En marzo de 2015 un nuevo femicidio nos golpeó de frente a las mujeres de Córdoba. Se trataba de Andrea Castana, una mujer de 35 años que salió a caminar y nunca más volvió a su casa. Con la bronca y el dolor que nos produce a las mujeres encontrarnos con esas noticias, una de nosotras, esa noche, envió un mensaje por redes sociales. La selección de destinatarias fue estratégica:  periodistas y artistas comprometidas con causas políticas. Necesitábamos diseñar una campaña, una acción, una alerta transversal que frenara el mundo. Teníamos que salir a la calle y aturdir a una sociedad y a un Estado que se mostraba sorda ante los femicidios.

Nosotras no militábamos, nosotras no teníamos estudios académicos en género ni contábamos con trayectorias en partidos políticos. Conocíamos la existencia de organizaciones feministas, conocíamos el Encuentro Nacional de Mujeres y reconocíamos a mujeres que hacía años venían actuando en múltiples espacios para desmontar la cultura patriarcal.

Nuestra formación en medios, opinión pública, construcción de mensajes, lectura de audiencias y el ejercicio cotidiano de saber sortear los obstáculos de múltiples poderes nos daban un saber único. Y desde ahí nos paramos.

Empezamos de una manera primaria, auto gestionada, sin pretensiones. Una maratón de lectura en pleno centro de la ciudad el mismo día que en Buenos Aires sucedía lo mismo. En ese momento, algunos medios amplificaron y referentes de izquierda de Córdoba nos invitaron a reunirnos. Era difícil de entender de dónde habían salido estas once mujeres y por qué querían hacer lo que hacían. Nos agrupaba el dolor, la indignación y la impotencia.

Meses después, en mayo de 2015, Chiara Paéz de 14 años aparecía brutalmente asesinada. Una colega de Buenos Aires, Marcela Ojeda, elevó la voz en twitter “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales ... mujeres, todas, bah.. no vamos a levantar la voz? NOS ESTAN MATANDO”. A esa alerta le siguió un mensaje de colegas de Buenos Aires (anticipándonos que se estaba planificando una gran movilización) y la invitación de militantes políticas y feministas de Córdoba a participar en un espacio de articulación multisectorial con partidos políticos, organizaciones, movimientos de base, centro de estudiantes, representantes de gremios, entre otras.

Ese espacio con el tiempo se autodenominó Asamblea Ni una Menos. Fueron reuniones intensas de discusión y concertación. Sin el conocimiento de muchas mujeres militantes hubiera sido imposible lograr lo conseguido. Aportaron saberes asamblearios, pluralidad en la mirada feminista y un saber crucial para este tipo de movilizaciones: logística, recursos para escenario, luces, cartelería, y un sin número de aristas claves para ocupar las calles de Córdoba en un clima de respeto y diversidad. Se acordó la lectura de un documento único que fue trazado colectivamente punto por punto.

El Colectivo Ni Una Menos fue claro desde el principio: la marcha debía ser una sola y bajo una única bandera, la que nos unía, “Ni una Menos / Basta de matar mujeres”. La viralización de la convocatoria estalló y en poco tiempo la marcha tenía múltiples difusores, imágenes y caras; era de todas.

El 3 de junio de 2015, dos horas antes que se iniciara la marcha, ya había cientos de mujeres ocupando cuadras y cuadras desde Colón y Cañada. Recuerdo los sonidos de ese día. La voz de una militante que nos enseñó mucho y nos trató como hermanas desde el minuto uno. Siento ese viento, el de los primeros días de junio que nos helaba las manos, las mejillas. Escucho nuestras voces, la insistencia de que detrás de la barredora fueran las hijas, las madres, las amigas de quienes habían perdido a una mujer en manos de la violencia machista. El dolor e impotencia sobrevolaba las calles. Fue una marcha silenciosa, era imposible contener las lágrimas. Aún recuerdo la mirada de dos nenas de la mano con un cartel con la cara de su mamá asesinada. Fue una marcha para abrazarnos, para estar juntas y constatar que, a partir de ese día, nada volvería a ser igual.