Si hablamos de ciencia y de turismo en las sierras de Córdoba, sin dudas la imagen de Bosque Alegre se aparece nítida en nuestra mente. La hemos visto desde diferentes perspectivas, cada vez que circulamos por Paravachasca, recorremos Calamuchita, o incluso cuando atravesamos las Altas Cumbres.

Es que la gran cúpula de la Estación Astrofísica, ubicada estratégicamente sobre el filo de las Sierras Chicas, se puede ver desde enormes distancias. Resplandece a lo lejos. Se erige, estratégicamente, como un mojón que la astronomía nacional aportó al paisaje serrano allá por 1942. En ese año se inauguró, y volvió a ubicar a la ciencia cordobesa de los cielos muy arriba en el contexto mundial. Es que su telescopio principal, al que llamaban acertadamente el monstruo, por sus dimensiones, fue el mayor del hemisferio Sur durante dos décadas.

Se lo utilizó intensa y fructíferamente en aquellas épocas. Investigadores de diversas latitudes venían a Córdoba para observar nuestros cielos con él. Uno de los más reconocidos astrónomos cordobeses, José Luis Sérsic, llegó a calificar a este telescopio como “un auténtico cañón de la paz”. Visible como es, se dificulta decir en qué departamento de la provincia se encuentra su cúpula; la estación está ubicada precisamente sobre la línea divisoria entre el departamento Santa María, cuya cabecera es Alta Gracia, y Punilla, con cabecera en Cosquín.

Bosque Alegre, con la mirada en el cielo

Protagonistas

Bosque Alegre fue, además de una estación avanzada de observación, un ámbito frecuentado por personajes ilustres. Incluso algunos cuyo brillo se consolidó lejos del ámbito de la astronomía. Baste con citar a Mario Bunge y al propio Ernesto Sábato, por ejemplo. En su etapa de investigador en física, Sábato visitaba Bosque Alegre regularmente para realizar trabajos que le había encargado Enrique Gaviola. 

Bosque Alegre, con la mirada en el cielo

Gaviola era físico y había nacido en Mendoza. Llegó, en dos oportunidades, a dirigir el Observatorio Astronómico. Durante la primera de esas ocasiones, logró la inauguración de la Estación Astrofísica. Para ello, entre muchas otras cosas, debió finalizar el tallado del espejo de 1,54 metros de diámetro que constituye el corazón del telescopio. La idea y concepción de la estación de Bosque Alegre se debía al impulso de Charles Dillon Perrine, el último de los norteamericanos en dirigir el Observatorio de Córdoba.

En 1954, el Observatorio pasó finalmente a depender de la Universidad Nacional de Córdoba. Y con él, también Bosque Alegre entró al ámbito universitario. Sin dudas, significó una ampliación de sus horizontes. Volviendo a Gaviola, él fue también el impulsor y primer director del IMAF, el instituto que se transformaría luego en la actual Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (FAMAF). Gracias a esa acción, se comenzaron a formar en forma sistemática en Córdoba astrónomos, físicos y matemáticos profesionales desde la propia Universidad.

Bosque Alegre, con la mirada en el cielo

La astrofísica

Hemos dejado para último término la respuesta a la habitual pregunta sobre el nombre oficial: Estación Astrofísica de Bosque Alegre. Conviene aquí que hagamos un par de breves aclaraciones. La astronomía científica argentina nació en Córdoba. Lo hizo con el imperativo de observar y catalogar las posiciones y brillos de estrellas visibles desde el hemisferio sur del Mundo. Ciertamente, el cielo visible desde el Sur y desde el Norte del globo no son iguales: se ven otras estrellas.

Las zonas ecuatoriales del cielo, que pueden observarse desde ambos hemisferios, tampoco se ven igual: parecen estar patas arriba. Se puede comprobar fácilmente comparando fotos de la Luna tomadas, por ejemplo, en París y en La Plata, por citar nombres de ciudades de elevada tradición astronómica. Esa tarea de medir, con obsesiva precisión, las posiciones de las estrellas en el cielo, pertenece a una rama de la astronomía llamada astrometría. No es el propósito de este comentario profundizar sobre sus características. Pero sí recalcar que, comenzado el siglo XX, la astronomía mundial se dirigía hacia otros destinos: el estudio desde el punto de vista físico de las estrellas y demás cuerpos celestes. Sí, investigar la física de las estrellas, a distancia. Para esa nueva orientación, llamada astrofísica, se necesitaban mayores y mejores telescopios. Y fue por eso que Dillon Perrine primero, Gaviola y quienes los siguieron después, pensaron en Bosque Alegre. 

Cuando esta estación se inauguraba la noción moderna acerca de qué son las galaxias se había ya consolidado. Y así fue que el monstruo enclavado en lo alto de las sierras, aquel “cañón de la paz” con el que el propio Sérsic realizó numerosas observaciones, se transformó en un instrumento especialmente idóneo para la observación de galaxias del Sur.

Bosque Alegre tuvo períodos de esplendor y otros de estancamiento y decadencia. La obsolescencia de los equipamientos es difícil de revertir, sobre todo en ciencias que dependen fuertemente de tecnologías de punta, tal el caso de la astronomía. Pero tiene una historia ilustre, y en gran parte, poco conocida. Cuando se comenzó a instalar una nueva generación de telescopios gigantes en el Norte Chico de Chile, la brillante estrella de Bosque Alegre comenzó a languidecer. 

Pero allí está. Magnífico, sólido. Resplandeciente desde la distancia. Un notable monumento a nuestro desarrollo científico. 

“Si querés conocer más sobre Bosque Alegre, visitá el sitio de #TurismoCientífico de la UNC: https://turismociencia.unc.edu.ar, o seguinos en IG en @ciencia.turismo