Nacer, vivir y morir. Infancia, adolescencia, adultez y vejez. Cada etapa de la vida tiene sus particularidades. La ancianidad es inevitable, y pensarla como un momento de empoderamiento es el camino que eligen miles de personas en todo el país. Una de ellas es Nélida del Valle, también conocida como ‘Pampita’. Con 76 años, este diciembre terminará la primaria junto a otras 8 mujeres que también estudian con ella. 

Ella es sólo una de las tantas personas que asisten diariamente al Centro Cultural Illia, una institución pública, dependiente de la Caja de Jubilaciones, Pensiones y Retiros de la Provincia de Córdoba y el Ministerio de Finanzas. En el lugar, hay capacitaciones, cursos y actividades socioculturales gratuitas para adultos mayores de 55 años. Cumplir con la edad y tener ganas son los únicos requisitos.

Desde el 2020, incorporaron la modalidad de talleres virtuales. Y según cuentan, son de los que menos deserción han tenido. Idiomas, danza, canto, manualidades y alfabetización tecnológica son algunas de las propuestas que ofrecen cada cuatrimestre. Promover una vejez activa es la propuesta que alientan, en consonancia con la agenda de las Naciones Unidas. 

Precisamente, las últimas mediciones de la ONU son contundentes: se espera que en las próximas tres décadas, el número de personas mayores aumente a más del doble, llegando a más de 1500 millones de personas en 2050. En este escenario, independencia, dignidad, participación, cuidados y autorrealización son los ejes centrales que se propone alcanzar para atravesar un envejecimiento saludable. 

Para el Estado argentino, son considerados personas mayores todo aquel ciudadano que supere los 60 años de edad. A día de hoy representan alrededor del 15% del total de la población, cifra que creció un 1,4% desde el 2010. 

'Pampita', vivir para ser feliz 

Nélida tiene 76 años. Nació en Mar del Plata y vivió gran parte de su vida en la costa bonaerense. En Illia la bautizaron como ‘Pampita’, y desde entonces, ella se asume como tal. “No es por mi físico, pero si es por quién soy”, dice entre risas mientras mira sus uñas violetas.

“Gorda venite para acá, vos no podés estar sola”, le dijo su hermana. Llegó a Córdoba con más dudas que certezas, pero encontró “su lugar en el mundo”. A los 20 años fue madre y su hijo nació con discapacidad. Durante toda su vida trabajó pero nunca había podido estudiar. Medicina era su sueño, pero la vida la llevó por otros caminos. 

“Yo después de un tiempo me quedé sin lugar para vivir. Pero, acá esta gente hermosa que me quiere mucho, se juntó y me ayudó a conseguir una pieza en la que hoy estoy viviendo. No sé qué hubiera hecho sin este lugar”, cuenta. El aislamiento la encontró allí. El año pasado estuvo internada por neumonía, producto del coronavirus, pero agradece a Dios que la enfermedad no “la haya tumbado”. 

Dice que fe en Dios nunca le faltó. Ganas de vivir tampoco. En diciembre terminará la primaria, y cuenta que la secundaria la va a empezar el año que viene. Bailar es otra de sus pasiones, su favoritas son las danzas latinoamericanas: “Yo nunca me sentí tan bien como ahora, y acá voy a estar bailando y tomando mate hasta el día en que me muera".

Tango, bailar para encontrarse con el otro

Jorge, María Luisa y Marta. Ellos son tres de los veinticinco que asisten todos los miércoles a las clases de Tango Social y Milonga. La propuesta es compartir códigos de pista en circulación grupal, aprender a caminar en pareja y encontrarse con “el otro” en la pista. Siempre derribando mitos. 

Foto: Multimedio SRT.
Foto: Multimedio SRT.

“Bailando te olvidas de todo, dejas de pensar”, dice Marta con la mirada puesta en una pareja que gira alrededor del salón. María Luisa comenzó a bailar recién este año: “Yo en realidad arranqué con bordado mexicano y tejido, pero después este era el único curso libre y me anoté”.

Jorge baila hace 14 años. La escarapela argentina que tiene bordada en su chaleco delata su predilección por el Folklore. Con orgullo cuenta que apenas escuchar la música su cuerpo no resiste las ganas de levantarse. Gato, zamba, chacarera y ahora, milonga. “Yo no veo muy bien, pero bailar es lo único que puedo hacer”, dice.  

“Uno baila y experimenta felicidad, vive y es en el encuentro con el otro”, cuenta Sandra, quien es capacitadora de este curso hace más de 9 años. Confiesa que la virtualidad le pesó mucho, que necesitaba ver el encuentro de los cuerpos para poder sentir la pasión por lo que hace. Para ella, bailar es más que repetir pasos: es una experiencia en el que se juegan las formas de vida.

Derribar los prejuicios para disfrutar

Cecilia Lorenzo, licenciada en Comunicación Social y especialista en vejez, destacó la importancia de derribar las falsas nociones alrededor de la ancianidad y el envejecimiento. Según ella, es precisamente el saber que es la última etapa de la vida lo que genera ciertas formas de rechazo o temor. 

“Es fundamental trabajar desde distintos ámbitos de la sociedad en la erradicación de los prejuicios, ideas falsas, estereotipos que existen vinculados a las personas mayores. Para que esa última etapa de la vida pueda ser transitada con el mayor gozo posible, entendiendo que por ser la última no significa que no sea disfrutable y, sobre todo, digna”, explicó en diálogo con Cba24n. 

Foto: Gentileza de la Universidad Nacional de Córdoba.
Foto: Gentileza de la Universidad Nacional de Córdoba.

Vivir la vejez no puede ser otra cosa que aprender a sentirse bien con la edad. Con lo inevitable de sentirse, despejarse de cargas e ideas ajenas. Luchar como Pampita. Bailar como Jorge, Marta y María Luisa. Encontrarse con el otro, y con uno. Esa es la propuesta para empoderarse: ser feliz sin dejar de envejecer.