Ultimo tercio de mayo del '69. En Rosario, el Rosariazo deja el saldo de un paro general y el asesinato de Luis Alberto Blanco, metalúrgico de 15 años.

La dictadura habilita Consejos de Guerra para juzgar los delitos que cometen trabajadores y estudiantes.

En Buenos Aires, los enfrentamientos entre policías y estudiantes dejan 60 detenidos, entre ellos un camarógrafo.

A las 22 del 23 de mayo, en la esquina de Florida y Sarmiento, 1 policía de guardia corre asustado, acechado por los gritos de asesino. Se esconde en una oficina del diario La Nación. A la misma hora en Lavalle y Suipacha, estudiantes de Ciencias Económicas llevan una bandera argentina con crespones negros al grito de "Cabral, Cabral, te vamos a vengar".

También hay marchas en La Plata y en Salta, donde 60 hombres y mujeres detenidos por agredir a personas que están en el Club Social 20 de febrero.

En Mendoza, 2 mil estudiantes marchan a la jefatura de la policía. Cantan el himno.

Las dos CGT -Azopardo y Paseo Colón- inician la ronda de coincidencias: estado de huelga en todo el país, paro nacional en breve.

En Córdoba hay un gran acto masivo frente a la Kaiser. Estudiantes de la FUA y trabajadores, unidos. Los secundarios organizados se suman.

Foto Guillermo Galíndez
Foto Guillermo Galíndez

En el barrio Clínicas, para el 23 de mayo, se realiza ya el quinto día consecutivo de las llamadas Jornadas de lucha y protesta, que incluyen, ante todo, la toma del barrio.

La noche del 23, apenas 6 días antes de la explosión final, en las calles del barrio estudiantil hay dos elementos preponderantes: tensión e incertidumbre. Patrulleros, carros de bomberos en las esquinas y perros dispuestos a la caza de guardapolvos buscan encontrar un orden que es esquivo desde hace una semana.

 Los estudiantes cercan los ingresos al barrio y realizan actos relámpagos. Ituzaingó y San Jerónimo, 9 de julio al 350. Un orador, una arenga, cajones de madera incendiados y decenas de detenidos que no logran escapar en el desbande general cuando llega la policía.

Los grupos de estudiantes protestan frente a la sede del Jockey en Colón y General Paz. Ahí cae herida Juana Patiño, de 24 años. En Rivadavia y Catamarca, el orador habla de "dictadura oligárquica y pro imperialista" y la necesidad de una universidad "al servicio del pueblo". Duran poco los actos, que se disipan con el ulular de las sirenas y los gases lacrimógenos, que llegan juntos.

Cuenta un periodista de entonces

“Un patrullero, cuyo conductor, con veleidades de ciudadano 'normal' -iba vestido de civil-, pronunció palabras de pretendido machismo y que en realidad traducen su resentimiento: "habría que pegarles a cada uno un tiro en la nuca". El terror de siempre.

Del lado de los estudiantes también hay respuesta. Decenas de bombas molotov vuelan en las calles de Córdoba. Una hiere al oficial Gallego, que es atendido en el Clínicas. Otro que cae es el sargento Juan Aguilera, de la Guardia de Infantería, con cortes en un muslo y en una mano.

Alberdi está sitiado por la fuerza de choque estudiantil. Las calles Chaco, Santa Rosa, Colón, 9 de Julio y Deán Fúnes hasta Orgaz, es territorio liberado, ocupado por los estudiantes. La policía lanza gases y el ataque llega desde los techos: una nueva técnica, nacida en Córdoba, reemplaza al foquismo: el techismo.

Las policía Provincial y la Federal intentan ocupar, avasallantes con médicos, enfermeras y enfermos, los techos del Clínicas. Los empleados del Hospital no les favorecen el paso, pero la fuerza de las armas gana. Igual advierten que es imposible: el territorio de las alturas es propiedad de la juventud y no de las fuerzas de la dictadura.

Los periodistas que cubren hablan de combate. Un cronista advierte que tuvo que gritar su condición de tal "para evitar ser blancos de proyectiles".

Las veredas de Alberdi están repletas de escombros y fuego. Desde los techos se gana la batalla y obligan a la policía a replegarse desde Santa Rosa y Neuquén hasta el Clínicas, donde los hombres armados de fuego y odio se guarecen.

Héctor Crusta, que apenas tiene 18 y cursa la secundaria, es soldado techista en la esquina de 9 de julio y el Pasaje Clínicas. Allí cae. Se sabe de él cuando tres personas abrazadas llegan al Clínicas: dos arrastran al joven de 18, vecino de Alta Córdoba en Tucumán 2234, que fue alcanzado por un balazo policial. Un ómnibus de la fuerza estacionado que desde la ventanilla dispara y huye. La bala 1125 disparada por una 45 pega en la región maxilar de Héctor, junto a la nariz y recorre el rostro hasta alojarse en la región mastoidea, abajo de la oreja izquierda. Sobrevive para guardar silencio por 50 años. Apenas dice, ahora, "hicimos el mayo cordobés".

En total se cuentan 22 heridos entre ambos bandos.

Nores Martínez, el rector de la Universidad que ha sido el brazo de Onganía en Córdoba, amenaza: orden y paz o continúa el cierre universitario. En un comunicado, dice que en la UNC no existen causas específicas que hayan originado la agitación estudiantil. Rogelio insiste: tengo "la convicción de que la gran mayoría de los estudiantes de esta Universidad compartan los anhelos de paz y convivencia" y que se pueda "seguir aunando esfuerzos para seguir el año académico dentro de un clima de concentración al estudio". Los estudiantes encienden más molotov y se ríen del hombre, de sus 14 hijos y de su apellido patricio.

Recluidos en el Clínicas, efectivos de la Federal salen en operativo comando a tirar granadas de mano a los techos. No duran más 5 minutos en el exterior: deben volver con los ojos rojos y ataques de tos. Desde los techos los gases lacrimógenos y las molotov bajan más rápido que las bombas que intentan subir. La luz del barrio está cortada desde hace horas. Lo único que ilumina la noche son los balazos y bengalas que atraviesan el cielo en combate de Alberdi.

El techismo es la habilidad para desorientar al enemigo. Los ocupantes de las azoteas de zinc descolocan a la policía con sus ataques breves y feroces. Cuando la violencia estatal identifica un objetivo, en segundos la pronta víctima se desvanece en el aire del Poniente y otros atacan desde el Levante de modo inmediato.

A las diez y cuarto de la noche, 4 practicantes del Clínicas con sus guardapolvos blancos deben ir a la búsqueda una mujer enferma en el barrio. Salen a pie, camilla en mano. La seña para evitar el ataque es golpear las columnas de la luz. Los ocupantes de los techos permiten el paso al identificar el sonido de las banderas blancas en la noche..

Cuando ya han pasado las 11 de la noche de este 23 de otoño llegan los bomberos con un hidro elevador y reflectores. Buscan ganar así la altura que no dominan. Apenas se asoman los primeros ocupantes de la máquina, las molotov que vuelan desde las cuatro direcciones obligan nuevamente a replegarse.

El periodista anónimo que cubre esta noche para La Voz del Interior deja inmortalizado, en esta crónica, lo que se vive en esta guerra entre la dictadura y la juventud liberada.

"La noche era más oscura. Los gritos seguían erizando. La zona seguía como tierra de nadie y recorrerla significaba una odisea. De vez en cuando, el chisporroteo de cables unidos con certeros tiros de boleadoras iluminaban los rostros tensos de policías que habían buscado refugio en cualquier hueco que ofreciera seguridad.

Las molotov seguían cayendo para dejar su charco de fuego y provocar desbandes. La intensidad de la lucha no decrecía.

Recién pasada la medianoche se observó algo de calma al cesar el bombardeo de lacrimógenas. La policía volvió a concentrarse frente al Hospital, ya con un poco de tranquilidad.

Al cierre de esta edición (2.50) la lucha se desarrollaba en calles 9 de julio y Deán Fúnes. Fogatas en las esquinas y nutrida pedrea eran las características. Se escuchaban disparos de armas de fuego y desde Colón y Chaco, policías apostados extrajeron sus armas y pegados a las paredes, avanzaron por la última calle. En el sector, la lucha continuaba.

(...)

El escenario oscuro era de piedras, gases, batallas y balazos.

(...)

A las 2.30 de la madrugada, el barrio Clínicas se aparece a nuestros ojos como una enorme bestia herida, silenciosa, pero dispuesta a dar el último zarpazo. El barrio, desde calle Mendoza arriba seguía a oscuras. El apretado cerco policial permanecía inmutable mientras las azoteas amenazantes transmitían desde lo alto el enlutado mensaje de los imprevisto y contundente.

Nuestro auto serpenteaba fogatas y las gomas chirriaban en el asfalto: las maderas y los vidrios destrozados también herían al vehículo.

La oscuridad, la desolación y una amenaza en cada esquina, a cada metro, nos cortaba el aliento.

Aunque afuera en la calle casi no había vida, adentro la población no dormía. Tampoco los sitiados estudiantes de la confabulación y los alertas e implacables policías de la represión".

El barrio Clínicas, dice la crónica, está dispuesto para dar su último zarpazo. Apenas faltan algunas horas.