política es una mierda”. Para “ser feliz” la propuesta era callarse y olvidar, aunque doliera. Pero la voz de la memoria persistía, sobre todo como preguntas: ¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Dónde están?

Encontrar un lugar en el mundo en el que ubicarse, arraigarse, es encontrar personas concretas que con sus cuerpos y voces van formando parte de un relato que, al incluirte, te trasciende. Un lugar que es escucha comprensiva, que es abrazo después de poder (o no) contar, que es discusión apasionada, que es búsqueda de un sentido común. Un lugar donde se va construyendo, no sin caótica organización, una versión donde lo que subyace se libera, se vierte y, al hacerlo subvierte en vindicación lo que era oprobio. Re-unir afectos y política, lo personal y lo colectivo. Salir de la mismidad y comprender que lo que me paso, nos pasó. “Todes somos hijos de una misma historia” creo que fue una de las síntesis más comprensivas de qué lugar, como generación, nos tocaba en la historia.

La lucha que nos parió

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Así, en el medio del menemismo ( en el que Scilingo contaba cómo tiraba personas vivas al mar, en el que Martínez de Hoz decía que Cavallo estaba concluyendo lo que él había empezado, en el que Bussi era elegido gobernador de Tucumán o en el que Menéndez era invitado a la televisión y a los actos oficiales del gobierno de Córdoba), salir a decir “Somos los hijos de los desparecidos y reinvindicamos la lucha de nuestros padres y madres”; “Ni olvido, ni perdón: juicio y castigo” ; “Si no hay justicia, hay escrache” , entre tantos otros lemas, hilvanaba con los largos hilos ovillados en las plazas por los Pañuelos Blancos, el pasado, el presente y el futuro. A pesar del genocidio no nos habían podido robar la historia de las luchas y éramos parte de ellas. Por eso, la acción colectiva se empezaba a fundir con otras luchas (“Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”, “La Tierra para quien la trabaja”; “No a las privatizaciones ”; No a la Tolerancia Cero”); por eso cada 24 de marzo la participación y la agenda se agrandaban con la articulación de la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos; por eso el consenso social de repudio al proyecto de la dictadura fue creciendo tanto hasta convertirse en un capital político insoslayable a la hora de pensar un proyecto de país más inclusivo y justo.

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La decisión política de Néstor Kirchner de hacer de las reinvindicaciones históricas del movimiento de derechos humanos políticas de Estado nos desafió. La anulación de las leyes de impunidad; la conversión de lugares de tortura y muerte en Sitios de Memoria; la potenciación de la búsqueda de Abuelas, a la par de políticas que re-construían el tejido social con un proyecto de Nación más inclusiva nos hizo discutir muchísimo y, como siempre, a redoblar los esfuerzos. Llegar a comprender que el “Estado” no es el “enemigo”, sino el territorio por antonomasia de la disputa política, lleno de contradicciones y grietas, nos llevó a la decisión de ser parte de esas disputas y contradicciones. Y acá vamos. En un mundo desconcertado por la pandemia del coronavirus, se vuelve a discutir, a escala mundial, el insustituible lugar de las instituciones públicas como las únicas que pueden garantizar las condiciones para que gocemos de los derechos que hemos logrado con tanto sacrificio y lucha.  Ya sabemos, “quien ha nacido en un mundo así, que no olvide su fragilidad”. Nadie se salva solo.  

[*] Agradezco esta invitación a compartir un puñado de ideas-sentimientos en conmemoración a los 25 años de la organización Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S). Para Roger Becerra, para Familiares y Abuelas que con tanto amor y paciencia nos bancaron y enseñaron y, sobre todo, para las y los compañeros. Gracias por el fuego.