Las viejas lámparas incandescentes trabajaban con su filamento a unos 1.900 °C o más. El hierro se funde a 1.400 °C. El tungsteno, en cambio, lo hace por encima de los 3.400 °C. Es el metal que soporta mayores temperaturas sin cambiar de estado. Eso solo bastaría para explicar la razón por la cual durante todo el siglo XX se utilizó tungsteno en forma masiva para fabricar bombitas eléctricas.

No era su único uso, solo el más conocido. Porque este elemento resultó absolutamente estratégico, en aleaciones con acero, para fabricar blindajes y recubrimientos para todo tipo de material bélico: cañones, corazas para barcos, casamatas y tanques, y para recubrir la punta de proyectiles antitanque. También se utiliza en herramientas de gran dureza destinadas a perforar y cortar el propio acero o materiales aún más duros. En este caso, bajo la forma de un compuesto: el carburo de tungsteno, popularmente conocido con vidia. Todos hemos usado mechas de vidia para realizar agujeros en paredes.

En la naturaleza, el tungsteno se encuentra formando minerales como la scheelita y la wolframita.

Este último es un óxido de tungsteno, de aspecto negruzco. Hay vetas de wolframita en la provincia de Córdoba. Y aquí, luego de esta larga introducción, llegamos al núcleo de este escrito.

En el Cerro Áspero, muy cerca del límite de Córdoba con San Luis, operó durante más de 60 años una mina de wolframita. Era, junto con los yacimientos puntanos, el mayor exportador de tungsteno del País. Comenzó a explotarse a fines del siglo XIX. El yacimiento había sido descubierto en 1894 por Guillermo Bodenbender, uno de los padres de la geología local. El geólogo Jorge Sfragulla, de la UNC, me relató con entusiasmo, hace ya años, los detalles de ese descubrimiento.

Como la mina estaba en una zona de difícil acceso, se construyó un pequeño pueblo para albergar en forma semi-permanente a las decenas de mineros que allí extraían el mineral de las galerías cavadas en la roca. Muchos habían venido de Bolivia y Chile. Había, además de barracas y comedores, un hospital, teléfono, instalaciones de molienda, concentración y separación del mineral por medios mecánicos, una usina propia, y un surtidor de combustibles. También un cablecarril de 300 metros de longitud, que permitía bajar el mineral desde la boca de la mina hasta la planta. Todo lo mínimo indispensable para largas temporadas en plena sierra, en un lugar bastante aislado. Pero hacia 1969, ya se habían agotado las vetas más rentables, y el precio internacional del tungsteno había bajado. El yacimiento del Cerro Áspero, como tantos otros, fue abandonado. Los restos de aquellas instalaciones de la mina del Cerro Áspero subsisten hoy, aunque no están intactos. A partir de ese momento, ir al Pueblo Escondido, en las entrañas de la sierra, fue posible para los turistas, con el encanto agregado que suelen tener las ruinas y los pueblos fantasmas, de los cuales hay varios en Córdoba. Para completar el panorama, en la década del ´80, China comenzó a proveer la mayor parte de la demanda del mercado internacional de tungsteno.

Hay dos formas de acceder a este exclusivo y agreste “resort del olvido”. Desde Embalse, por camino de ripio hacia el oeste, pasando por Lutti, se llega tras recorrer unos 60 kilómetros en auto, y luego caminar una hora y media. O bien, desde Merlo, se debe subir al filo de los Comechingones, y desde allí desandar unos 7 km hacia el este por ripio; solo resta después la caminata de hora y media. Las vistas desde lo alto del camino hacia el pequeño pueblo olvidado en el tiempo, y sumergido en el fondo de una quebrada tienen una belleza perturbadora. Y valen el esfuerzo.

Si querés conocer más sobre el Pueblo Escondido y el Cerro Áspero, visitá el sitio de turismo científico