Pasaban los minutos y las acciones de Brasil subían sin parar mientras que las de Argentina se desmoronaban irremediablemente. Jugaban en los octavos de final de la Copa del Mundo en Italia en 1990. Sergio Goycochea era literalmente bombardeado por los adversarios mientras veía también como los palos verticales y el travesaño también lo ayudaban.

Fue el partido del famoso bidón, cuya agua generó un malestar físico en Branco, el gran lateral izquierdo brasileño, motivo de protesta de los perdedores que observaron en su líquido una postura rastrera argentina para sacar un beneficio deportivo.

Más allá de esa circunstancia, Brasil merecía largamente el triunfo y seguir en el mundial. Maradona no podía con su tobillo maltrecho. Argentina se defendía como podía, juntando gente en los alrededores de su arquero y apostando a un gol a través de un contragolpe.

Y el milagro se produjo. Maradona recibió la pelota en mitad de cancha, dejó a un par de rivales en el camino y cedió el balón a Caniggia, que después de eludir a Taffarel, lo envió a la red. Y el milagro de consumó. Fue un 24 de junio de 1990. Y Argentina continuó a los tropiezos, pero con tesón, compromiso y mucha suerte, su marcha hacia la final que perdería ante Alemania