Cuando se puso en consideración la votación de la adhesión de Córdoba a la Ley de cannabis medicinal, hubo una aprobación casi unánime, pero también un pedido de abstención y dos votos negativos.

Los últimos correspondieron al bloque de Encuentro Vecinal. Tanto María Rosa Marcone como el pastor Gerardo Grosso se manifestaron en línea con una carta presentada pocos días de la votación por distintas agrupaciones religiosas. Los firmantes iban desde la Pastoral de adicciones de la Arquidiócesis de Córdoba, el Colegio Luterano Concordia, el Concejo Pastoral Evangélico de Córdoba y la Asociación Civil Nuestra Señora del Luján, de Río Tercero.

Los argumentos iban desde la "poca apertura al diálogo", pese a que la provincia es una de las últimas en manifestarse en tal sentido hasta "las dramáticas consecuencias para la vida de los jóvenes". Lo central del proyecto, orientado hacia un uso medicinal que está comprobado puede aplacar el padecimiento de muchas patologías, fue quedando al margen.

Marcone, en la lectura de su discurso en la Unicameral, planteó que " no podemos ignorar sobre la puerta que se abre para el uso mal llamado recreativo". La distinción de los componentes de la planta fue escasamente tratado.

Y la legisladora prosiguió: "Si esta medicación se llegara a aprobar, queremos que se recete con el recetario amarillo, como los opiaceos u otros. No que los recete cualquiera ... hasta un verdulero. Porque la reglamentación es tan amplia que permite que cualquiera lo produzca y lo recete ".

Siguiendo esa línea, Grosso citó estudios respecto a las consecuencias de "la marihuana". Allí habló de sentirse "alegre,  relajado y curiosamente comienza a encontrar muy agradable el sabor de los alimentos".

Se pasa, dijo, "de la euforia al sueño o la depresión", agregó que su consumo "no raras veces genera una crisis de pánico" y hasta lamentó que "la detección policial no se puede realizar a través de un simple test de inhalación, a diferencia del alcohol ".