Hace poco más de un año, cuando los especialistas comenzaron a desarrollar pronósticos sobre la pandemia, la naturaleza respiratorio del síndrome hizo pensar que los inviernos serían el momento más complejo de la pandemia. Y sin embargo, las olas más significativas de contagio, en ambos hemisferios, no coincidieron con los picos de frío.

Un nuevo estudio entrega pistas sobre la relación entre la primavera y la suba de los contagios.

La concentración de polen en el aire parece tener una conexión con la propagación del coronavirus: a más granos en suspensión, mayor número de contagios. La conclusión se extrae de un único estudio, desarrollado entre marzo y abril del año pasado, pero que se apoya en datos de casi 250 estaciones repartidas por todo planeta.

El vínculo estaría en que el material polínico debilita la primera línea de defensa contra los virus respiratorios. Y esto ocurre independiente de si una persona es alérgica o no.
“Cuando aumenta el polen en el aire, suben los contagios. Y cuando baja su concentración, descienden”, dice María del Mar Trigo, experta en botánica y fisiología vegetal de la Universidad de Málaga y coautora del estudio. Trigo y el resto de autores solaparon la cantidad de granos diaria de 248 estaciones aerobiológicas de 31 países con la del número de contagios en la zona más cercana (local, regional y, en el peor de los casos nacional).

Por ejemplo, en el caso de Malaga, las estadísticas se centraban en el área metropolitana de la ciudad andaluza. Estas estaciones capturan las partículas presentes en el aire, ya sean polen, bacterias o polvo inorgánico. Una vez recogidas, son identificadas en el laboratorio.

La correlación entre polen y contagios la comprobaron en casi todas las zonas que estudiaron, la mayoría europeas. El estudio da incluso porcentajes concretos: por cada aumento de 100 granos por metro cúbico de aire, observaron un incremento del 4% en el número de casos después de tres o cuatro días. Pero más que una cifra determinada, lo que destaca Trigo es la correlación de subidas y bajadas, que es casi universal.

Solo se salen del patrón la decena de estaciones participantes ubicadas en el hemisferio sur, donde era otoño (la estación con menos polen circulante) cuando se hicieron las mediciones incluidas en el estudio, recién publicado en la revista científica PNAS.

El objetivo inicial del trabajo era reunir más datos, pero en muchos puntos dejaron de recogerlos por culpa de la pandemia y las medidas de confinamiento. “Nosotras logramos un permiso para seguir yendo a recogerlos”, comenta Trigo. Incluso se llevaron los microscopios a casa para determinar tanto la concentración como el tipo de polen que era. Aunque todos los datos no aparecen en este primer estudio, siguieron y siguen enviando información.

Athanasios Damialis, responsable del área de aerobiología de la Universidad Técnica de Múnich (Alemania), es el principal destinatario de los datos de concentración de polen enviados por más de un centenar de colegas de todo el mundo. Para él, el confinamiento supuso un contratiempo, pero le permitió introducirlo como variable en el estudio y centrarlo en la época en la que coincidieron los dos fenómenos a estudiar que les interesaban: primera ola y concentración de polen. “En España, el periodo analizado fueron 28 días.
En términos estadísticos, las muestras temporales diarias son suficientes para sacar conclusiones confiables”, sostiene. Para reforzar sus resultados, comprobaron que donde se reforzaba el confinamiento la variación paralela de polen y contagios se debilitaba.

Para Damialis, seguir alimentando el estudio con los datos de los meses siguientes, en especial los del verano, no habría tenido mucho sentido. El fin del confinamiento, la reapertura de las fronteras y las escuelas habrían oscurecido la influencia del polen. Además, en las zonas mediterráneas como es la mayoría de España, “las elevadas temperaturas y la sequía podrían eliminar el efecto del virus sin importar otros factores como el polen”.

Al final del verano y principios del otoño se produjo la segunda ola de la pandemia alimentada por el turismo, la vuelta al colegio o la llegada del frío. Y es la época de menor concentración polínica relativa. Hay también otro detalle clave, las mascarillas. Como defensa eficaz que los alergólogos llevan años recomendando, su uso generalizado tras la primera ola estaría desvirtuando el efecto polen. Los autores del estudio recuerdan, por último, que el factor clave siempre ha sido el contacto interpersonal, la concentración polínica es un elemento secundario.

El estudio se limita a los primeros meses de la pandemia coincidiendo con el inicio de la temporada de polen primaveral
Aun así, colegas del hemisferio sur enviaron al grupo de Damialis datos del inicio de la primavera austral. No están incluidos en la redacción final del estudio, pero allí también vieron la conexión entre polen y coronavirus. Además, ahora están comprobando los datos de algunos sitios seleccionados, como la zona de Augsburgo (Alemania), áreas de Países Bajos y también de clima mediterráneo, como Salónica, en Grecia. “Vemos en todos ellos que, desde febrero y hasta el último domingo, hay una correlación positiva consistente y significativa entre polen y número de contagios”.

¿Por qué? Es lo que intentan responder en el resto del estudio. Ellos apuestan por la posibilidad de que el polen debilite el sistema inmunitario, facilitándole el trabajo al coronavirus. Para sostenerlo (en el trabajo no hay ningún experimento en este sentido), recuperan los últimos ensayos hechos por algunas de las coautoras de esta investigación. En septiembre de 2019, la científica Stefanie Gilles publicaba un artículo científico sobre la relación entre la concentración de polen y dos virus respiratorios, los rinovirus (causantes del resfriado común) y el virus sincitial respiratorio.

Este trabajo, publicado en la revista Allergy, se apoyaba en tres patas. Por un lado, el seguimiento a 20.000 personas durante tres años, midiendo su exposición al polen y casos de rinovirus. Por el otro, expusieron a células humanas epiteliales (de las paredes internas) de las vías respiratorias primero a tres tipos de polen y después a rinovirus. En un tercer experimento, este con ratones, los rodearon de polen para después infectarlos con el virus sincitial respiratorio. Comprobaron que tanto en las células humanas como en los ratones aumentaba la replicación viral.

Gilles lo explica así: “El polen es conocido principalmente como alérgeno, pero lo que nosotros hemos investigado es cómo afecta también a los individuos no alérgicos. Sabemos, por ejemplo, que si rociamos extracto de polen de abedul en la nariz de personas no alérgicas, muchos genes involucrados en la defensa contra los virus se desregulan, lo que implica que la respuesta inmune antiviral se ve disminuida”.
Aún desconocen qué componente polínico es la causa, pero saben “que no es el mismo que provoca alergia”, añade. Gilles detalla que este elemento desconocido “provoca una menor producción de interferones antivirales durante una infección vírica”. Tampoco saben si lo que han observado en dos virus respiratorios valdría para el coronavirus, otro virus respiratorio.

La inmunóloga del Hospital Universitario de Canarias Yvelise Barrios destaca el papel de estos interferones: “Dan la primera señal de alarma, reclutando además a otros elementos del sistema de inmunidad innata”. Barrios, vocal de la Sociedad Española de Inmunología, añade que una menor producción de estas proteínas “impide que el sistema inmune se percate y genere una respuesta a tiempo”. Pero, aclara, los estudios sobre la conexión entre polen y esta desregulación son tan recientes que apenas se sabe de ella.

Fuente: El País de España