A los pocos días de la muerte de mamá, Carolina me dijo que estaba embarazada. Yo que me disponía a realizar mi duelo a mis anchas y a tiempo completo y sin interferencias, yo que quería o necesitaba andar meditabundo y triste para llorar a mi madre como un niño perdido y meterle con astucia algún que otro dolor vagabundo, me topé con la noticia del embarazo que exigía mi tiempo, mi amor y mis energías, que suelen ser lo mismo.

¿Existen duelos ideales? Esas amorosas reclusiones donde uno se piensa exorcizando los fantasmas y las lastimaduras de la ausencia para volver a emerger de las sombras fortalecido. Lo dudo. Los duelos no tienen etapas generalizables, ni tiempos cronológicos. Es una tarea que a cada uno le toca y hace como puede y cuándo puede. Pero hay algo que sí tienen. Paradójicamente, los duelos están rodeados de vida. No hacemos los duelos, los duelos nos hacen mientras la vida no se detiene.

Corte. Me acaba de interrumpir un estornudo que Carolina me soltó en la cara, y se lo digo y me contesta que no es para tanto. Me acaba de decir que no es para tanto. ¿Lo podés creer, mamá?

Sí, yo hablo con mi madre.

Al principio me decía con cierta tristeza: “si mi mamá me viera cambiando un pañal”. De una manera u otra me acompañó en los primeros tiempos por la puerta de entrada de esa oración: si mi mamá me viera. Pero tuve que cambiar ese acompañamiento por las convincentes razones de que yo hacía muchas cosas que no quería que viera mi madre.

La despedí. ¿Cuántas despedidas tiene un duelo?

Después pasé a contarle cosas, detalles cotidianos, una especie de audio a la nada, un pensamiento solitario que para armarlo mejor se lo mandaba a ella: no sabés la fila que había para hisoparse, todos tosían como locos y me pusieron el hisopo hasta el hipotálamo. O, si vieras qué linda la foto que le saqué a los chicos en su primer día de clases, a ellos les cuento de vos, les exagero, como corresponde, algunos buenos atributos tuyos. Había temas que no le contaba. Jamás le comenté cosas de mi gusto por la escritura ni de las cosas que escucho en el consultorio.

Más adelante le empecé a hacer preguntas. ¿Qué te parece mamá si hago tal o cual cosa? Una forma de pedirle permiso que siempre me concedía. Habíamos formado una relación extraordinaria y me daba respuestas convenientes a mi satisfacción. Era sospechoso que nos lleváramos tan bien, pero todo eso se rompió la otra noche que tuvimos una fuerte discusión.

No nos podíamos poner de acuerdo en un punto importante. El tema es simple. Tenemos la casa a la venta y yo dispuse ponerla a un precio bajo, un precio bajo casi regalado en el discurso de los corredores inmobiliarios es una oferta competitiva en el universo de las propiedades. ¿Qué te parece si la vendo barata, vieja? Esa fue la pregunta, yo estaba convencido de que me iba a contestar que sí. Sí, querido, véndela barata y pasen a otra cosa, a otra casa, la vida se renueva. Pero no. Me dijo otra cosa: no seas boludo. Qué quilombo que se armó, tanto así que me empecé a tentar y Carolina que dormía a mi lado prendió la luz del velador porque pensó que estaba llorando.

Los muertos no envejecen y cada vez tienen menos experiencias.

El lunes publiqué la casa más barata, no sé cuál será la opinión de mi madre, es imposible saberlo. Lo único que sé es que a veces la extraño y si la recuerdo es para recuperarla un poco, y nada más.