Todavía no sé dónde vamos a pasar las fiestas. 

De niño eso estaba resuelto. Una con mi madre y otra con mi padre, de visitante, pero siempre con mi hermana, lo que me daba confianza y complicidad. La complicidad era abrir un ojo cuando todos los tenían cerrados mientras mi padre bendecía la mesa y encontrar abiertos los suyos. Yo prefería las fiestas con mi madre, en casa, de local. Estábamos todos, mis tías, mis tíos, mis primos y la abuela en la punta de la mesa. Recibir gente era todo un preparativo. Algunos llevaban ensaladas, helados o piononos y ayudaban a terminar algún detalle de la mesa. Pero nada se equiparaba a tener que cortar el pasto el día anterior, lavar los manteles, buscar sillas, adornos, ventiladores, hacer ollas enteras de ensalada de fruta y limpiar la vajilla que era linda pero no cortaba ni una feta de vitel toné. Llegaban todos descansados, el pelo húmedo, recién bañados. Yo terminaba exhausto y con los cachetes rojos de haber estado al sol sacando yuyos, pero era un cansancio físico, de niño y de adolescente que estuvo al servicio de lo que los adultos decidían.

Ahora soy adulto y el mundo se llenó de parientes políticos. Con dos años de pandemia, meses de silencio y de distancia, de codo y puño, pensar en dónde pasar las fiestas me resulta agotador, pero tambíen un poco entretenido.

Con Carolina hace días que conversamos alternativas, en el fondo nos gusta porque sabemos que mientras estemos juntos no importa el lugar, pero entramos en esas charlas y somos unos DT: que a la tía mala onda la ponemos en tal lado, que un padre allá, que ellos con aquellos y aquellos con nosotros. Es un telar de la abundancia. Los parientes políticos tienen sus propios parientes políticos. No se termina más. Cuántas veces uno chocó su copa con una persona desconocida que el único historial de su vida en la tuya es haberlo visto una hora entera comiendo lechón. Muchas veces.

Aún no sé dónde levantaremos las copas. Lo que sí sé es que voy a brindar también con los muertos. Hace años que brindo con ellos. Mi abuelo que siempre fue viejo y lleva más de veinte años de experiencia del otro lado, me dice que a las fiestas no “se las pasa” sino que “se disfrutan”. En las fiestas, sean donde sean, también va a estar mi tío, mi madre y algunos amigos y amigas. Son mis ausentes siempre presentes, no son mi pasado, son los adornos que tengo adentro y vienen a las fiestas conmigo. Me parece injusto no preguntarles dónde la quieren pasar, pero ellos se adaptan. Les armo una mesa del otro lado de la realidad y cuando llegan las doce yo me acercó y levantamos la copa y brindamos por todo, por los parientes políticos, por lo que hemos perdido, por los que están en una cama, por los que están solos y aún no saben que adentro tienen un ejército. Voy a brindar por todo, incluso por los errores.

Salud y felices fiestas.