Me encontré con el libro de Pilar Ordoñez, Otras medidas, en plena pandemia. Estaba ahí, en la mesa, junto a otros, esperando sin apuro su lectura. Sabía que era corto, veintiocho relatos, y la tapa tenía una imagen difusa, diré que onírica. Lo empecé a leer una noche, acompañado por el filo del cansancio y el libro me llevó a la cocina, me preparé unos mates y me sumergí en él, me dejé empapar en sus dimensiones; lo cotidiano. Hago una salvedad innecesaria. Lo cotidiano como puerta de entrada a lo extraordinario. Hago una inventiva. Otras medidas (Alción Editora), de Pilar Ordoñez, se apoya en la realidad, pero no para salvarla ni justificarla, sino para ampliarla y explotarla. Con un lenguaje preciso y poético, con un delicado y exacto sentido (orientación) del humor que agujerea lo cotidiano y nos invita a lo extraordinario, a sentirnos poetas, como decía Jaime Gil de Biedma, poesía es lo que el lector experimenta leyendo. Y esto es lo que sucede con Otras medidas, es una invitación a sentirse poeta y a escapar de la realidad, pero instalándose a su lado y tomando otras medidas, singulares, divinos detalles que intentan la escapada.

—Leyendo Otras medidas entiendo que hay múltiples pilares en su escritura, épocas distintas. ¿Cómo fue la escritura del libro?

—Me parece bien distinguir la escritura de los relatos de la escritura del libro. Los relatos son siempre un precipitado que intenta subsanar pequeñas desgracias cotidianas, o simples desencuentros entre el lenguaje y la referencia, entre el cuerpo y la palabra. A veces guardo lo que escribí, a veces lo pierdo. Lo que guardo puede que lo corrija y entonces sí lo archivo. Ese es mi ejercicio cotidiano, escribo para remendar o hacer ojales, escribo sobre las pequeñas fisuras que encuentro en la lengua. Pero la escritura del libro tuvo otro motor. El libro recopila y selecciona relatos de años muy dispares. Cuando decido reunir algunos para armar el libro lo hago con el profundo interés de armar la voz de la joven madre que fui. Ahora, que soy menos joven y menos madre, pude recortar esa voz que acompañó el tiempo en que hablé a mis hijos, el tiempo en que me tocó encarnar la lengua madre. El libro es una despedida a esa manera de hablar, de contar las cosas. La lengua para mí es también una cicatriz que me fue infringida, que me marcó, y un acicate con el que marqué. Publicar es una sublimación, una manera de suavizar el uso encarnado de las palabras.

La lengua para mí es también una cicatriz que me fue infringida, que me marcó, y un acicate con el que marqué.

—¿Tiene el título un carácter de objeción a lo esperable? ¿Qué determinó su elección?

—Cuando lo elegí pensaba algo del título, luego vino la pandemia con sus medidas sanitarias. Medidas que respeto, pero a las que respondo con otras, las que me permiten apropiarme de la medida humana de las cosas. Hace poco hice podar una enredadera en mi casa que crecía amenazando con envolverme y tragarme. Quedaron en la vereda montones de ramas y hojas que no se llevó el basurero. Apareció un carrero y se ofreció a llevarlas, le dije que sí y le pregunté cuánto cobraba. El hombre recorrió la pila y la miró sopesando tamaño y forma. Al final de la ronda lenta y meditabunda, me tiró un número. Me quedé tan asombrada. No sé qué midió, para mí era una enormidad sacar esa enredadera, para mí el trabajo era imposible, me costaría una fortuna, o la vida, sacar esas ramas. Él tenía otra medida, la suya. No existe una común medida, no cuenta solo la medida del intercambio, ponele horas de trabajo, cantidad de acarreos, existe la medida singular que siempre es Otra para cada persona. Esa medida, la incomparable, esa, es la que me interesa en este libro. Cuando escucho que quieren repartir en partes iguales las tareas de la casa, el cuidado de los niños, cosa con la que acuerdo ideológicamente, pienso que es una cuenta imposible. O que algo extraordinario como el amor podría soportar la profunda falta de relación que hay entre la medida de uno y la medida de otro. ¿Si este título es una objeción?, sí. Es la objeción a la medida universal a la medida que pasa el rasero para emparejar y nos priva de los relieves singulares. Es un problema, cómo armar una justicia en las oportunidades que soporte las diferencias.


—¿Qué lugar ocupa lo biográfico?

—Esa sí que es una pregunta difícil. Mi vida está hecha de ficciones que me conté o me contaron y de ese punzón que llamamos lengua, en ese sentido es totalmente autobiográfico. Pero estos relatos además fueron elegidos a partir de esa experiencia irremediable que es la lengua materna. Una experiencia que comienza con la propia madre y se reescribe con la tarea de criar. Separarse de esa lengua es algo muy difícil, realizo parte de esa separación al publicarlos, al soltar los relatos. Así también suelto las infancias de mis hijos, cuatro jóvenes que se las arreglan muy bien por su cuenta. Lo más biográfico que tiene este libro es el gesto de darlos a leer. Ya no son tan míos, los reconozco más bien como impropios.

Lo más biográfico que tiene este libro es el gesto de darlos a leer. Ya no son tan míos, los reconozco más bien como impropios.

En Matan a un niño se lee “… mientras corrijo, matan a un niño. ¡Matan a un niño! ¡Matan a un niño! Escribo y con cada palabra bien hecha sucumbe mi infancia. Agoniza en porfía, sin terminar de morir, porque brota otra más, en sílabas, balbuceante.” Entiendo que cada proceso reflexivo, o que intente cerrar un sentido, cancela cierto tipo de juego o posibilidad. ¿Es la palabra y su juego lo que empieza en vos el proceso creativo?

Me gusta la palabra juego, me gusta jugar con las palabras, es lo que hice desde que las tengo. Creo que cuando las ponen a trabajar las explotan. Hace poco contaba a unas amigas que en mi infancia robaba fideos de letras y los guardaba en una cajita de pana azul, una de esas que se usan para las joyas. Me las llevaba a los recreos e inventaba palabras, mientras mis compañeras saltaban al elástico. Cada tanto atrapaba alguna chica o algún chico en mi telaraña lenguajera y nos metíamos en ese universo minúsculo. En realidad tengo una gran dificultad con el lenguaje en su uso instrumental. Cuando tengo que escribir una nota formal, una receta de cocina, que es un texto totalmente instructivo, o transmitir unas indicaciones para llegar a algún lugar, fracaso estrepitosamente. Son cosas muy complicadas para mí, porque se me cuela el juego. Mis hijos dicen hoy que se orientan en el mapa gracias a que no me escucharon, porque tengo una relación muy escueta con el lenguaje de las instrucciones. Habito con más comodidad eso que Lyotard llama infans, una relación más sonora con el sentido de las palabras y lúdica con las cosas. Quizás el juego es una defensa muy oportuna para muchos, yo lo practico, con deliberado consentimiento y a veces a pesar mío.

Encontrar una medida, escribe Pilar Ordóñez, dando inicio a un viaje personal de descubrimiento, que a poco de andar será también nuestro. 
Ezequiel Luque.
Encontrar una medida, escribe Pilar Ordóñez, dando inicio a un viaje personal de descubrimiento, que a poco de andar será también nuestro. Ezequiel Luque.

Sobre la autora 

Otras medidas se presentará el jueves 7 de octubre a las 19.30 en la librería El Espejo, uno de los espacios que participa de la Feria del Libro de Córdoba.
Pilar Ordoñez nació a la vera del Río de la Plata en Buenos Aires a 1970. Vivió en otras orillas hasta recalar en Córdoba a los 14 años. Desde entonces trabaja y escribe en esta ciudad, yerra por otras. Es psicoanalista y ha publicado numerosos textos en revistas de esta disciplina. Dedicó un libro a la Actualidad de la histeria. Publicó algunos relatos breves en la revista literaria Odradek, domicilio desconocido. En 2017 publicó una obra de teatro titulada Esta noche viene Lacan. 

Pilar Ordoñez: "Escribo sobre las pequeñas fisuras que encuentro en la lengua"