Diciembre es un mes complejo. Es un mes en el que 31 días no son suficientes para cumplir con todos los compromisos laborales, familiares y sociales. Es un mes en el que necesariamente la vorágine nos empuja a consumir, a reunirnos y en algunos momentos, a reflexionar.

En el universo de los adultos, las fiestas son estresantes. Esa inocencia infantil con la que alguna vez miramos la navidad, esperando el encuentro familiar, la mística de los regalos y el milagro de la natividad se va diluyendo con el paso de los años y, muchas veces, queda el sabor agridulce de la nostalgia. La renovación generacional, esos niños que van llegando a nuestra familia, ayudan a recuperar todo eso otra vez como en un ciclo inagotable.

El mes 12, finalmente, es el mes de los balances. Ese en el que repasamos los propósitos del año que comenzamos a despedir y para muchas personas, es un año más en el que no festejarán con hijos, aún a pesar de desearlos muchísimo.

Esto le sucede a un 17% de parejas en edad reproductiva que desean convertirse en padres pero el embarazo no llega. Este porcentaje sube exponencialmente cuando se tienen en cuenta a las parejas igualitarias o personas solas que quieren tener un hijo. Las causas son muchas y el propósito no es enumerarlas. La intención es hacernos más empáticos.

"Del otro lado de las estadísticas y la información científica, la infertilidad tiene un alto impacto en la pareja y en su relación con el entorno. Cuesta aceptar que algo tan natural como tener un hijo no se dé de la forma en la que uno lo espera. La intimidad de la búsqueda será atravesada transversalmente por médicos, biólogos, pastillas e inyecciones, y eso no es sencillo de asimilar. Algo que vuelve más dura esta situación es el tabú y hacerle entender al otro que irnos de vacaciones, relajarnos, o adoptar una mascota, no nos va a resolver el problema que tenemos. Y dentro del universo de situaciones que se deben empezar a aprender a manejar, están las fiestas de fin de año. Cuando se está en esta búsqueda nos imaginamos constantemente el futuro junto a ese hijo que deseamos profundamente. Cuando llega diciembre, esos 365 días nos golpean todos juntos. Son 365 días en los que intentamos, hicimos todo lo que pudimos, pero no alcanzó. La tristeza inunda lo cotidiano al darte cuenta de que lo que proyectaste y deseaste para el año nuevo que termina, no llegó", explica Maru Pesuggi, autora de Que me parta un milagro.

Y es que la idea de los regalos bajo el árbol para un hijo, la ilusión de imaginarlo entusiasmado por la llegada de Papá Noel, la emoción de sentirlo cerca para desearnos felicidades con sus niveles de adrenalina por las nubes, duele más en diciembre. Duele mucho más.

“Idealizamos estos festejos con nuestros hijos en brazos, o al menos con un embarazo sano. Las expectativas para quienes atraviesas la infertilidad siempre serán altas y muchas veces románticas en relación con la maternidad. Entender que el cambio de calendario no es más que un hecho fáctico de lo que sucede todos los días (el inevitable paso del tiempo), le quita peso simbólico. Hay que aceptar que de lo que pasó, ya nada se puede cambiar. Pero también hay que pensar que por delante todas las posibilidades nos están esperando. Eso nos permite soltar las frustraciones de cara a lo que se viene. Mi deseo es que colgar un escarpín en el árbol de navidad sea verdaderamente un emblema de esperanza, que nos de energías para afrontar lo maravilloso que tiene el futuro. Un futuro en el que, a pesar de no tener certezas de lo que nos depara, podemos estar seguros de que las oportunidades están siempre ahí. Y eso para nosotros es un mucho”, agrega Maru.

Diciembre es un mes complejo, sí. Pero también es un mes en el que la ilusión, la magia y el milagro están a la orden del día. ¿Por qué no confiar una vez más en todo eso y entregarse a la mística de la esperanza?.