Si pudiéramos imaginar un mundo en el que los números nos dieran tregua por unos días. No escuchar conteos de contagiados, ni de muertos, ni de camas ocupadas. No lamentar índices de pobreza, de exclusión, de caída de la actividad económica.

Si pudiéramos silenciar informes de hectáreas quemadas, de bomberos heridos, de records de sequía, de velocidad de vientos que amenazan. No hablar de plazos, de vencimientos ni de presupuestos No escuchar cotizaciones de verdes ni de azules El agobio de las noticias y de la realidad se suma a cada una de las micro frustraciones individuales dando lugar a una desazón colectiva difícilmente comparable.

Aún así, quizás exista una manera de enfrentar el desasosiego y tal vez sea más sencilla de lo que pensamos. Cuando los grandes sueños y los proyectos se pausan , se diluyen o se posponen, el “hoy” adquiere una relevancia significativa.

Las pequeñas gratificaciones, los “pequeños placeres” ,como diría Clarice Lispector, hacen sentir su contundencia y suman puntos en esta lucha entre Eros y Thanatos en la que estamos inmersos por el Covid y otras pandemias que lo precedieron aunque no hayan tomado forma de enfermedad. Hoy, que no estamos contagiados y el bar esta abierto podemos juntarnos, conversar y tomar un rico café.

Mañana no sabemos. Hoy, que tengo salud, puedo salir a caminar y llenar mis pulmones del aire de la tarde cuando refresca Hoy, que no espero resultado de hisopados, puedo trabajar y compartir con mis compañeros. Hoy el peso del instante, el valor de lo mínimo, la potencia de un gesto, todo lo chiquito pasa a ser imprescindible. El Budismo lo sostuvo milenariamente.

Sólo tenemos el presente. Ni el pasado ni el futuro nos pertenece. Pasamos el otoño, el invierno y ahora recibimos la primavera. La pandemia no alteró el ciclo natural de las estaciones. Quizás sea lo único que no logró desarticular.

En su libro “Loa a la tierra”, el filosofo surcoreano Byung Chul Hang dice “lo numérico desmitifica el mundo y lo priva de poesía y romanticismo. Le arrebata todo misterio, toda extrañeza y transforma todo en lo conocido, lo banal, lo familiar, el “me gusta” y lo igual” . Y agrega “en vista de la digitalización del mundo sería necesario devolver al mundo la dignidad de lo misterioso, lo bello y lo sublime”.

Enfocarnos en los pequeños milagros, mirar la luna, acariciar una mascota, hacer dormir a un bebé , destapar un vino , comer un pedazo de chocolate, caminar en el pasto, armar un ramo con las flores del jardín. Recuperar el asombro por lo mínimo, lo cotidiano, lo que damos por descontado debido a la aceleración de la vida que elegimos. El Covid vino también a enseñarnos el valor de lo imprescindible cuando se atrevió a poner en jaque el primer impulso vital que es la posibilidad de respirar. Ernesto Sábato escribió La resistencia en el mes de mayo del año 2000.

La telefonía celular, internet y las redes sociales no formaban parte de nuestro universo diario y no obstante ello se anticipó a la mediatización de la vida cotidiana, a la destrucción del planeta y a la alienación de lo humano.

El soñó un tipo de resistencia calificado por muchos como utópica o ingenua y dijo “Si cambia la mentalidad del hombre, el peligro que vivimos es paradógicamente una esperanza. Podremos recuperar esta casa que nos fue míticamente entregada. La historia es siempre novedosa. Por eso, a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas, son las que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida.”

Recojo esta idea del torrente de la vida. Un torrente que apague incendios, alimente brotes y derrote con su vitalidad una realidad plagada de números y sin lugar para los pequeños milagros.