“No los voy a defraudar”, bramaba Carlos Menem en su campaña presidencial, mientras prometía suelto de cuerpo que en su gobierno se iba a dar un “salariazo”. Tras su victoria en las urnas, le ofreció el Ministerio de Economía a la multinacional Bunge y Born. Así era su lógica para aferrarse al poder.

Con Córdoba tuvo una relación muy especial, básicamente porque aquí pasó los mejores años de su juventud, cuando estudio y se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional.

Siempre dijo que su delegada política en Córdoba era Leonor Alarcia, la dirigente de la seccional 14º, a la que convirtió en diputada nacional y le cedió el comando de varias organizaciones autárquicas. Menem lo hizo por agradecimiento.

Alarcia fue quien siempre lo visitó cuando estaba en prisión en Misiones. Por eso, le permitió que condujera campañas y que dispusiera de una cuota importante de poder dentro del Partido Justicialista. Fue su mimada.

El ex presidente también tuvo buena relación con algunos dirigentes radicales y no ocultó nunca su amistad con Eduardo Angeloz ni con Ramón Mestre.

Calculador a ultranza, nunca le tembló el pulso aunque tuviera que desairar o traicionar a sus amigos. Por ejemplo, en 1995, antes de las elecciones de presidente y gobernador, vino a un acto a la planta de Arcor en Arroyito.

Allí estaba toda la primera línea del peronismo cordobés sumergido furiosamente en la campaña que promovía la candidatura en Córdoba de Guillermo Jhonson.

El ex juez del caso Maders tuvo que escuchar sin ponerse colorado decir a Menem que Ramón Mestre era un gran gobernador. Y Mestre se postulaba a la reelección que ganó por escándalo.

A Angeloz lo llamaba “mi amigo el Pocho”.

Cuando la provincia tuvo gravísimos problemas económicos tras el efecto Tequila (1994-1995) , no se inmutó en dejar que la administración radical estallara. No le puso límites a Domingo Cavallo, quien miró para otro lado y evitó que Córdoba  saliera del paso. El gobernador de la UCR se tuvo que ir antes de tiempo, jaqueado por la violencia social. El por entonces economista estrella aún continuaba despechado por el resultado de la elección legislativa de 1993.

Ese año Cavallo se puso al frente de la campaña legislativa del PJ y su delfín, el ahora gobernador Juan Schiaretti, cayó sin atenuantes frente al radical Nilo Neder, un médico dedicado al periodismo deportivo que tuvo un exitoso programa en esta casa.

Cavallo culpó por la derrota a Angeloz. El radical hizo un movimiento clásico en la política: dividir el voto cavallista. Por esa razón convenció al liberal Germán Kammerath a que se presentara como candidato a diputado por la Ucedé. Y el resultado fue perfecto para la UCR porque fue muy importante el caudal de votos del ucedeísta. Y el jefe del Palacio de Hacienda se vengó. Menem parecía disfrutar de esas cosas.

Después Kammerath fue intendente de Córdoba representando al peronismo. Fue el peor intendente desde 1983 a la fecha.

Después de la salvaje explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero nunca tomó partido por las víctimas. Luego, entre otras cosas, terminó preso por eso.

Nunca se llevó bien con José Manuel de la Sota, pero hizo un acuerdo con él para lograr su re reelección, cosa que finalmente se frustró.

No hay que olvidar que fue la por aquellos años esposa de De la Sota, Olga Riutort, la que presentó el pedido por la “re re” ante el inefable juez electoral cordobés, Ricardo Bustos Fierro.

Habló de justicia social, pero puso a Cavallo de ministro, ponderó a los marginados, pero anduvo del brazo de los empresarios… Menem fue un hombre poco apegado a sus convicciones, esas que la sociedad argentina conoció cuando usaba patillas, poncho rojo y se creía el heredero de Facundo Quiroga.