Escena 1 

Mohibe Menehem consuela a Ana María. Ana María, quien pudo haber sido su nuera y nunca lo será, llora sobre la falda de la matrona mientras Anillaco no cambia su calma pese al dolor del amor no correspondido. 

Carlos, Carlos Saúl, el hijo favorito de Mohibe Menehem, está pronto a casarse. Y ese casamiento no será con el amor de su vida, Ana María, sino con Zulema, que forma parte de otra gran familia riojana de origen árabe con quien los Menehem han acordado todos los términos de la unión legal.

No hay amor ni lo habrá. Pero el hijo favorito de Mohibe, Carlos, Carlos Saúl, siempre atento a la inventiva, contará que aquella relación, parida de un acuerdo patriarcal, nació cuando él y ella, Zulema, se cruzaron en Damasco, la tierra prometida, y él pidió ser su esposo por una noche. 

En el amor, él también fue un engaño. 

Escena 2 

Carlos, Carlos Saúl, es uno de los pocos riojanos con fortuna que a sus 18 años pueden emigrar de su tierra natal hacia el lugar en donde están los libros y el saber. Carlos, Carlos Sául, se convierte en un hijo más de la sagrada Universidad Nacional de Córdoba en épocas en que el peronismo la hace gratuita. Y Carlos, Carlos Saul, se suma a las huestes de los pocos estudiantes que sintonizan con el líder Juan Domingo, mientras la mayoría, reformista de amplia izquierda, lo enfrenta en las calles y en las aulas. 

Carlos, Carlos Saúl, integra el primer sindicato de estudiantes peronistas que nace en Córdoba de la mano de otro jovencito, Oscar Roger, futuro abogado penalista de todo diablo al que haya que defender. 

Carlos, Carlos Saúl, no se suma a las asambleas ni a las discusiones y mucho menos a las confrontaciones. Porque Carlos, Carlos Saúl, en la Córdoba antiperonista, prefiere jugar al básquet y pasar de visita, cada noche, por la peña del Chango Rodríguez. 

En la militancia, él también fue un engaño. 

Escena 3 

Carlos y Zulema comparten un hogar en donde sobran comodidades pero no tanto el afecto. La energía que generan las pasiones, él la desvía hacía otros menesteres. La historia, la política y la figura sagrada del Tigre de los llanos. 

Carlos, Carlos Saúl, el hijo favorito de Mohibe, tiene una profunda obsesión por el riojano que, hasta ese momento, más ha trascendido a nivel nacional. Hasta ese momento. 

Sombra terrible de Facundo voy a evocarte grita Carlos, Carlos Saúl, con la obra de Sarmiento en sus manos, cuando, cada noche y tras la cena, sale a estirar las piernas. 

Sombra terrible de Facundo voy a evocarte vuelve a gritar cada vez que el hijo de Mohibe se pierde en los llanos riojanos cabalgando un alazán que lo hace sentir, a él, el nuevo Tigre de los llanos. Carlos, en la inmensidad de la noche, levanta los brazos, alza la voz y ruega al fantasma de Quiroga que se apodere de su ser. Quiroga, que de las montoneras populares pasó a descansar en el cementerio de la Recoleta, le guiña un ojo. El delirio mesiánico engendra monstruos.  

En la historia, él también fue un engaño 

Escena 4 

Carlos, Carlos Saúl, que de joven  intenta experiencias políticas jugando en soledad con partidos conservadores que no levantan el amperímetro, se da cuenta que sin el escudo del peronismo no irá muy lejos en su Rioja natal. Y a buscar la bendición viaja a Madrid el 1 de octubre de 1964, donde reposa en su exilio el líder máximo. 

Jorge Antonio, un paisano de Carlos, Carlos Saúl, hace de nexo y el joven riojano, siempre tan afortunado, logra que el General lo reciba en Puerta de Hierro. Carlos, Carlos Saúl, le cuenta al General que él ganó uno de los campeonatos Evita y usted, Juan Domingo, me entregó el trofeo con sus propias manos. Perón le sonríe y Carlos entiende entonces, porque conoce sus habilidades, que se ha metido en el bolsillo al viejo líder y aprovecha para decirle que él, Carlos Saúl, será presidente cuando Juan Domingo ya no pueda serlo. 

Lo que no le dice es que también arriará las banderas de su movimiento y que las enterrrará en un pozo muy profundo llamado olvido. 

En la política, él también fue un engaño. 

Escena 5 

A sus 90 ya no le quedaban sueños por cumplir. Supo, antes del final y para siempre, que ya no contaba con en el calor del pueblo que tantas veces se enamoró de su discurso escueto y pobre pero que enamoraba casi irracionalmente. El magnetismo sobrehumano que se desprendía de su piel de emir se había ido apagando: los que caían rendidos a sus pies le esquivaban la mirada. 

Con él murieron los ’90. Modernizó el país, lo estabilizó, comprendió como pocos su tiempo. Junto a todo ello nos hizo, también, una peor sociedad. Son los riesgos mortales de un drama menemista contado en 5 escenas.