Hace tan solo un año, la política argentina era bien diferente. O, para decirlo correctamente, el contexto político argentino se movía en otra dirección. Gobernaba la coalición Cambiemos y aún no había comenzado la campaña electoral que desembocaría en las elecciones a presidente. 

Por entonces, la clase política argentina se desplegaba en medio de una monotonía acordada entre el poder político, los principales medios de comunicación y las más poderosas centrales empresariales, solo importunada por los inocultables problemas económicos y un progresivo malestar social. Los indicadores económicos de la gestión de M. Macri nunca mejoraron, el “segundo semestre” nunca llegó y, a partir de diciembre de 2017 fue un continuo de promesas incumplidas. Fue más una gestión de expectativas que de variables económicas o políticas públicas. 

Sin embargo, todos estos problemas no parecían presagiar una derrota del oficialismo y, hasta último momento, se especuló con la decisión entre las candidaturas a presidente de Macri o María Eugenia Vidal. Existía, de hecho, un clima de opinión que admitía los errores del gobierno de Mauricio Macri, pero no asignaba ninguna chance de recuperación del peronismo y mucho menos al kirchnerismo. 

Este escenario fue valorado estratégicamente por la Senadora Cristina Fernández: se reconoció como una candidata con limitado techo electoral y, por ende, con un importante nivel de rechazo, sobre todo, entre votantes que oscilaban entre una posición ideológica de centro y aquellos cuyo principal motivador del voto sería la economía. La campaña real comenzó el día que Cristina Fernández anunció a Alberto Fernández como candidato a presidente y cambió el eje de la política argentina. 

Cambiemos perdió así a su mayor adversario. La imagen que les devolvía el espejo pasó a ser borrosa y difusa. No pudieron recuperarse ni desde lo discursivo, ni desde lo político. Solo quedaron los medios de comunicación afines y un gran entramado de redes sociales que rindió menos de lo esperado. Cristina se corrió y perdieron la capacidad de reacción. 

El principal y gran acierto político de Cristina Fernández de hace un año atrás fue, sin dudas, nominar a Alberto Fernández como candidato a presidente para el Frente de Todos; un espacio de base peronista que el flamante candidato supo reunir y consolidar. La excepcionalidad de esta elección, es que el 100% del caudal electoral que hasta ese momento venía midiendo la figura de Cristina Fernández se trasladó a Alberto Fernández y arrancó la campaña con un alto grado de conocimiento y un caudal de votos cercano al 40%. 

En esa trama, la visualización de la unidad opositora, como la génesis de la construcción de un triunfo electoral, marcaría el derrotero que quizás, ningún integrante del poder real del país, quiso o pudo ver: la estratega, no solo jaqueaba a toda la política argentina desde su vigente centralidad, sino que también demostraba un volumen político que en todos los meses que llevaba gobernando Cambiemos, nunca pudo o supo construir. Y cuando Cambiemos (devenido en Juntos por el Cambio) advirtió el peso de la falta de aciertos de gestión, la insuficiencia de la política pública, la carestía del armado político solo restaba atacar, como contrapunto ideológico, a Cristina Kirchner. 

El espacio de Juntos por el Cambio, desorientado, no encontró el tono a la campaña. Desde lo discursivo y ante la pérdida de la figura antagónica, todo se concentró en lo ideológico: “populismo vs. anti populismo” “estado vs mercado”, “corrupción vs. republicanismo”,” FMI vs. Venezuela”; en definitiva, apeló al voto miedo. Bien sabemos que hay una ecuación que se cumple siempre, en casi todos los países: a mayor crisis social y económica, mayor será la polarización política. Esta tan mentada polarización o “grieta” lesiona indubitablemente la estabilidad democrática porque, en general, sirve para ganar elecciones, pero no para gobernar. 

Y entonces, todo giró en torno al pasado. No hubo propuestas, salvo profundizar lo hecho, ¡pero más rápido! Desde lo político, se buscó el golpe de efecto. Se sumó a Picheto que, sin sumar votos, irritó a los aliados, pero aportó cierta tranquilidad al círculo rojo. Y solo se complementó con un sistema de medios afines, que perdieron la sutileza reforzando desde todos los ángulos al oficialismo, apuntalados con los ya famosos ejércitos de trolls. No alcanzó.

El “paso al costado” de Cristina Fernández abrió el camino a la formación de la coalición en la que iban a cohabitar y, ahora sabemos, gobernar: el frente renovador massista, el kirchnerismo, y el peronismo tradicional con los gobernadores de las provincias argentinas, a excepción de Juan Schiaretti. 

El impacto de aquella decisión, aún perdura. Por estos días, es frecuente ver a esos mismos políticos ahora opositores, anhelar la centralidad de Cristina Fernández. Nunca fue un capricho cuestionar la figura de la vice presidenta. Es algo necesario para quienes siguen pensándose como una alternativa institucional (actores que antaño ponían en peligro la estabilidad democrática y que, digamos, hoy pueden “blanquearse” dentro del sistema democrático) y necesitan de la antagonista ideológica para seguir siendo una opción. 

Pueden hacerse muchos cuestionamientos a la política argentina, pero difícilmente pueda discutirse la oportunidad e importancia de aquella decisión. A la luz de lo transcurrido en el último año, ha favorecido a su autora y potenciado la imagen y gestión del presidente. Las más recientes investigaciones de opinión pública, así lo afirman.

*Politóloga. Directora de @Zuban_Cordoba y @maraton_compol. Secretaria gral de @AsacopArgentina. Integrante de @AlacopLatam y #MujeresLideresAmerica