Nacido  Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, fue después y siempre Neruda. Casi sin Pablo. “El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma», según Gabriel García Márquez, uno de los 26 autores centrales del canon de la literatura occidental de todos los tiempos, según el crítico literario Harold Bloom.

Se le podría agregar la cucarda del Premio Nobel del Literatura en 1971, un doctorado  por la Universidad de Oxford,  la representación política de su país  como senador y embajador, y la renuncia a su precandidatura presidencial para apoyar a su amigo Salvador Allende quien finalmente fuera electo en 1970 como el primer presidente marxista del mundo en acceder al poder a través de elecciones generales en un Estado de derecho.

Pero ninguno de tales títulos  y honores son los que han hecho que Neruda se haya convertido en quizás el poeta más querido y popular de todos los tiempos. 

A pesar de ello, o por ello, fue agredido y hasta perseguido por la derecha que lo acusaba de comunista y por la izquierda que lo tachaba de burgués por su afición a los buenos vinos y a las mujeres sin calificativos.

La fogosidad elevada a panfleto en “Canto General”, fue “descendiendo” a todo lo que su sensibilidad y sensualidad veía, sentía o tocaba. 

Que en el caso de Neruda es como decir a todo.

Escribió en forma de oda,  poema destinado a ser cantado y que alaba cualidades de personas u objetos,  al aire, a la cebolla, al edificio, al hilo, al murmullo, al pan, a un reloj en la noche, al tomate, al vino, a la alcachofa, al tercer día, a las papas fritas y al “albañil tranquilo” en su estancia en el Totoral del norte cordobés. 

Generalizó en “Oda a las cosas”: “Amo todas las cosas, no sólo las supremas, sino las infinitamente chicas”.

Sintetizó en “Oda a la sencillez” y “Oda al hombre sencillo”. 

No creyó serlo, se sintió tan culpable como la sociedad que castiga implacable, pero se esperanzó

Por entonces, escribió: “Los más sencillos ganaremos”.

¿Habrá sido un presagio para estos días chilenos?