Desde hace algunos años, la Federación Americana de Fertilidad estableció que junio es un mes para buscar generar conciencia sobre el cuidado y la preservación de la fertilidad.

Es un concepto completamente alejado de la opinión pública y por el momento se confunde con otros términos que se le parecen, pero que poco tienen que ver con el verdadero sentido del mes.

Cuidar la fertilidad implica necesariamente, que cada mujer y cada hombre, aunque especialmente cada mujer, tengan en su poder un saber que parece escaparle a la lógica pos moderna: el reloj biológico de la mujer, tiene límites.

Y hablar de límites para la mujer, en tiempos en los que tanto cuesta hacer entender a la sociedad que la equidad es un realidad, cae por lo menos, de manera antipática.

En días de empoderamiento femenino, cuando la maternidad comenzó a dejar de ser un mandato; cuando la igualdad laboral es una premisa; el cupo una obligación y la libertad sobre el cuerpo una batalla en curso, podemos caer en la trampa de nuestra propia biología.

Nuestro cuerpo indica que hay tiempos. El inexorable tic tac del avance celular comienza a volverse lento para indicar que nuestros óvulos no son eternos y el metrónomo de nuestra vida, como en una canción, nos enseña muchas veces a cachetadas, que el tempo de la banda sonora no podemos digitarlo a nuestro antojo.

Y es que hoy sabemos que podemos postergar la maternidad en pos de metas laborales, crecimiento profesional y personal. Tenemos la posibilidad de decidir cómo planificar nuestra familia y demorar la decisión de ser madres. Y claro que es una conquista. Pero en el avance, se olvidaron de decirnos que esa decisión puede tener consecuencias dramáticas.

Después de los 35, la calidad de nuestros óvulos cae en picada. Quizás en el momento en que decidimos ser madres, nos encontramos con grandes dificultades para conseguirlo.

Porque en las consultas ginecológicas, nunca nos hablaron de esto. Sabemos de cuidados para evitar embarazos no deseados, métodos de prevención de contagio de enfermedades venéreas y hasta armamos un árbol genealógico de antecedentes oncológicos que determinan cuándo es necesario hacerse un control mamario.

Y la información sobre la preservación y cuidado de la fertilidad, es inexistente.Todavía no hay profesionales preparados para informar, advertir y explicar qué sucede con la postergación de la maternidad. Y tampoco está contemplado, ni a modo de esbozo, en la Ley de Educación Sexual Integral que es obligatoria en las escuelas.

La lógica comercial que reina también en la medicina, muchas veces confunde preservación con la criopreservación de óvulos. Ese procedimiento que por medio de estimulación hormonal permite extraer óvulos de una mujer, congelarlos y mantenerlos jóvenes para el momento que esa mujer decida formar una familia. A los 50, a los 60 o cuando quiera. Ese procedimiento, invasivo, que no garantiza embarazo, no está cubierto por las obras sociales y prepagas, tiene elevadísimos costos y además un mantenimiento anual en dólares. Es para una minoría. Una minoría informada y con recursos.

El cuidado de la fertilidad no se reduce a eso. Ni para empezar. Y la prueba está en los números. Una de cada seis parejas tiene problemas para lograr un embarazo. Casi 50 millones de personas en el mundo sufren diagnósticos de infertilidad y de acuerdo a estadísticas de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva, la consulta a un especialista, llega en un 60% de personas mayores de 40 años. 

¡A mí nadie me avisó! es la frase que resume cómo la falta de información adecuada puede generar un daño irreversible en las decisiones de las mujeres.Un ítem más para sumar a la larga lista de desigualdades por las que hay que luchar.