Facundo Manes, el neurocirujano más mentado, ya se anotó para caminar en las arenas políticas, tan lejanas a las de la ciencia. El médico radical, que de joven creó un partido que se reconocía como tecnocrático, convocó a un publicista de larga trayectoria para que le arme la campaña. Ramiro Agulla pasó por todas: inventó la llama que llama, llevó a un cordobés aburrido a la presidencia y gritó fuerte para que volviera el riojano. Esta última no le salió.

Ramiro Agulla, el publicista de Manes, quedó huérfano desde los 14, pero lleva en sus genes la sangre cordobesa de su padre asesinado. Horacio Agulla, su padre, un hombre de estas tierras, de familia tradicional y del partido demócrata, fue siempre un ser del poder. Interventor de Santa Cruz en los 60, el poder siempre convoca en Buenos Aires y hacía allá viajó toda la familia Agulla, papá Horacio y su hijo Ramiro, un niño que por el momento ni soñaba con ser publicista.

Foto: Rosario3
Foto: Rosario3

Agulla padre, abogado y dirigente, se hizo también periodista. Junto a Félix Garzón Maceda, el cordobés que antes había fundado Canal 10, le compraron la revista Confirmado a Jacobo Timerman y desde esa plataforma hicieron periodismo pero, mucho más, hicieron poder. 

A Agulla padre jamás lo abandonó la tonada. Y tampoco el humor que quizás heredó de esta tierras. Ese humor que lo llevó a la tumba.

En plena dictadura el cordobés Agulla, padre del publicista, formaba parte de los periodistas amigos del poder. Nada malo podía pasarle en el festival de la muerte. El problema fue el humor, que casi siempre salva, pero no en festivales de la muerte. 

En agosto de 1978, siete periodistas cercanos al poder de facto se juntaron a almorzar en el piso de Bernardo Neustad, el vocero favorito de los uniformados. No hay detalles de la charla ni del menú y mucho menos de los vinos con los que brindaron. Si se sabe que entre los que brindaron no solo había periodistas: el general Suarez Mason, Pajarito, también festejaba algo con sus periodistas favoritos. No hay más memoria de aquella comida. Tan solo que a la hora de la despedida, el palier lleno de humo de tabaco fue el espacio de las últimas conversaciones mientras esperaban el ascensor..

El primero en irse fue el militar invitado. Apenas la máquina comenzó a descender, Horacio Agulla comenzó a burlarse del hombre de gorra. Mientras el resto le festejaba las ocurrencias, Agulla imitaba el tono marcial y circunspecto de Suarez Mason. Después de dos horas de conversación seria y aburrida, ahora las risas los desbordaba por las ocurrencias del cordobés

Y mientras las carcajadas seguían, el ascensor retornó al piso de Neustadt pero no estaba vacío: el propio Suárez Mason volvía a buscar el arma olvidada en el departamento. El silencio fue total y la cara del militar ya no tenía la fraternidad del almuerzo. Las burlas habían viajado por el hueco del ascensor hasta los oídos del hombre ofendido.

Tres días después de aquel almuerzo, el 28 de agosto de 1978 y mientras Agulla planeaba convertir en candidato a presidente a Martínez de Hoz, un desconocido le descerrajó uno, dos, tres, cuatro, cinco disparos. Horacio Agulla, el cordobés del partido demócrata, el padre de Ramiro, el publicista de Menem, De la Rúa y Manes, se sumó a la lista de asesinados de la dictadura que también mataba a sus amigos.

Desde entonces, nadie más quiso almorzar con Suárez Mason.