El cine nos permite -mediante sus mecanismos técnicos y realizativos- descubrir historias y relatos que configuran la memoria histórica de los grupos o comunidades de una sociedad.


Son estos relatos o discursos fílmicos los que permiten redescubrir o revelar diversos puntos de vista sobre hechos o acontecimientos de la historia de los pueblos, además de incluirse en el imaginario colectivo de los distintos grupos sociales.

Mediante las imágenes que el cine propone accedemos a versiones de las historias que explican de una manera u otra la forma de ser de un país y son otra posibilidad -una más- de conocer como funciona la memoria de dicha sociedad.


Es por ello que este dispositivo mediático se inscribe simbólicamente en el conjunto de discursos en lo propio de una cultura para mostrarnos como funciona dicha trama discursiva y hacernos ver -técnica de por medio- situaciones que a veces hemos olvidado o no
queremos recordar. 


Como planta Eduardo Grüner: “El cine es nacional y social”  y nosotros podemos agregar: Es testigo presencial de cómo cada sociedad discute sobre sus propios conflictos, y a partir de sus
creaciones estéticas propone imaginarios posibles donde la cultura va a constituirse desde los múltiples encuentros de diferentes visiones/versiones y los usos que de éstos discursos se realicen. “Más que del mensaje, más que del valor en sí de una película o de un conjunto de ellas, parece preferible hablar de un uso del cine. Cada etapa histórica, en cada lugar, legitima determinados usos donde encontramos por último, su significación, su inserción social. Cada
época produce (admite) un cine, el cine socialmente posible, en el que se sintetizan múltiples coordenadas y donde puede reconocerse un lenguaje específico, con su historia, sus condicionamientos, sus interrelaciones”.


Un ejemplo de lo que aquí se plantea y cómo el discurso cinematográfico puede ser empleado en la explicación de lo social y la representación de la memoria colectiva es la película “Iluminados por el fuego” (2004) de Tristán Bauer que luego de años de acontecida la Guerra de Malvinas vuelve a poner en discusión y circulación dicho tema, obteniendo la atención de los públicos más diversos, permitiéndonos recordar un acontecimiento olvidado y marginado de la historiografía oficial.


El cine es el que permite acceder a una revisión de cosas ya vividas por parte de una comunidad y desde allí nominar o categorizar dichas vivencias.


Aquí es donde la idea del cine como algo nacional y social cobra fuerza instalándose como un discurso fundante de la cultura de cada país.


Vemos entonces la importancia del cine como técnica, que permite colaborar en la constitución de la identidad de una nación y la posibilidad que tiene la memoria histórica de hacerse presente y mantenerse viva entre los integrantes de una comunidad. Como plantea Todorov, “tanto los individuos como los grupos tienen necesidad de conocer su pasado: es que su misma identidad depende de ese pasado, aún cuando no se reduzca a él. Tampoco existe un pueblo sin una memoria común. Para reconocerse como tal, el grupo debe asignarse un conjunto de conquistas y persecuciones pasados que permite identificarlo.”

El cine como discurso social construye un espacio fundante desde donde decir lo indecible, desde donde mostrar en imágenes lo que la sociedad, a veces, no puede ver o escuchar.


En ese espacio es donde la memoria colectiva e histórica de una sociedad sale a la luz y donde se distinguen rasgos distintivos de un país, de un grupo y donde se problematizan cuestiones que la sociedad tiene y, en algunos casos, no discute ni reflexiona.


En torno a la Guerra de Malvinas el cine argentino tiene algunos títulos en aquellos primeros democráticos años 80 ( Los chicos de la Guerra , 1984 Bebe Kamin y la emblemática La deuda interna de Miguel Pereira), luego un profundo silencio como la mayor parte de la sociedad para retomar la emergencia pública con el capítulo que dirige Bruno Stagnaro en Historias Breves en 1995 llamando Guarisove dando cuenta de lo sucedido con los ex combatientes por parte de la sociedad.

Le seguirán Hundan al Belgrano (1996) de Fernando Urioste, Fuckland (2000) de José de Luis Marqués, la mencionada Iluminados por el fuego en el 2004 Desobediencia debida (2010), de Victoria Reale; Soldado argentino sólo conocido por Dios (2017), de Rodrigo Fernández Engler (2017), "1982", de Lucas Gallo (2019); y "Ni héroe ni traidor" de Nicolás Savignone.

En el último año tenemos tres películas que abordaron puntos de vista diferentes: los familiares de los combatientes, los civiles víctimas del conflicto bélico y las mujeres que estuvieron en el frente. De eso hablan Buenas noches Malvinas (2020) de Lucas Scavino y Ana Frank, Nosotras también estuvimos (2020) de Federico Strezzo y Falkinas (2021) de Santiago García Isler.

Mención aparte merece el gran trabajo de Lola Arias en Teatro de Guerra  que desde el testimonio de soldados británicos y argentinos enhebra una conversación entre ellos donde tiempo después hablan de las esquirlas de la guerra. Dicho proyecto artístico nace en el teatro para culminar en un documental sobre dicho trabajo. Una experiencia interesante de eso que en las artes escénicas se denomina biodrama.

Estas películas ponen en movimiento y practican lo que el crítico francés Serge Daney define como característica esencial de la imagen cinematográfica en el mundo contemporáneo: “En tanto que una imagen está viva, en tanto que impacta, en tanto que interpela a un público, en tanto que produce placer, esto significa que funciona en ella, o su alrededor, oculto en ella, algo que es dominio de su enunciación primitiva (PODER + ACONTECIMIENTO = he aquí). En el cine la enunciación es quizás, oculta en alguna parte, una pequeña reflexión del lema lacaniano: “¿Quierés ver? Pues bien; mira esto!”