Sorpresa electoral, debacle de los partidos tradicionales, “noche de los cuchillos largos” dentro de la derecha, principio del fin para los herederos de Pinochet, enorme derrota del presidente Sebastián Piñera –como él mismo lo ha reconocido–, victoria del movimiento popular… Desde ayer por la tarde, la prensa chilena multiplica los superlativos para describir el terremoto político que acaba de sacudir los Andes, desde el desierto de Atacama hasta las frías tierras de la región de Magallanes. Los chilenos fueron convocados a las urnas el sábado 15 y el domingo 16 de mayo para cuatro elecciones simultáneas: se debían renovar alcaldes, concejales y gobernadores regionales y elegir una Convención Constituyente para redactar una nueva Constitución para la República.

Nadie, y menos las encuestas, habían previsto semejante agitación, aunque el aislamiento del Ejecutivo era evidente y el rechazo a la “casta” política es masivo desde hace años. Pese a la potencia de la revuelta popular de octubre de 2019 y de su impacto en toda la arquitectura institucional, había que ser prudente acerca de las transformaciones que provocaría esta secuencia electoral.

La atención estaba puesta especialmente en las reñidas elecciones a la Convención Constituyente, que pretendían poner fin a la Carta Magna neoliberal promulgada hace 41 años durante la dictadura. Por la naturaleza del sistema electoral propiciado para estas elecciones: la unidad de la derecha y de la extrema derecha bajo una sola bandera (la de “Chile Vamos”), el pacto firmado en el seno del Parlamento para garantizar que la futura Constitución fuera validada por una mayoría cualificada de dos tercios, el predominio financiero y mediático de los principales partidos que han gobernado el país durante los últimos treinta años, las dificultades encontradas por los militantes del movimiento social para legalizar su candidatura, la gran fragmentación del campo independiente y la dilación de la izquierda, por no hablar de la pandemia y la crisis económica… los obstáculos para un cambio de fondo eran muchísimos.

Sorpresas

Sin embargo, los resultados electorales de ayer están cambiando profundamente la situación. En primer lugar, en lo que respecta a la Asamblea Constituyente, la coalición de derecha tuvo que tragarse su arrogancia. Sus dirigentes parecían seguros de obtener al menos un tercio de los escaños (52 de 155), asegurándose así una minoría de bloqueo y un derecho de veto sobre todos los artículos de la futura Constitución; su plan fracasó. Con poco más del 23% de los votos, “Chile Vamos” tendrá que conformarse con 37 escaños. El resultado también es un castigo y una humillación para el presidente Piñera, responsable de la crisis que vive su país desde hace meses.

Otra sorpresa es que el equilibrio de poder dentro de la oposición de izquierda se ha invertido en gran medida. La lista que aglutinaba al Partido Comunista y al Frente Amplio (la nueva izquierda surgida de los movimientos de la década de 2010) triunfó con su propuesta obteniendo 28 electores (18% de los votos emitidos). Por otro lado, los partidos social-liberales de la antigua Concertación, que gobernaron de 1990 a 2010 sin cuestionar la herencia económica de la dictadura, obtuvieron sólo 25 escaños (de los cuales, 15 para el Partido Socialista y sólo 2 para la Democracia Cristiana).

Sin embargo, la izquierda y la centro-izquierda sólo representarán un tercio de la Asamblea. La verdadera sorpresa fue la magnitud del voto a favor de los “independientes”, que obtuvieron un total de 48 escaños, marcando definitivamente el rechazo masivo a los partidos políticos. Se trata de un grupo de candidatos muy heterogéneo, que incluye a notorios conspiradores y conservadores. Pero una importante mayoría critica el legado autoritario y neoliberal de las últimas décadas. Es el caso, en particular, de los candidatos de “La Lista del Pueblo”, que reunía a representantes de los movimientos sociales y de la sociedad civil organizada y que, con 24 escaños, llevó a la Asamblea Constituyente a figuras de la revuelta de octubre, como la “tía Pikachu” y varias líderes del movimiento feminista, entre ellas a Alondra Carillo. Además, en estas elecciones, las mujeres obtuvieron resultados mucho mejores que los hombres, y algunas incluso tuvieron que renunciar a sus escaños en nombre del respeto a la paridad dentro de la Convención Constituyente…

Así, si la derecha pierde el poder de veto que esperaba, las alianzas entre representantes de la izquierda social y política podrían permitir ganar dos tercios de la Asamblea y comenzar –por fin– a deconstruir el neoliberalismo chileno.

La indiferencia y desconfianza 

La ira también se expresó en las urnas con las elecciones municipales y de gobernadores regionales, cuyos resultados habrá que analizar con más detalle. Jorge Sharp (izquierda antineoliberal) fue cómodamente reelegido en Valparaíso, al igual que Daniel Jadue, alcalde comunista del municipio de Recoleta, en la región metropolitana (con más del 64% de los votos emitidos). Muy popular, Jadue es un candidato declarado para las elecciones presidenciales que tendrán lugar en unos seis meses. Esto es suficiente para que la derecha y los socio-liberales tiemblen un poco más. En Santiago, Irací Hassler, activista feminista y comunista de treinta años, ganó contra Felipe Alessandri (derecha), que se había hecho famoso por sus declaraciones misóginas y anticomunistas durante la campaña. A nivel gobernadores, la victoria de Rodrigo Mundaca en Valparaíso, activista medioambiental y defensor del agua como bien común, fue celebrada con euforia y alegría por muchos activistas de organizaciones sociales y medioambientales.

La crisis de representación y legitimidad de los partidos y del sistema institucional no sólo se refleja en el voto: este fin de semana de elecciones la abstención también fue histórica, ¡alcanzando un 61,4% del electorado! Lo fue aún más en los municipios populares, donde superó el 65%, a veces incluso llegó al 70%. Así, una mayoría de ciudadanos no se sintió interpelada por este momento político (mientras que una parte de los movilizados de octubre de 2019 los llamó a boicotear el “circo electoral” para seguir luchando en la calle). En su mayoría, los chilenos siguen mostrando indiferencia o desconfianza hacia los “de arriba”, sean de derecha o de izquierda, de los partidos políticos o incluso independientes.

En tanto que la Convención Constituyente debe sesionar entre 9 y 12 meses, las elecciones presidenciales de noviembre volverán a plantear la pregunta: ¿qué tipo de Chile debe construirse para pasar la página de la dictadura?