En aquel país tan grande, cuyo modelo económico y político muchos admiran, avanza por estos días la libertad de portar armas cada vez más asesinas, al mismo tiempo que retroceden derechos conquistados hace tiempo y que hoy se dejan atrás. Muchas estadounidenses quizás ya no podrán abortar. Al menos legalmente y en condiciones de seguridad. Pero las mujeres de los Estados Unidos de América y los movimientos y feminismos del mundo entero han reaccionado con fuerza.

Se ha repetido hasta el cansancio: los derechos de las mujeres nunca se conquistan de una vez y para siempre, hay que defenderlos con las leyes, con la educación y en las calles, constantemente. Porque cualquier circunstancia puede servir para atacar y conculcar lo que se haya conseguido en años de luchas y ampliación de los derechos. Un político que surge “de la nada”, un conflicto armado, una pandemia, irrumpen en la escena pública para el sufrimiento colectivo, y en particular el de las mujeres.

Surgen con fuerza las voces de quienes se dicen outsiders y desde el corazón del poder real amenazan con acabar con el ministerio de la Mujer, Género y Diversidad y con la Educación Sexual Integral, por ejemplo, a la que llaman adoctrinamiento. En todas las guerras –mundiales, entre países fronterizos o civiles– el cuerpo de las mujeres se convierte en parte del campo de batalla, se viola y se mata. Con la pandemia del COVID 19 la población mundial pasó por confinamientos más o menos prolongados, lo que obligó a quedarse en casa por semanas. Y resulta que el hogar, para muchas mujeres, es el lugar más peligroso: el 65 % de los femicidios ocurren en el interior de la vivienda particular.

Por eso en la Argentina este 3 de junio, por séptimo año consecutivo, el grito del Ni Una Menos volverá a sonar en todo el país. Porque a pesar de que la ley sobre la prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres fue promulgada en abril de 2009, no fue sino hasta el 2015 que, gracias a la irrupción masiva de las mujeres en las calles de todo el país, el tema se volvió público, visible e indisimulable. Disculpen las molestias, nos están matando, dicen las consignas, los carteles y las banderas de las pibas –y no tan pibas– que inundan las calles.

¿Podría aquella movilización del 3 de junio de 2015 haber sido una más de las tantas que han protagonizado las mujeres por décadas? Sí, podría, pero no. NO. Porque en los por entonces 30 años de Encuentros Nacionales de Mujeres se había avanzado mucho en los debates y la conciencia frente a la violencia machista; porque en poco tiempo se concentraron los femicidios de Paola Acosta y el de Andrea Castana, en la provincia de Córdoba, y el de Chiara Páez, en la provincia de Santa Fe, y porque eso que se discutía en los feminismos y en los más variados grupos se vio interpelado. Alguien preguntó ¿no vamos a hacer nada? Y un grupo de mujeres, sobre todo periodistas, decidieron pasar a la acción y convocar movilizaciones en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y otras localidades del país sin especulaciones, sin saber cuál sería la respuesta social, sólo con el convencimiento de que había que salir a la calle y demostrar en la práctica que la violencia contra las mujeres no era un asunto privado, familiar, sino un grave problema social al que sólo se puede parar de manera pública y colectiva. Y así nació el Ni Una Menos. Y para bien o para mal, vino para quedarse, porque en estos siete años han asesinado a 2000 mujeres en todo el país y cerca de 200 en Córdoba. Y porque 2200 niños, niñas y adolescentes se quedaron sin madre.

Leyes, Planes de acción, Educación Sexual Integral, medios de comunicación comprometidos con la agenda de género y con la ética de los derechos humanos, todo suma. Pero no alcanza. Las movilizaciones de las mujeres y de la diversidad continuarán, y sumarán voluntades de hombres y gobiernos, porque la batalla contra la violencia machista se pelea en la calle, se gana en las conciencias y se cristaliza en presupuesto y política pública. Hasta que ya no haya ni una asesinada más.